LA HABANA, Cuba. – Desde hace días no consigo apartar de mi cabeza la imagen de Fidel Castro; sin que pudiera evitarlo lo imaginé en cada una de las sesiones de esa Asamblea Nacional que concluyó hace pocos días. Lo supuse en el asiento privilegiado de siempre, en su trono, y hasta hice algunas conjeturas sobre sus posibles intervenciones en el plenario, sobre todo a la hora de (in)validar el artículo 68 del proyecto de constitución, ese que pudo legalizar la unión en matrimonio entre dos hombres o igual número de mujeres.
Supuse su larguísimo e imperativo índice de la mano derecha, su uña larga y ovalada, esa arma que sirvió de apoyo a sus siempre dilatadas intervenciones, imaginé sus preguntas tras la mediación de algunos de los diputados que se estuvieron pronunciando sobre las futuras disposiciones, pero lo que más conjeturé fueron sus sentires sobre el posible matrimonio entre personas del mismo sexo. ¿Qué habría dicho Fidel Castro si hubiera estado en esa asamblea, si no se hubiera montado en ese caballo que, según Raúl Torres, lo esperaba en la plaza para que cabalgara tras su muerte?
¿Qué opinión le provocaría ese artículo a un comunista que tanto despreció dedicó a los hombres y mujeres que adoran enredar sus idénticas anatomías? ¿Cuáles habrían sido sus mediaciones en esa reunión de diputados? ¿Habría pedido perdón por su “genial” idea de crear las unidades militares de apoyo a la producción, (UMAP)? ¿Acaso algún diputado se atrevería a echarle en cara los suicidios que provocaron sus desprecios? ¿Qué habría dicho Castro de las tantísimas redadas en esa isla que gobernó como si fuera su feudo, qué de la depuración en las universidades?
¿Castro Ruz se habría puesto del lado de los evangélicos y católicos que en otros tiempos despreció? Confieso que por más que lo intento no puedo suponerlo manifestando su aprobación para que un bebito tuviera dos padres, o igual número de madres, adoptivos, pero lo más difícil sería percibir a un diputado que lo emplazara tras recordarle que llamó “seres extravagantes” a esos hombres a los que también exigió compostura, y sobre todo recato para que, llegada la represión y la cárcel, no se atrevieran a decir que antes no habían sido advertidos.
No creo que resulte difícil suponer sus reacciones si se recuerdan los odios y desprecios que en vida destiló, y también los trapos sucios con que castigaba a sus “traidores”. Recuerdo la “escapada” de Rafael del Pino en aquel Cessna 402 en el que montó a toda su familia para alcanzar territorio norteamericano, ¿Acaso cayeron ya en el olvido aquellos comentarios desdeñosos sobre la sexualidad de uno de los hijos del piloto? Fidel Castro ponía en el mismo bando a los homosexuales y a quienes consideraba “traidores”. Solo habría que convocar un poco a la memoria para reconocer el veto que habría dedicado hoy a esas uniones entre quienes consideraba “pervertidos”.
Quizá los decisores, que evidentemente no fue el pueblo, pensaron en Fidel Castro a la hora de decidir el retraso. Dilatar era la mejor opción, anunciar el descontento con el artículo 68, y presentarlo como un enemigo del pueblo que decide, como adverso será también, en su momento, el “código de familia”, ese que podría permitir las “uniones de hecho”. Ilusos los que olviden, tontos quienes consigan dejar de lado las muchas veces que se decidió la cárcel y el exilio forzoso para aquellos que “escandalizaban” en la calle con sus artificiosos ademanes.
No resulta difícil entender entonces el enorme predicamento de esos evangélicos cubanos tan ultrajados en otros tiempos y ahora tan oportunos. Esos evangélicos hacen hoy el trabajo sucio, aún sin proponérselo, e igual de provechoso resulta el apoyo de una iglesia católica que muestra, supongo que con algo de vergüenza, los muchos abusos sexuales de sus clérigos, y también hacen labor de zapa los homosexuales que no fueron capaces de manifestar sus desacuerdos con tal decisión.
¿Por qué se aceptan como buenas esas respuestas a la única “consulta” que han hecho los comunistas cubanos desde 1959? ¿Por qué reverenciar esa comedia en la que Mariela Castro asegura que su vocación reivindicadora nació en su propia casa, en su castro castrense seno familiar? ¿Por qué conmoverse con esa simulación, con el beso que, durante el desarrollo del Pleno, y delante de todos los diputados, dio a ese padre que, según ella la guía en cada paso? ¿Acaso Raúl Castro defendió alguna vez a los homosexuales sin que nos enteráramos? ¿Por qué dar gracias a un matrimonio heterosexual que nunca se pronunció contra la homofobia?
Quisieron hacernos creer que todo llegaría a buen fin aunque tuvieran la certeza de que no iría más allá de una “representación lingüística” que mantendría entretenidos y esperanzados a unos cuantos que soñaban con esa unión civil; y no por gusto vienen a mi mente las bodas de Caná, esas en las que Jesús convirtió el agua en espléndido vino, y también pienso en esa nueva decisión de los comunistas que consiguió agua de lo que fue el vino para celebrar esos matrimonios que los homosexuales soñaron, si los representantes del gobierno no se hubieran dejado presionar por evangelistas y católicos, por miembros de una sociedad civil a la que jamás se le hacen consultas a la hora de reprimir a quienes aman, únicamente, a sus semejantes.
Tampoco es por gusto que ahora piense tanto en ese lecho al que llaman nido, y que según el diccionario de la real academia, es un conjunto de dos camas que forman un solo mueble, en el que una se guarda debajo de la otra”, y que serviría para esconder la realidad, esa que niega que allí se tienden dos hombres, o dos mujeres, para amarse sin el permiso de la ley, como hasta ahora, y como en lo adelante.