LA HABANA, Cuba. – Más de doce horas después de ocurrida la tragedia, con una nota escueta y fría, el portal oficialista Cubadebate se hizo eco de la muerte de tres niñas por el derrumbe de un balcón en el barrio Jesús María de la Habana Vieja, la tarde del 27 de enero. La respuesta de la prensa estatal, así como el tardío pésame del mandatario Miguel Díaz-Canel, han dejado una polvareda de opiniones en redes sociales; desde enconadas críticas a la gestión del régimen cubano, hasta pueriles e indignantes justificaciones de los apologetas a sueldo.
Se ha dicho de todo y de todas las formas posibles. Los que justifican su atrincheramiento ideológico con el supuesto interés de otros de “politizarlo todo”, han llegado incluso a culpar al pueblo de la desgracia, alegando que la gente quitó la cinta amarilla que avisaba del peligro de derrumbe. Otros jueces, improvisados para la ocasión y manipulando el contexto, han responsabilizado a los ciudadanos por construir indebidamente, deteriorando las edificaciones. No dicen, sin embargo, que esas violaciones son permitidas, pago mediante, por inescrupulosos funcionarios de Planificación Física y Vivienda, a quienes les da igual si el inquilino derrumba una pared de carga o coloca más peso del que pueden soportar nuestras construcciones añosas.
El mal manejo de la situación refleja cuán poco le importa al régimen la vida del pueblo. No solo ha dejado mucho que desear la reacción perezosa de los mismos medios que constantemente, y con patéticas parrafadas, visibilizan desastres ajenos, ocurridos a miles de kilómetros de distancia; o la imprudencia del canciller Bruno Rodríguez, condoliéndose vía Twitter por la muerte de Kobe Bryant mientras tres madres cubanas, residentes de un barrio pobre, gritaban de desesperación ante los cuerpos destrozados de sus hijas. También resulta indecoroso, cuando menos, que los funcionarios del gobierno de La Habana se hayan personado en el lugar del siniestro, nadie se explica para qué, si ya el mal estaba hecho y pudo haberse evitado.
Esta vez no vale la cantaleta del “bloqueo”. Lo saben los dolientes y vecinos que no han vacilado en denunciar la negligencia gubernamental. El embargo, según nos han machacado durante sesenta años, es culpable de que en Cuba no se construyan viviendas; pero para demoler el peligroso inmueble que causó la fatalidad, solo hacían falta una grúa y trabajadores que aparecieron no bien se hubo propagado la noticia de la muerte de las niñas. “Lo que no se hizo en tres meses, se hizo en un día”, subrayó, indignada, una vecina de la localidad.
La tragedia por la cual nadie, hasta el momento, ha puesto la cara, procura darse satisfacción con argumentos irracionales y hasta crueles; síntoma de que algunos compatriotas -los menos, afortunadamente- han perdido la cordura o la vergüenza. Tras más de medio siglo imposibilitados de decidir sobre cuestiones de interés común, los cubanos no se consideran parte de la solución a un problema que no se resolverá con cintas amarillas ni catarsis en Facebook.
Si el remedio fuera, como han sugerido varios desubicados, colocar cintillos de advertencia bajo edificios con riesgo de derrumbe, habría que acordonar toda la Habana Vieja, Centro Habana, Cerro y Diez de Octubre. Por centenares se cuentan los inmuebles que tienen alguna parte -balcones, cornisas, pretiles, ménsulas- medio desprendida, a punto de soltarse y matar transeúntes.
Se estima que el 80% del patrimonio arquitectónico de la capital necesita reparaciones. En la Habana Vieja se concentra un elevado número de edificaciones que datan de principios del siglo XX, la mayoría habitadas y muchas declaradas en riesgo de derrumbe parcial o total. No es la primera vez que una estructura cae provocando una fatalidad; pero en esta ocasión, por tratarse de tres menores, la gente necesita desesperadamente hallar un culpable, da igual si es Díaz-Canel, Torres Iríbar o Raúl Castro.
Pero el problema no es otro que la Empresa Estatal Socialista (EES), esa que Díaz-Canel insiste en potenciar por encima del sector privado y que genera, por sí sola, más despilfarro y corrupción que el emprendedurismo de los cubanos. SECOM, la entidad que se ocupa de las demoliciones, es un ejemplo de cómo funcionan las EES, siempre escasas de personal y utilizadas por los propios trabajadores en su beneficio para compensar los lastimeros salarios que devengan.
Ocurre lo mismo con Comunales, la Empresa Eléctrica y Aguas de La Habana, entidades que incluso cobrando sus servicios “por la izquierda” hacen un trabajo mediocre; qué puede esperarse cuando tienen que hacer lo que les toca según el plan asignado. La Empresa Estatal Socialista es esa que para instalar una conexión hidráulica necesita romper varias veces la misma avenida; la que obliga a sus empleados a robar para subsistir; la que no recoge los desechos sólidos de la esquina pero acude de prisa al hostal privado para cargar escombros, porque la paga es buena y en CUC; la que no se apura en poner la corriente de 220V a menos que el solicitante acepte desembolsar 50 CUC o más; la que ha roto varias calles en el barrio de Jesús María y no ha podido erradicar la contaminación del agua potable con materia fecal que desde noviembre de 2019 afecta a los residentes.
La Empresa Estatal Socialista es culpable por la muerte de las niñas, y si Cuba fuera un país justo esas familias serían indemnizadas en proporción a su pérdida, que sabemos incalculable. Pero eso jamás sucederá. Solo hay que leer el tuit de Díaz-Canel para percibir el desgano y la obligatoriedad de sus condolencias. El régimen cubano no se disculpa, no reconoce su error, ni es capaz de conmoverse ante un pueblo que ingenuamente sigue aguardando a que las soluciones vengan “de arriba”, aunque de arriba solo caigan balcones.
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