LA HABANA, Cuba. — Durante su existencia secular, el socialismo burocrático ha sido sinónimo de escasez, de carestía. Los países en los que se han enseñoreado las teorías engañosas del marxismo leninista han constituido ejemplos insuperables de todo lo que no debe hacerse. En ellos, junto a las más desmedidas promesas de constante superación y mejoramiento, han convivido espantosas experiencias de honda miseria.
Cuando estas últimas ya no pueden ser ocultadas, los teóricos invocan los “errores” cometidos por los detentadores del poder. No lo dicen en tan pocas palabras, pero la esencia de sus descargos, en tales circunstancias, se reduce a lo siguiente: la teoría es perfecta e inobjetable, lo que pasa es que las personas encargadas de darles vida, con sus equivocaciones, nos han conducido a realidades opuestas.
Desde luego que esta argumentación, desde su misma raíz, es una mentira. So pretexto de luchar contra la obtención de “plusvalía”, los burócratas socialistas desechan los mecanismos del mercado, que son los únicos que permiten que los recursos (siempre limitados) se asignen a las actividades económicas que produzcan mayores beneficios; es decir, con la máxima eficiencia.
Como resultado de esa concepción errónea, los precios son determinados por un ministerio repleto de obesos burócratas, que son quienes, por sí y ante sí, determinan qué valor tendrá tal o mascual producto. En definitiva, ¿qué determina que un artículo dado valga —digamos— 10 (y no 1 o 100)? En última instancia, ello obedece a la arbitraria decisión de la junta o jefe de turno.
En esas circunstancias, es natural que la ineficiencia y el despilfarro se conviertan en parte inseparable del socialismo, y que los llamados “paraísos del proletariado” se transformen (y cada vez en mayor medida) en reinos de la escasez y la miseria. Los grandes perjudicados por esta lastimosa realidad suelen ser justamente los miembros de la supuesta “clase dominante”; o sea, los obreros.
En definitiva, no fue por gusto que a fines de los años ochenta países que habían padecido el socialismo burocrático durante decenios se apartaron en masa de este sistema antinatural. Se trató —a no dudarlo— de un proceso de gran importancia histórica universal. Y resulta oportuno destacar que, con una sola excepción (la de Rumania, donde la violencia fue limitadísima en tiempo, espacio y consecuencias), esos países se libraron del socialismo de manera incruenta.
Pero mientras en las dilatadas extensiones de Eurasia se vivían las experiencias anteriores, en nuestra Cuba los castrocomunistas mantienen a ultranza el inoperante sistema de ordeno y mando. Resulta inevitable, entonces, que en la prensa independiente de esta Gran Antilla se sucedan los trabajos en los que se describe el lamentable proceso mediante el cual los ciudadanos de a pie involucionan: los menos desafortunados han accedido a la miseria, y los restantes ven ya ante sí el espectro pavoroso de la indigencia.
Este miércoles, por ejemplo, en este mismo diario digital, Ernesto Pérez Chang publicó una amena crónica sobre los “nuevos ricos” de la Isla. Como todo en esta vida es relativo, el colega ironiza: en Cuba, el solo hecho de transportar una bolsa con algunos productos adquiridos en divisas (sobre todo si el traslado se hace en una moto eléctrica) es suficiente para que el afortunado sea conceptuado por sus compatriotas como un hombre “de fortuna”.
Pero no es necesario que argumentemos sobre la situación actual de la generalidad de los cubanos. Esto se convierte en una tarea superflua cuando el mismo régimen castrista y sus plumíferos y cotorrones, con su actividad propagandística cotidiana, se encargan de demostrarnos, más allá de cualquier duda razonable, que la Cuba socialista es ciertamente un país miserable.
En un pasado trabajo periodístico hice alusión a la práctica vergonzosa entronizada en el Noticiero Nacional de Televisión: en cada emisión, un funcionario de la Unión Eléctrica (UNE) hace una exposición detallada sobre las unidades generadoras que reducen su aporte al sistema electroenérgético nacional y sobre aquellas otras que, por el contrario, lo incrementan.
Ese bochornoso inventario cotidiano de la miseria permite que el burócrata informe sobre si podrá cubrirse toda la demanda o, en caso contrario, aclare la envergadura de los apagones que tendrán que sufrir ese día los cubanos de a pie. A esa práctica se sumó también una información detallada sobre el arribo de un buque cargado con gas licuado; este dato permitió aplacar un poco a los usuarios indignados por la desaparición de ese medio de cocción, que es aquel del cual disponen.
Como el camino de lo peor es infinito, al cuadro arriba descrito se ha sumado también ahora una información sobre el arribo de un cargamento de harina de trigo. El titular del medio castrista Cubadebate de hace un par de días, lo dice todo: “Llega a Cuba buque de trigo para garantizar la producción de pan normado”.
El referido medio propagandístico no entra en esos detalles, pero esta información sirvió para llevar un poco de sosiego a usuarios del interior del país, quienes estuvieron dos días sin recibir el esmirriado panecillo que le toca a cada usuario por la “libreta de abastecimiento”. ¡Motivo de sobra para la alarma en esta Cuba miserable! ¿Sobre qué otros rubros tendremos que escuchar informaciones de ese tipo en días venideros! ¿El arroz? ¿Los granos? ¿El azúcar!
El triste inventario de la miseria se amplía y generaliza en nuestra Patria. Pero —¡ojo!— que la visita de su hermana menos agraciada (la indigencia) es ya una realidad para nuestros compatriotas más infelices y una amenaza inminente para un número creciente de otros.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.