LA HABANA, Cuba. – Que me digan extremista. Es un riesgo que estoy dispuesto a correr teniendo en cuenta que he criticado duramente el oportunismo y descaro de artistas cubanos que simpatizan con la dictadura castrista, pero viven y trabajan en Miami con todas las comodidades que prodiga el libre mercado. Mantengo mi postura en el asunto; solo que mientras leo acerca del itinerario que la actriz cubana Ana de Armas y el actor Ben Affleck desplegaron en su visita a La Habana, no dejo de preguntarme por qué no ha saltado ningún criticón a cuestionarle su pasiva actitud luego de que la entrevista que le hiciera la Seguridad del Estado a su hermano, Javier Caso, calentara las redes sociales conmocionando a artistas, intelectuales y usuarios en general.
Para los que no lo saben, Ana de Armas es la hermana de ese joven fotógrafo al que la Seguridad del Estado amenazó, el 9 de enero pasado, con aplicarle el Decreto 349; además de prohibirle trabajar en Cuba y reunirse con sus amigos, el cineasta Miguel Coyula y la actriz Lynn Cruz. A Javier Caso lo trataron como usualmente se trata aquí a los disidentes, activistas y periodistas independientes. Fue una confrontación desagradable en la cual se hizo evidente la indefensión del fotógrafo ante un aparato represivo que no distingue entre delincuentes y ciudadanos comunes, pacíficos, que disienten políticamente, sea desde el activismo o desde el arte.
Quizás Ana y Javier no son cercanos. Tal vez el nombre de la actriz solo salió a relucir por parte de los esbirros para insinuarle al fotógrafo que saben “todo” sobre él, o deslizar algún comentario medio irónico, medio lascivo, con la intención de molestarlo. A fin de cuentas, estaban hablando de su hermana.
El asunto es que la actriz de Hollywood camina las calles de un país hecho polvo y hambre por el dictador al que Haila Mompié dijo amar con todo su corazón, y donde gobierna el mismo fantoche no electo al que Gente de Zona públicamente llamó “mi presidente”. ¿Nadie lo ha notado, o todos los que arremetieron contra Haila, Descemer y Gente de Zona, prefieren hacer la vista gorda con Ana de Armas?
Entiendo a los que dicen que los artistas tienen derecho a no meterse en política, y también a los que opinan que el arte es un importante espacio de influencia para cambiar visiones y mentalidades. Ha habido contextos cruciales en la historia contemporánea y momentos de rebelión contra el establishment que tuvieron un impresionante alcance gracias a la música y al compromiso de grandes artistas para defender causas justas.
Entiendo a los que no aceptan que artistas afines a la dictadura se llenen los bolsillos con dólares estadounidenses en tierra de libertad, donde tantos cubanos han logrado rehacer su vida tras haber escapado de la represión y de una economía arruinada por una política obsoleta. Los entiendo cuando argumentan que músicos tan famosos, o populares, podrían dar pasos más concretos para el cambio que se necesita en Cuba; y si no lo hacen son cobardes e hipócritas.
Pero el hecho de permanecer en silencio ante la visita de Ana de Armas, sin ofrecer ni una sola declaración sobre lo ocurrido a su hermano, los coloca en esa repudiable franja de complacencia tras la cual pudiera ocultarse un desprecio muy selectivo, con tintes de racismo. No puede ser casualidad que los artistas criticados (Haila, Descemer, Gente de Zona) sean negros; y que Ana de Armas sea blanca, de ojos claros, preciosa. Al parecer eso basta para navegar con suerte en la mar del odio anticastrista.
Nadie ha criticado a la chica Bond que entra y sale, con su chico Armagedón, de los restaurantes y negocios más exclusivos de La Habana. En algún post sobre su glamorosa presencia en el Centro Histórico, alguien comentó: “Que no le quede ni un rinconcito de La Habana por conocer”. La frase abriga cierta ironía que hizo pensar a más de uno que esa inmersión en los barrios pobres de la ciudad vieja le mostraría a Ben Affleck la publicitada miseria cubana, como para ayudarlo a tomar conciencia de la vida en dictadura, de los contrastes.
Sin embargo, ninguno de los dos parece interesado en los contrastes. Lo más seguro es que Ben Affleck se lleve la impresión de que los cubanos somos “gente pobre, pero muy amable”. Es lo que dicen todos los yumas. Una ojeada, por visible que sea la pobreza, no es suficiente para hacerse una idea. Para entender Cuba hay que vivir aquí, y saber joderse como solo los cubanos se han jodido por seis décadas.
Lejos de eso, Ana y Ben gastan el dinero en los mismos negocios que frecuentan los “artistas apolíticos” cuando están en Cuba. De alguna forma su plata también va a las arcas del castrismo. Es decir, no hay diferencia, salvo el tema racial y el incidente con Javier Caso.
Para mí el silencio de la actriz sobre la coacción de que fue víctima su hermano, amenazado bajo el mismo Decreto por el cual hoy está preso Luis Manuel Otero Alcántara, es tan abominable como la guataconería de Haila hacia Fidel Castro. Incluso peor, porque Ana de Armas reconoció que tuvo que irse de Cuba para cumplir su sueño de convertirse en actriz de verdad, con un salario digno, para no tener que vender croquetas ni tamales.
Me parece desconcertante que ahora, tocándole la represión tan de cerca en la persona de su hermano, guarden silencio ella y los acusadores dispuestos a lanzar flores a unos y piedras a otros por idéntico motivo. Supongo que el conflicto cambia de color según la lente con que se mire. Pero para mí es sencillo: los criticamos a todos, o a ninguno.
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