LA HABANA, Cuba.- Muchos han olvidado, incluso hasta los creyentes católicos, que desde el 3 de enero de 1962 Fidel Castro estaba condenado al infierno. Ese día fue excomulgado por el Vaticano en un interdicto que se mantuvo hasta el día de su muerte, aceptado por el Papa Juan XXIII.
Y no sólo ocurrió porque el Vaticano era enemigo del comunismo, muchos factores influyeron para que se tomara una decisión tan drástica con un jefe de estado.
Durante sus primeros años de gobierno, el dictador caribeño aplicó leyes draconianas que atentaron contra la prosperidad del país, violando los Derechos Humanos e imponiendo una política a la fuerza, que pisoteaba una y otra vez cualquier asomo de democracia que surgiera en el país.
Seis años después, en 1968, en un Congreso de Escritores, como para confundir e ignorar la condena, expresó: “Esperemos que no se nos aplique el procedimiento de excomunión”, como si, de hecho, no hubiera sucedido años antes.
Más tarde, cuando en 1996 “el hijo del Diablo” fue recibido en el Vaticano, y cuando ese mismo excomulgado recibió en 1998 a Juan Pablo II en Cuba, muchos pensaron que la Iglesia Católica se sumaba a la dictadura castrista.
Pero nunca se trató de un triunfo de Fidel sobre el Vaticano, aunque él tratara de dar a entender ese.
La realidad es que el Vaticano, por un lado, tiene relaciones diplomáticas con todos los Estados, y por otro, jamás levanta una pena de exclusión de los sacramentos.
La pena católica a la que fue condenado Fidel Castro, que duró 54 años, se cumplió definitivamente el 25 de noviembre de 2016.
En Cuba todavía no sabemos de qué y cómo murió. Eso lo sabe solamente el Diablo, que fue quien lo recibió aquel viernes a las 10:29 horas de la noche.
Si de este asunto poco se sabe, es porque la Iglesia no publica dichas condenas. En los últimos años sólo se han conocido aquellas aplicadas a sacerdotes y obispos que causan graves males. Pero la sanción espiritual del dictador cubano siempre se mantuvo en vigor, pese a los esfuerzos que él hizo por maquillar su régimen respecto a la libertad de religión.
Y para ser justos debemos reconocer que, entre otros, fue el Vaticano quien se percató desde temprano hasta dónde llegarían las ideas comunistas de Fidel Castro, incluso cuando se presentó como una fuerza liberadora, que funcionó, en realidad, siempre en detrimento de la población cubana, obligada a votar, pero con el deseo oculto de abandonar el país.
El Vaticano, desde mucho antes, ya había dado la voz de alarma, cuando definió al comunismo como “una herida fatal que se insinúa en el meollo de la sociedad humana sólo para provocar su ruina”.
La condena a Fidel Castro tuvo un propósito muy claro: evitar que el dictador engañara a los católicos cubanos.
Si lo ha logrado o no, el tiempo lo dirá.