LA HABANA, Cuba.- El primer intento de hilvanar estas ideas llegó durante la mañana del último 26 de julio, tras la culminación de ese acto que celebró, en Sancti Spíritus, otro aniversario del ataque al cuartel Moncada. Apagué el televisor e inmediatamente me dispuse a trabajar… en vano. No conseguí la conexión que precisaba, y hasta supuse que unas horas de distancia me enlazarían con el tema, pero llegaron algunos imponderables y hasta una sinusitis. Esperé, trabajando, el mejor momento…, a fin de cuentas yo no redactaría una noticia, así que la inmediatez no era premisa. Mucho más importante para la cultura política del mundo resultó la aparición del Anti Düring y, aún creyéndolo, Federico Engels retrasó durante años su respuesta al señor Düring.
Creo que mi demora también tenía relación con el hecho de que cada cosa que miré y escuché en aquel acto mañanero que ofreció la televisión nacional, no era en nada diferente a lo que miré y oí el año anterior, y el otro de más atrás, y el de… Cada año lo mismo. Una pionera lee un discurso muy parecido al que leyó otra en cualquier año precedente, y una alumna de secundaria básica hace apología de la educación cubana con el mismo ímpetu de sus predecesores, mientras una estudiante de humanidades ofrece hasta su propia sangre para defender las conquistas de la revolución, y los repentista rimadores cantan a “una parte” de la historia cubana más reciente…, y todos son aplaudidos por unos hombres que lucen blancas e impolutas guayaberas a las que no puedo aspirar. ¡Se ha vuelto tan cara la prenda nacional!
Lo mismo cada año: idénticos discursos, idénticos aplausos. Si algo tuvo de diferente esta celebración fue el hecho de que Machado Ventura fungió como cicerón principal, aunque también su discurso, leído, fue tan apologético como el de todos los oradores que han subido al podio de estas celebraciones. Otra vez la producción de leche aumentó pero yo jamás la veo en la taza de mi madre. Crece el cultivo del tabaco pero suben, sin previo anuncio, los precios de los cigarrillos, en el mismo instante en que aparece una discretísima rebaja en algunos alimentos. La mortalidad infantil en la montaña decreció pero mi madre, ¡otra vez mi madre!, que tiene serios problemas cardiacos, no consigue la aspirina de 125 miligramos.
Ese día conocí también del crecimiento que experimentó el turismo: un 16%, y además que se construyeron 2000 habitaciones nuevas, lo que resulta mucho más significativo para los turistas que para quienes jamás entramos a un hotel. Aun así, creo que tal representación tuvo algún sentido; nos hizo conocer alguna cosa, lo malo es que no podemos disfrutar, al menos esa mayoría que nunca somos oradores principales, de esa cosa… A pesar de todo se escucharon una y otra vez los aplausos, y una y otra vez los vivas prolongados, pero no los nombres de los jóvenes que perdieron su vida en el asalto. Y en eso advierto cierta coherencia, porque este año atendimos mucho más a aquella canción del grupo Moncada que asegura que: “el 26 es el día más alegre de la historia”.
Debe ser por eso que pienso, cada vez que oigo esa pieza tan festiva, en lo que diría Joaquina Cuadrado, quien sobrevivió 24 años a su hijo Abel, si la hubiera escuchado. ¿Habrían estado conformes los cercanos a Boris Luis Santa Coloma, Raúl Gómez García y Mario Muñoz Monroy? ¿Qué pudo pensar Haydée, hermana de Abel y novia de Boris? ¿No serían esas muertes las que llevaron a Haydée a decidirse por el suicidio? ¿No sería ese suicidio lo que hizo que sus restos descansaran tardíamente en el Panteón de los Mártires en el cementerio de Santa Ifigenia?
Sin dudas el 26 de julio no es la fecha más alegre de la historia. El 26 de julio es una fecha luctuosa. Eso dijo una vez un amigo en un acto público, allá en Encrucijada, en la tierra donde nacieron Abel y Haydée, donde nació mi amigo Carlos Julio Larramendi, y hasta yo. Yo no estuve en aquella celebración, pero luego supe por Paco, que así le decían a Carlos Julio sus amigos, de cuánto lo repudiaron. Tanto le hicieron que tuvo que emigrar. Mi amigo vive hace algunos años en los Estados Unidos, como también está por allí Sara Salinas, quien por esos días era funcionaria en la Casa de Cultura de la localidad, y además militante del Partido Comunista, pero eso era en aquellos días, porque luego Sara, quien inició todo el repudio, fue a visitar a su hija que ya vivía en los Estados Unidos y terminó acogiéndose a la Ley de ajuste cubano…
El 4 de julio publiqué un artículo en CubaNet sobre una rara coincidencia: Juan Carlos Cremata tuvo que tomar la decisión de vivir en los Estados Unidos tras la censura de El rey se muere, mientras que Andy Arencibia, el crítico teatral que primero atacó aquella puesta en escena, aprovechó una breve estancia en el país del norte y tomó la misma decisión que el artista que antes repudiara. Ahora volví a juntar a otros dos; mi amigo Paco pidió asilo y Sara se acogió a la Ley de ajuste cubano. Cuantas coincidencias para este mes de julio…, por eso no me extrañaría que alguna vez nos enteremos, pasados unos años, y si la ley de ajuste continúa, que algunos de los jóvenes que hacen discursos exaltados en fechas tan señaladas decidan vivir más al Norte haciendo uso de una ley que no debía protegerlos.
No se por qué ahora, cuando debo terminar, pienso en la caverna de Platón, en aquel espacio oscuro y aislado donde solo se pueden ver las sombras de las cosas y de los seres que están fuera, y también en algunos de los músicos de Moncada que ahora viven en los Estados Unidos, pero que alguna vez nos hicieron creer que el 26 era el día más alegre de la historia.