LA HABANA, Cuba -En días pasados el periódico Juventud Rebelde dedicó espacio a Julio Cortázar -1914-1984-, uno de los escritores más admirados de la literatura latinoamericana. Algunos poetas y novelistas expusieron sus anécdotas con él o con su obra. Sin embargo, ninguno de ellos se refirió a la frase más célebre del autor de Rayuela, cuando calificó de surrealista a la Revolución de Fidel Castro, tal vez porque nunca le gustó.
Como yo también tengo mi anécdota con Cortázar, voy a contarla.
Eran los años setenta. Visitaba yo a mi entrañable amiga Maggie Prior en su pequeño apartamento de la calle San Lázaro, en La Habana, cuando de pronto salió de la habitación de dormir el hombre más raro que había visto en mi vida: alto, demasiado alto, delgado, demasiado delgado, feo, demasiado feo. Un anciano con semblante de niño, sonriendo y en calzoncillos atléticos.
Me quedé en una pieza, sin poder decir ni esta boca es mía.
Maggie, aquella estupenda negra esbelta, nada bella de rostro, pero con tremenda personalidad en la escena cuando cantaba en los cabarets de los mejores hoteles de La Habana, sobre todo jazz, algo prohibido por aquellos años, me lo presentó:
-Julio Cortázar, mi amante.
Me tendió un larguísimo brazo derecho y su mano grande, una de esas manos que parecen abarcar todo un horizonte.
En aquella ocasión no conversamos. Estaban muy entretenidos. Maggie, en probarse los novedosos y caros vestidos que Cortázar le había traído de París y el anciano escritor en aprobarlos o desaprobarlos, según sus gustos, para usarlo esa noche en la Casa de las Américas.
Aquella escena siempre la he guardado en mi memoria: Cortázar cómodamente sentado en una butaca, casi desnudo y Maggie, desnuda, exaltada, quitándose y probándose vestidos, ante la mirada del anciano, que le decía: este te queda mejor. Pruébate aquel. Da vueltas. Este es el perfecto. ¡Excelente¡…
Otro día coincidimos en el bar Las Cañitas del Hotel Habana Libre. Cortázar estaba alegre y se veía mejor. La primera impresión que me había dado de esposo cazolero, opinando sobre trapos, desaparecía. Algo que vi en él aquella noche me agradó.
Por eso sin pena alguna le pregunté por qué había calificado a la Revolución de Fidel Castro de ¨surrealista¨.
Como yo era ciegamente revolucionaria y sorda de cañón ante cualquier crítica que se le hiciera a Fidel, no entendía bien aquella definición suya.
No podría precisar la respuesta de Cortázar. Ha llovido demasiado. Pero sí que sus palabras me resultaron incomprensibles. Sobre todo por el acento francés que utilizaba en su español.
Le dije que su apreciación sobre ¨nuestra Revolución¨ no caía bien, que parecía algo de mala fe y hábilmente cambió de conversación.
¿Acaso quiso decir el autor de Rayuela que la Revolución se escapaba del mundo tal cual era, que se trataba de una imagen visionaria, algo que nos imaginábamos los cubanos que ocurría?
Maggie murió tempranamente. Cortázar no volvió a Cuba durante años. Ha transcurrido más de medio siglo del mismo surrealismo revolucionario. Muy poco o nada ha cambiado
¿Qué diría ahora el escritor argentino, mientras se le rinde homenaje, pero en la prensa de Fidel nadie se atreve a repetir lo que dijo de la Revolución?
Ni siquiera Pablo Armando Fernández pudo aclarar en Juventud Rebelde la definición de Cortázar y sólo se limitó a decir que en 1963, en Londres, hablaron ¨…de la visión natural de la isla que para él hasta entonces era literaria¨.
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