MADRID, España. — La inflación del mes de septiembre en Cuba, un 63,3% en tasa de variación interanual, ha estado ausente de las intervenciones de los ministros de economía y de finanzas en la Asamblea Nacional. En honor a la verdad, el único que ha hecho referencia al comportamiento de los precios ha sido Marino Murillo en su explicación de la Tarea Ordenamiento, pero los dos pesos pesados, economía y finanzas, ni mencionaron la situación excepcional de la inflación en Cuba.
Lo cierto es que la economía cubana se enfrenta en este momento al problema de unos precios que han experimentado un salto histórico, pasando del 18,5% a finales de 2020 al 63,3% de septiembre pasado, una aceleración muy intensa que está provocando daños irreparables en numerosos sectores, actividades y segmentos de la población.
La tasa de inflación en variación interanual del 63,3% en la Isla es un valor desconocido desde los inicios del proceso revolucionario comunista. En Cuba, donde el régimen presume de haber proscrito el mercado y la Ley de oferta y demanda, los precios se mantenían siempre bajo control con políticas como precios centralizados o topados, que acababan provocando escasez en los mercados al no tener incentivos la oferta para producir con pérdidas.
Este aparato intervencionista ha llegado maltrecho hasta nuestros días, donde han surgido actores económicos que, por suerte, escapan de ese control e intervención estatal. Murillo, por ejemplo, se atrevió a afirmar que si en el índice de precios al consumo se incluyeran los productos y servicios del mercado informal, la inflación sería incluso superior. Lo que no dijo es que el origen de esos precios tan altos se debe a su Tarea Ordenamiento y las exigencias de salarios y pensiones al alza sin contrapartida de productividad, lo que ha supuesto que casi 500 empresas estatales se encuentren en situación de insolvencia en el primer semestre de 2021.
La inflación descontrolada que existe en Cuba llegó a partir del 1 de enero, cuando entraron en vigor los precios y tarifas publicados en la gaceta oficial por el régimen. En particular, los primeros que llamaron la atención fueron los de la electricidad, que por su espectacular subida fueron ampliamente contestados por los distintos sectores sociales y productivos, obligando al régimen a dar marcha atrás. Los apagones y la crisis energética que padecen los cubanos en los últimos meses tienen mucho que ver con la reducción de rentabilidad del monopolio eléctrico, incapaz de atender sus obligaciones con los ingresos que recibe.
Y así, el resto de los precios iniciaron una escala que ha llevado a un amplio abanico de tasas de inflación, que oscilan entre los valores más elevados, un 171,3% en Transporte a un 152,2% en Servicios a la vivienda y un 93% en alimentos, como las más elevadas, hasta el más bajo, un 6,27% de las prendas de vestir. En medio de ello, se produce el avance de la inflación en toda la economía sin que se pueda aceptar que se trate de un fenómeno pasajero porque la escalada de electricidad, transportes o alimentos se va trasladando al resto de componentes del índice de precios, y lo más probable es que todos vayan experimentando una cierta convergencia en los incrementos en meses posteriores, si las autoridades siguen como hasta ahora, viéndolas venir.
En la economía cubana, la reducción estructural de la oferta combinada con una abundante cantidad de dinero en manos del público, que el régimen no consigue drenar, son los ingredientes básicos para que la inflación, una vez producida, se alimente en el tiempo acentuando los daños que provoca en la sociedad. Lo más grave es que si esta tensión en los precios se mantiene en el tiempo, reducirá la capacidad adquisitiva de los consumidores y acentuará las pérdidas de las empresas, además de erosionar los depósitos bancarios.
Un cuadro muy negativo que impedirá cualquier proceso de recuperación económica que, como dijo el ministro del ramo en la Asamblea Nacional, está a la vista, pero, al parecer, solo él lo ve. Lo más probable es que si no se corrige el curso de la inflación, se acabará produciendo una intensificación de la crisis, menos crecimiento y los cubanos vivirán por primera vez en seis décadas el fenómeno conocido como estanflación, que es ajeno al modelo social comunista imperante en el país. Ajeno, porque este sistema carece de mecanismos flexibles de precios y mercados para corregir una situación que solo admite este tipo de instrumentos.
En ese sentido, el riesgo de la inflación es que su evolución solo pueda ser enfrentada por medio de un endurecimiento de la política monetaria, que suponga un aumento de los tipos de interés, que en el caso de Cuba plantea dificultades para el Banco Central que debería ser el encargado de poner orden, pero que no está por la labor. La inacción en materia de lucha contra la inflación se acaba pagando a medio y largo plazo, cuando el fenómeno deja de ser coyuntural y se convierte en estructural. No me cabe la menor duda que más pronto o más tarde, en Cuba subirán los tipos de interés.
La inflación actúa, además, como un impuesto silencioso, que reduce el poder adquisitivo de salarios y pensiones, a la vez que deteriora el poder real del ahorro bancario. Por eso, tan solo encuentra defensores entre los colectivos endeudados cuando los salarios con la que pagan sus facturas financieras, sus créditos, se someten a una actualización puntual en la misma proporción que suben los precios, lo cual no es el caso de Cuba, donde estas prácticas salariales son erráticas, se basan en criterios políticos.
El hecho de que la inflación actúe como un impuesto silencioso sobre las rentas adquiere mayor impacto negativo cuando las empresas, los hogares o el Estado se encuentran altamente endeudados. En Cuba, las empresas o los hogares se encuentran menos endeudados que el Estado (cuya deuda externa se estima puede superar el 20% del PIB) por lo que la inflación solo puede aumentar los costes financieros del Estado, acostumbrado a funcionar con elevados niveles de deuda históricamente.
La necesaria consolidación fiscal que debe implementar el régimen para tratar de reducir su déficit público (alrededor del 20% del PIB en 2020) debería ir acompañada de una política monetaria del Banco Central capaz de ejercer una influencia conjunta sobre los precios. La inflación de Cuba es también consecuencia de la deuda descomunal del Estado, y eso no lo reconocen los dirigentes. Jugando a socialismo y a empresas estatales como centro de la economía, incrementan los niveles de deuda a cifras insostenibles que alimentan los procesos inflacionistas. El descontrol es mucho mayor del que se puede imaginar.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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