HARRISONBURG, Estados Unidos. — Hoy se cumplen 70 años del entierro simbólico de la Constitución de 1940, uno de los textos más modernos y avanzados de su tipo en el siglo XX.
La marcha, protagonizada por estudiantes universitarios, partió en horas de la tarde del 6 de abril de 1952 por la calle San Lázaro hacia el Rincón Martiano, rebautizado después como Fragua Martiana.
Frente al busto de José Martí se inhumó el cadáver más significativo del golpe de Estado del general Fulgencio Batista y se escucharon los encendidos discursos de José Antonio Echeverría, Juan Pedro Carbó Serviá, Álvaro Barba, Armando Hart, Manolo Carbonell y Raúl Castro.
Faltaban 475 días para el 26 de julio de 1953, fecha en que un grupo de jóvenes liderado por Fidel Castro atacó instituciones de la dictadura y ultimó a guardias del ejército nacional, todos cubanos, seguramente con esposas e hijos.
Es conocido el resultado de esos ataques que enlutaron al pueblo cubano y cómo Fidel Castro, huyendo de la justicia, fue salvado por un suboficial del propio ejército al que él había atacado.
No he podido impedir comparar ese contexto con la triste realidad de la Cuba actual, condenada a transitar por un ciclo de represión que parece interminable en la ya larga lucha para convertir a nuestro país en una verdadera democracia.
Regino E. Boti y Rafael L. Díaz Balart, dos adelantados
El 12 de enero de 1954 el abogado, historiador, pintor y poeta guantanamero Regino E. Boti hizo un dibujo a bolígrafo que resultó un juicio y una premonición.
En él se ve a Martí llorando sobre Cuba mientras una frase sentencia: “Inútil sacrificio”. Pienso que no solo reflejó el dolor de los cubanos por el quebrantamiento del orden constitucional, sino que también las lágrimas del Apóstol vaticinaban que lo peor estaba por venir.
Gran clarividencia mostró también el Dr. Rafael L. Díaz Balart cuando en 1955 intervino ante la Cámara de Representantes de la República para explicar por qué se oponía a la amnistía que dicho órgano aprobó. Sus palabras dicen mucho de su capacidad política:
“Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de la ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del Comunismo Internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudo-ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra República”.
La represión, cualidad innata del castrismo
En realidad, transcurridos más de setenta años del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, el orden constitucional quebrantado por Batista no ha vuelto a restablecerse.
El próximo 10 de abril se cumplirán tres años de la proclamación de la tercera Constitución castrista, si es que podemos otorgarle ese nombre a ella y a las no menos espurias Ley Fundamental de 1959 y a la de 1976.
Antes de su proclamación en la Asamblea Nacional del Poder Popular y durante todo el manipulado proceso de discusión pública a que fue sometido el anteproyecto, los medios oficialistas se encargaron de propalar la idea de que tendríamos un instrumento jurídico garantista de nuestros derechos. Sin embargo, muy pronto la vida demostró —como muchos advertimos entonces— que era otra jugada engañosa, porque no puede existir primacía del derecho en un país cuya Constitución impone a todos los ciudadanos una fuerza política como la única posible y la erige como entidad superior, indiscutible y eterna de toda la sociedad. Con un postulado como ése toda proyección de justicia, igualdad, democracia y respeto a los derechos humanos es pura fantasía. Dicha Constitución no necesita un entierro simbólico porque nació sepultada por el engaño.
Fidel Castro y su horda terrorista atacaron de noche los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes y el hospital Saturnino Lora. Mataron a decenas de militares y civiles. Aun así, la sanción más alta impuesta a los moncadistas fue la de 15 años de privación de libertad. Solo cumplieron 22 meses de prisión porque fueron beneficiados por una amnistía que nunca debió haberse aprobado.
Es cierto que eran cuarteles que estaban al servicio de un orden inconstitucional, pero poco tiempo después del 10 de marzo de 1952 en Cuba funcionaban el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial con relativa independencia.
En los poderes legislativo y ejecutivo estaban representadas diferentes fuerzas políticas, entre ellas el Partido Socialista Popular. Y, aunque bajo censura —también muy relativa—, hubo cientos de medios que criticaban a la dictadura, algo que jamás ha ocurrido con el castrismo después de la nacionalización de la prensa.
A diferencia de los tribunales “de la tiranía de Batista”, desde noviembre del pasado año los órganos de justicia de la dictadura continuista de Díaz-Canel han aplicado sanciones draconianas a los manifestantes del 11 de julio. Por lanzar una piedra a la policía o volcar un auto patrullero algunos de ellos han sido sancionados a 10, 15, 20 y hasta 30 años de privación de libertad.
Ninguno atacó una institución militar ni mató a nadie. La única víctima conocida por esos sucesos fue un civil ultimado por un policía, del que se desconoce dónde se encuentra y si está sometido a un proceso judicial.
Con esos presos políticos la dictadura se ha ensañado prohibiendo la publicidad de los juicios y arreciando la represión en las cárceles, donde los someten a tratos crueles, inhumanos y degradantes.
Ahora, cuando surgen iniciativas ciudadanas para solicitar una amnistía, la represión y las amenazas de la dictadura alcanzan a sus familiares, a quienes les prohíbe su activismo en reclamo de justicia.
No podían faltar en ese escenario los testaferros de siempre, quienes comienzan a destilar su veneno contra lo que, sin dudas, será otra digna acción en la ya prolongada lucha de los cubanos por la libertad.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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