LA HABANA, Cuba.- Este fin de semana, en el teatro Karl Marx, se realizarán tres conciertos del popular dúo Buena Fe, que llevaba algún tiempo alejado de los escenarios nacionales.
Con el objetivo de satisfacer todos los gustos, cada presentación tendrá una singularidad. Hoy viernes, a las 8:30 p.m., será la velada romántica, con una selección de las canciones de amor más conocidas del binomio integrado por el cantautor Israel Rojas y el guitarrista Joel Martínez. El sábado 23 de abril, a la misma hora, ofrecerán un concierto rocanrolero con esos temas inscritos en la cuerda pop rock que tanto gustan al público nacional; mientras que el domingo a las 5:00 p.m. corresponderá la jornada de los grandes éxitos, una antología que incluirá las mejores composiciones en el quehacer de Buena Fe, desde su ópera prima “Déjame entrar” hasta la más reciente producción discográfica, titulada “Soy”.
Inenarrable la expectación que estos conciertos han despertado en el público cubano, lo cual condujo a esta reportera hasta el Karl Marx durante el primer día de la venta de entradas. La sorpresa inicial fue ver una cola que se extendía a dos cuadras del teatro, donde aguardaban personas desde las cinco de la madrugada. Gladys, una señora que salió disgustada de la taquilla con dos tickets, comentó a CubaNet que había viajado desde Artemisa muy temprano para encontrarse con que apenas a las once de la mañana no quedaban asientos libres en la platea para ninguno de los tres espectáculos. “Seguro se las dieron a los revendedores que ya andan por ahí (y señaló a uno de los presuntos) clavándolas a diez veces lo que valen”.
La gran sorpresa fue descubrir que no todos los revendedores tenían platea para ofrecer a sobreprecio. Los acaparadores comunes solo tenían primer y segundo balcón, al costo de 10 y 5 CUC respectivamente. Pero resulta que en el deprimido ámbito de la canción cubana contemporánea Buena Fe es lo suficientemente cotizado como para que un grupo de especuladores de largo alcance haga su agosto vendiendo los palcos de platea al exorbitante precio de ¡40 CUC! para un público VIP que solo puede estar conformado por los privilegiados de factura nacional y extranjeros.
Así lo comprobó esta reportera al escuchar, por casualidad, una de tales transacciones vía telefónica: “Tengo para la platea de abajo, pero esas las van a tener que pagar tus panas porque valen 40 CUC”. El revendedor que en estos términos negociaba los tickets estaba sentado en su auto, móvil en mano, en una de las entrecalles que conducen al Karl Marx, sin abordar a nadie ni proponer su mercancía. Véase hasta qué punto se ha refinado la ilegalidad en Cuba. Una forma de comerciar expedita, discreta y efectiva, que solo puede estar secundada por un jugoso acuerdo con alguien bien empoderado dentro del teatro.
Mientras esto sucedía, el sol comenzaba a picar y la cola del teatro no se movía. Un método cruel para que la gente se enfurezca y desista; o le dé igual ver el concierto en segundo balcón que en tertulia y cazuela, facilitando mayores beneficios a cierto personal del Karl Marx que lucra a costa de cualquier evento cultural que demande la atención del público cubano casi en su totalidad.
Así se manejan las escasas alternativas culturales que valen la pena y están al alcance de la población. Buena Fe ha llegado a convertirse en una especie de zona neutral donde confluyen las preferencias musicales de varias generaciones; pero elevar el precio de 25 pesos moneda nacional a 10 o 40 CUC (para el bolsillo nacional-estatal lo mismo da) es una inflación brutal, ofensiva, que un trabajador, un estudiante o un jubilado no pueden sufragar.
Pese a tales incidentes, hay que escuchar los furibundos debates en torno al consumo cultural del cubano promedio: “que es nocivo el paquete de la semana, que es perniciosa la música extranjera porque está ahogando la cubanía”, y otros argumentos que, hasta cierto punto, han sido bien fundamentados. Pero nunca se habla de quienes aprovechan eventos excepcionales con artistas del patio y a precios asequibles, para convertirlos en un negocio redondo, prerrogativa de pocos. Ello atenta contra el desarrollo cultural de la nación tanto como el desfile de productos importados de acuerdo a los cuales muchos insulares están modelando su vida y apariencia.