MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Acabo de leer en “Palabra Nueva”, revista digital de la Arquidiócesis de La Habana (Marzo 2011, numero 205) un artículo de opinión titulado “Reformas: también en salud pública”, escrito por el señor Orlando Márquez en el cual se exponen algunas consideraciones acerca de la impostergable necesidad de realizar reformas al sistema de salud cubano. De la lectura del trabajo del señor Márquez se derivan diversas interrogantes.
¿Está capacitado e interesado el actual liderazgo político cubano en facilitarle una solución factible y sensata a los problemas abordados en el artículo? ¿Sobre quién recae la responsabilidad moral y material de los hechos descritos?
Desde mi punto de vista el actual sistema cubano — entiéndase económico, político y social — constituye una especie de experimento que requiere de periódicas transformaciones regidas por las arengas, los panegíricos, los encendidos discursos y toda suerte de consignas vacías de contenido y con muy poca resonancia en el escenario social.
No sé si exagero al decir que la sociedad cubana es una sociedad agotada, con muy escasas perspectivas, donde sus ciudadanos no tienen la mas mínima posibilidad de ejercer su soberanía y creatividad, abrumados por la permanente figura del Estado Todo Poderoso inmiscuido en las más simples actividades humanas, yendo desde la elaboración de los alimentos hasta lo que deben leer o escuchar los ciudadanos.
Hoy se insiste en la renovación del sistema al calor del recién finalizado VI Congreso del Partido Comunista y los publicitados Lineamientos. Me da la impresión que se reeditan las cruzadas de los años 70, 80 y 90 del pasado siglo.
Lo que Cuba demanda y requiere es la renovación de quienes la desgobiernan, aferrados al poder por inescrupulosos apetitos. No se puede hablar de renovación mientras permanezcan inalterables las actuales estructuras represivas.
Recuerdo que el mandante designado, Raúl Castro, en una alocución con motivo de la creación del Poder Popular hace ya más de cuatro décadas, sentenció con increíble insolencia e hipocresía: “Ahora si vamos a construir el Socialismo”. Y evoco con insuperable nitidez las delirantes metas del Programa Alimentario, la erradicación de tendencias negativas, la lucha contra el burocratismo, el perfeccionamiento empresarial, la cadena puerto-transporte-economía interna, el “acelerado programa” de construcción de viviendas, las micro brigadas sociales y el bochornoso propósito de alcanzar en la zafra de 1970 los diez millones de toneladas de azúcar junto a otras propuestas inalcanzadas, desaparecidas bajo un diluente devastador cuyas consecuencias, tal vez, propiciaron ese nocivo ambiente de corrupción, desinterés por el trabajo honrado, duplicidad moral, oportunismo, insensibilidad y otros nocivos fenómenos presentes en el panorama social cubano.
Si aceptamos como válida la idea de que Cuba ha sido un permanente campo de experimentación, ¿por qué no se realiza un “experimento” capaz de poner fin a más de medio siglo de errores, descalabros económicos, promesas incumplidas? ¿Por qué no se permite al ciudadano cubano, interpretado como el sujeto preferencial de cualquier sistema, desarrollar libremente sus capacidades productivas aprovechando los presuntos avances logrados en materia educacional? ¿Por qué no se reconocen ni se aceptan los errores cometidos en el manejo de la economía tratando de ocultarlos bajo la eventual amenaza de una agresión estadounidense ni los horrores de las cárceles, los paredones de fusilamiento, los campos concentración y los miles de cubanos muertos en un fallido intento por alcanzar la libertad? ¿Por qué los principales cabecillas de aquel proceso no rinden cuenta periódicamente de su gestión y se someten a la crítica social? ¿Por qué insistir en la idea de que esos cabecillas, la mayoría de ellos biológica y políticamente en fase de extinción, son los únicos capaces de dirigir y orientar los esfuerzos de la sociedad?
¿Por qué impedir que ciudadanos honestos, estimulados e inspirados por propósitos genuinamente patrióticos, expresen libremente sus ideas, sus soluciones, sus criterios, en una atmosfera de respeto y consideración? ¿Por qué tildar de mercenario, vende patria o traidor a aquel que no comparta la ideología oficial? ¿Por qué se les envía a la cárcel o el destierro reeditando las peores estrategias del sistema colonial?
Yo sé lo que va a ocurrir al final de esta historia. Un día — no se dónde ni cuándo ni cómo — alguien salido del anonimato o de las sombras – tal vez, incluso, de la cárcel – va a lanzar una clarinada de redención e intentará poner las cosas en orden y recuperar para Cuba la normalidad. Porque de eso se trata justamente: de conducir a Cuba por el sendero de la normalidad.
Y todos seremos testigos del derrumbe de los estereotipos y los dogmas, y muchos se asombraran y arrepentirán, ya tarde, de no haber comprendido a tiempo que un país no es una finca, que una sociedad no es una parcela privada y que los seres humanos, mas allá de credos, ideologías y preferencias políticas, tienen el derecho y el deber de contribuir al crecimiento, el bienestar y la felicidad de la Patria.
¿Reformas para mantener el poder, para hacer lo que históricamente siempre han hecho los partidos comunistas? ¿Reformas para la permanencia de los atropellos, los crímenes, las violaciones y las angustias de millones de seres humanos? ¿Reformas para eternizar los privilegios de una elite envilecida y envilecedora?
Pidan reformas, señores de la Iglesia Católica. Pero háganlo con apego al mensaje dejado por nuestro Salvador. Asimilen esa enseñanza. Ustedes, obviamente, no tienen en sus manos la solución a los problemas de Cuba pero para la solución de los problemas de Cuba sería justo y necesario que el pueblo contara, también, con ustedes.
Cuando el Señor de la historia venga que no los encuentre comprometidos con la maldad ni con la esclavitud de los cubanos, sumergidos en la pobreza y la inseguridad. Los invito, con cristiana convicción y devoción, al compromiso y la participación para la reconstrucción de esa gran Nación con un claro sentido de Patria.