MIAMI, Estados Unidos. – Hace ya mucho tiempo existe una izquierda democrática en el panorama opositor cubano, pero solo ahora el régimen comienza a necesitar de sus servicios, solo ahora le interesa que esta se muestre al mundo como tal y promueva la narrativa del diálogo, la unidad y el inclusionismo, lo cual jamás podría esperar de un posicionamiento de derecha. Habida cuenta que dentro del propio régimen existe un sector reformista, hoy el verdadero adversario de la dictadura es el que se desmarca de la izquierda. Por eso es conveniente aclarar desde un principio que estoy contra el socialismo así sea anticastrista.
Los cubanos no aprendemos la lección. Si el régimen ha logrado mantenerse todos estos años es porque ha estado un paso adelante respecto de sus enemigos. Lo que sucedió el 11 de julio viene determinando hoy los movimientos tácticos y estratégicos de la dictadura. Nosotros no tenemos ni idea de cuán definitoria fue aquella explosión social. Todo lo sucedido posteriormente ha sido fríamente calculado por los órganos de la Seguridad del Estado con el propósito de apagar esa llama y liberar la tensión. Y cuando digo “todo”, es todo. Tal parece que ya hemos olvidado lo que fuimos y somos capaces de hacer. El fracaso cantado de la marcha infecunda del grupo Archipiélago, la deportación de activistas, el sospechoso reverdecimiento de la narrativa del diálogo y la proliferación descontrolada de la retórica inclusionista han venido a ocupar la vacante dejada por aquel levantamiento popular.
Atienda bien, cubano que me lee: la dictadura se ha apropiado del diálogo y de la inclusión y está poniendo todos sus recursos en función de diseminar esa estrategia. Te están lavando el cerebro usando para ello a intelectuales, artistas, activistas y opositores izquierdosos. Y esto, porque los anteriormente mencionados han picado el anzuelo primero que tú y ahora son los embajadores de buena voluntad. Esos mismos que te inocularán un pensamiento que antes del 11 de julio fue sensato y positivo, pero que a partir de esa fecha se convirtió en un bumerán. La dictadura pende de un hilo, y ese hilo puede ser roto solo por una protesta real, masiva y excluyente. Es la dictadura la que hoy necesita del diálogo y de la narrativa inclusionista para apaciguar al gigante que ya no está dormido. Y en una situación inédita como esa acude entonces la izquierda opositora a oxigenar al régimen. El diálogo y el inclusionismo son hoy herramientas de continuidad y enemigos de la libertad en Cuba. El régimen ha movido ficha, le ha dado la vuelta a la tortilla y solo la izquierda anticastrista ―la oposición leal― parece no saber que la única solución del tema cubano es un levantamiento popular, pacífico o no. El régimen, en cambio, sí tiene bien claro que una salida a la calle como la del 11 de julio pudiera ser la última, lo que es decir definitiva y definitoria.
Así es que ni me subo al carro del diálogo nacional ni me mudo a la Cuba del “con todos y para el bien de todos”, porque tampoco Martí pensó que el socialismo era un bien, sino todo lo contrario. Esa Cuba martiana excluye a marxistas y socialistas. Y es esa, justamente, la que yo quiero y defiendo. Ya había explicado este punto en un artículo anterior. Si la democracia no se muestra tolerante ni inclusiva con el fascismo y el nazismo entonces hay que aplicarle la misma regla al comunismo, puesto que junto a los otros dos es uno de esos modelos prototípicos de socialismo de Estado que conoce la historia. Ahora solo tienen que cerrar el silogismo: el socialismo real es incompatible con la democracia.
Obviamente, tras el fracaso del nazismo y del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, el socialismo, reducido al comunismo (su versión estalinista), se vio obligado a reinventarse. La interpretación estalinista del marxismo parecía demasiado dogmática a ciertos sectores de la izquierda. En ese contexto surgió el llamado marxismo occidental de la Escuela de Frankfurt, más conocido hoy en su versión enriquecida también llamada marxismo cultural. Esta es la fuente de la que bebe toda la izquierda democrática, esa que se desmarcó del fascismo y del nazismo ―atribuyéndoselo descaradamente a la derecha― pero no del socialismo marxista. Marx está en la raíz del feminismo, de la ideología de género, del relativismo posmoderno, de los estudios culturales, del post estructuralismo, de la teoría crítica de la raza, de Black Lives Matter, de la cancel culture, del progresismo, el globalismo, etc.
Hoy ha salido de Cuba y en boca de Yunior García Aguilera, el fundador del grupo Archipiélago, una tesis que no por vieja e insostenible deja de ser altamente venenosa. Me refiero a la invención leninista del capitalismo monopolista de Estado. Aun aceptando este sinsentido, cabe decir que para que sea posible se necesita al menos ―y de acuerdo a Lenin― un sector privado vigoroso (en Cuba ni siquiera existe), la nacionalización de las industrias (hace medio siglo no queda nada por nacionalizar en Cuba como resultado de una revolución socialista) y otras tantas cosas que en la Revolución no tienen posibilidad de existencia. Pero, amén de la interpretación de Lenin y de su discípulo Yunior García Aguilera, lo importante es que para que haya capitalismo monopolista de Estado tiene que haber primero capitalismo. Y capitalismo significa propiedad privada, libre mercado, derechos y democracia, entre otras tantas cosas. ¿Acaso Yunior ve algo de eso bajo el socialismo de Estado (ese es su verdadero nombre) tropical de los líderes revolucionarios? El veneno que Yunior anda esparciendo por el mundo radica en que se trata de sembrar la idea que en Cuba no hay socialismo para poderlo restaurar tras los apetecidos diálogos y el imperativo de la inclusividad. El problema real que afecta al cubano es el socialismo, del cual el castrismo, ya he dicho, es solo su modelo de Estado tercermundista y tropical.
Por otra parte, hay que dejar atrás la narrativa de la unidad, tendiente a disolver el potencial subversivo y liberador del anticastrismo en una falsa unión de base socialdemócrata. Devolvámosle a Yunior su propia receta, habida cuenta de que en la realidad política ―si bien no en la dramaturgia de su cabeza― sí existen la derecha y la izquierda: si Yunior quiere ser realmente anticastrista, pues que lo haga desde la derecha; si Yunior quiere unir a la oposición que lo haga renunciando al socialismo.
El suelo se ha movido tras el 11 de julio, el panorama opositor ha cambiado. Hay que estar atentos cuando el régimen mueva fichas. Y, obviamente, su manera de sobrevivir será utilizando a la izquierda cubana que oficialmente acaba de nacer tras las secuelas de la reciente sublevación popular. En suma, el apostar por el diálogo, el ser inclusivo, es algo que ha perdido el sentido opositor en la dinámica actual de la lucha anticastrista, particularmente después del 11 de julio. Y aunque estas apelaciones de tonos democráticos suenan agradables al oído, hay que hacer con esa cálida triada de “diálogo-inclusión-debate-” lo mismo que Martí hizo con el yugo:
Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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