FORT PIERCE, Estados Unidos.- Su Santidad, el Papa Francisco, no solo es la figura cumbre de la Iglesia católica romana, sino una de las personalidades de mayor influencia política y social en el mundo. Sus intervenciones para el inicio de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y recientemente su papel como intermediario para propiciar un diálogo de entendimiento entre la dictadura venezolana y la oposición, son ejemplos en este sentido.
Como toda figura pública, tiene sus admiradores; los que le veneran ―aunque ya la idea de que sea el representante de Dios en la tierra ha quedado como símbolo― y también sus detractores, que le hacen fuertes críticas, llegando con frecuencia a los extremos a través de la irreverencia, la ira y la calumnia.
Estos últimos tendrán motivos para pronunciarse contra el sumo pontífice cuando conozcan sus últimas declaraciones al diario italiano La República, en el que comparó el pensamiento de los cristianos con el de los comunistas.
La entrevista fue realizada el pasado 7 de noviembre por Eugenio Scalfari, fundador de dicho diario, aunque su contenido no se publicó hasta el viernes 11 de noviembre. El propósito del diálogo no fue precisamente hablar sobre comunistas y cristianos, sino conocer la opinión del Papa sobre Donald Trump, algo que el líder religioso manejó de manera muy ética al firmar que no hacía juicios sobre las personas o los políticos; sino que pretende comprender “cuáles son los sufrimientos que sus modos de proceder causan a los pobres y a los excluidos”.
Al tratarse el tema de su posible comunión con las ideas marxistas fue que afirmó: “mi respuesta siempre ha sido que, en todo caso, son los comunistas los que piensan como los cristianos (…) Cristo habló de una sociedad donde los pobres, los débiles y los excluidos puedan decidir. El pueblo, los pobres que tienen fe en el Dios trascendente son los que tienen que ayudar a lograr la igualdad y la libertad”.
Tal vez en el Santo Padre ha conocido algunos conceptos propuestos por los marxistas, los que desde el punto de vista teórico pudieran considerarse, hasta cierto punto, con alguna similitud a las ideas que se supone proclame la iglesia. La igualdad entre los hombres, la justa repartición de bienes, y la supresión de las luchas antagónicas entre las clases sociales, son puntos de coincidencia entre los teóricos del socialismo y del cristianismo.
No obstante, en el orden práctico ―y esto el Papa debe saberlo muy bien―, ni los comunistas ni los cristianos ponen en acción las ideas que teóricamente expusieron los precursores del socialismo contemporáneo, ni los que dicen seguir las enseñanzas que proclamara el noble redentor en la antigua Palestina.
No les corresponde a los líderes comunistas ni a las personalidades religiosas del presente abordar los complejos temas de la justicia social, la equidad, la pobreza y la marginación, por cuanto ni los seguidores del socialismo, ni los que administran la fe cristiana sufren como consecuencia de estos males que azotan a gran parte de la humanidad.
Todos los gobiernos de tendencia izquierdista comienzan prometiendo transformaciones sociales que beneficien a los desposeídos, y una vez establecidos en el poder pretenden perpetuarse y saquear las riquezas de sus naciones para el beneficio propio. El fracaso de un grupo considerable de países de la Europa Oriental en las últimas décadas del pasado siglo, y el desastre de algunos países latinoamericanos que han acogido la doctrina marxista a través del llamado socialismo del siglo XXI, son pruebas más que convincentes para demostrar los desaciertos de un sistema carente de valor, al menos en el orden práctico.
El mensaje predicado por Cristo no tiene absolutamente nada que ver con las tendencias socialistas ni con el cristianismo de estos tiempos. Hay mucha riqueza material acumulada para beneficio de los que están en el poder, que si se invirtiera en intentar atenuar la hambruna de millones de hombres del mundo sería un ejemplo de acto altruista; pero los comunistas no solo permanecen ajenos al sufrimiento y al dolor humanos, sino que lo proporcionan a través de su ambición de poderes y de su maldad desmedida, mientras que los líderes religiosos prefieren orar y teorizar en algo bien distante de sus opulencias.
Las palabras del Sermón de la Montaña, atribuidas al Cristo Redentor, según el evangelio de Mateo, demuestran la grandeza de aquel que, despojado de las trivialidades terrenales, supo ofrecer un mensaje edificante, muy distinto a los conceptos de los comunistas y cristianos actuales: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
Debe saber además el Santo Padre que fue precisamente un comunista el que asumió la frase “la religión es el opio de los pueblos” para arremeter contra la religión. Karl Marx (1818-1883), el teórico alemán, utiliza la idea de Bruno Bauer (1809-1882), su amigo personal y maestro, miembro ―al igual que Marx― de la izquierda hegeliana; pero no es de Marx, como se cree, sino que este la utilizó en su Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, escrita en 1843 y publicada el año siguiente en el periódico Deutsch-Französischen Jahrbücher, editado por el propio Marx.
Según las interpretaciones del evangélico Antonio Cruz, el sentido de la frase es “manifestar que las religiones eran como sedantes o narcóticos que creaban una felicidad ilusoria en la sociedad; drogas que contribuían a evadir al hombre de su realidad cotidiana”. No obstante, tomar solo la célebre frase y sacarla de su contexto puede dar lugar a interpretaciones erróneas, por lo que cito textualmente el párrafo de donde se asume la polémica frase atribuida a Marx: “La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. La religión es el opio de los pueblos. Se necesita la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real”.
Pero al parecer el Papa Francisco prefiere otras interpretaciones y dejar a un lado la idea de la abolición de la religión, pues su defensa del comunismo no es algo nuevo. Hace dos años el diario italiano Il Messagero, publicó una entrevista en la que se le asoció al comunismo, a lo que respondió: “Yo digo solo que los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del Evangelio. Los pobres están en el centro del Evangelio”.
Santo Padre, recuerde además que fueron los comunistas los que prohibieron la religión en la antigua Unión Soviética y el resto del llamado campo socialista, los que persiguieron a los que profesaban la fe cristiana, entre ellos a Juan Pablo Segundo, que se formó escondido de los comunistas polacos, algo que luego asumió el dictador Fidel Castro al proclamar el sentido socialista de la revolución cubana, con lo que proscribía a los católicos de la isla.
Rectificar es de sabios. Los feligreses esperan por nuevas reflexiones en las que pueda enmendar la idea de que los comunistas piensan como los cristianos. Revise la Encíclica Divini Redemptoris, del Papa Pío XI, y encontrará sus sabios consejos: “no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieran salvar de la ruina a la civilización cristiana”. En dicho documento afirmó que el comunismo es “intrínsecamente perverso (…) pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana”.
El entusiasmo banal de los socialistas ha terminado. Nació como utopía en los tiempos de Thomas Moro, y como utopía quedará para la historia a pesar de los múltiples intentos por hacerlo efectivo. Si el cristianismo pretende sobrevivir en el presente será mejor que se aparte del comunismo, que es el verdadero opio de los pueblos.