LA HABANA, Cuba.- “Este libro es un intento por repasar, más de medio siglo después, los acontecimientos que llevaron a la rápida muerte de la libertad de prensa en Cuba con la llegada de Fidel Castro al poder en 1959”, así comienza el amplio reportaje de Waldo Fernández Cuenca, fruto de una concienzuda investigación, que fue premiado y publicado por la madrileña Editorial Hypermedia.
No es fácil encontrar un texto que, al modo de este, conjugue virtudes como la eficacia de la estructura y el reparto de la información a través de un estilo que no necesita ni la pasión para ser intenso, ni el énfasis para ser creíble, enfocado lúcidamente en el sujeto que ya el título nos revela: La imposición del silencio. Cómo se clausuró la libertad de prensa en Cuba (1959-1969).
Y ocurre, además, que es libro para leer de un tirón, pues logra esa vívida dramaturgia de los reportajes logrados, con personajes y trama, suspenso y emoción, diálogos breves y antológicos, que pueden llevarnos a revelaciones fundamentales si uno quiere comprender mejor el intento de Fidel Castro de perpetrar la dictadura perfecta.
Es, por supuesto, una historia trágica, llena de traición y muerte, avaricia y mentira, dolor y odio, destrucción y demencia. Pero también en ella aparecen la lucidez y la valentía, la dignidad y la fe, la honestidad cívica que ni la perfidia ni la calumnia pueden manchar. Nuestra trágica historia, en fin, más extraña que la ficción del más fantasioso novelista.
Lo que reporta Fernández Cuenca es un período decisivo de la revolución: aquel en que Fidel Castro y sus fieles destruyeron, apoderándose de los medios masivos de comunicación, nuestra libertad de expresión; en uno de los capítulos más sombríos de la negra saga del castrismo, que, astutamente, supo siempre que no podría imponerse sin extinguir primero el periodismo libre y sustituirlo por una oprobiosa máquina de propaganda.
“En mi caso personal, estudié Periodismo y me prepararon –como a todos los periodistas en Cuba– para ejercer el oficialismo”, confiesa en el preámbulo Waldo Fernández (1985), que se graduó en 2011 pero pronto terminó ejerciendo el periodismo independiente. De cierta manera, en sentido contrario al de los acontecimientos que relata, su reportaje cuenta también cómo ocurrió en él esa transformación.
Aunque ya conozcamos muchas de las tramposas declaraciones de Fidel Castro en los primeros meses de su triunfo, aquí hallamos algunas puestas en su justo contexto, como esta sangrienta burla: “No hago distinción y como gobernantes tenemos que tener un respeto igual para todas las ideas. Si perseguimos un periódico y lo clausuramos, ¡ah!, cuando se empiece por clausurar un periódico, no se podrá sentir seguro ningún diario”.
Sin embargo, incluso desde antes de que fuese clausurado el primero, ni uno solo de los periódicos independientes se libraría de los ataques de la prensa gubernamental en el primer año, a pesar de que todos apoyaron la llegada de los barbudos al poder y, aun cuando se opusieran a la infiltración comunista en el gobierno, casi todos se mantuvieron a favor de la revolución.
Un mecanismo creado entonces fue la famosa coletilla –comentario anónimo añadido a un artículo– que, según el autor, “no ha tenido émulos en otro país del hemisferio occidental, ni aun bajo la bota de feroces dictaduras”. Surgido con el supuesto propósito de “ampliar la libertad de expresión a aquellos que no la tenían”, su siniestro objetivo era crear conflictos entre los obreros y los periodistas para justificar así intervención estatal de los medios. Cuando todos estuvieron en manos del gobierno, claro está, la coletilla desapareció.
Fernández Cuenca resume, tras minuciosa descripción del desastre, que “la libertad de expresión en Cuba fue enterrada en mayo de 1960, la prensa independiente desaparece en diciembre de ese mismo año y los «palos periodísticos» o cualquier vestigio de autonomía son sepultados en marzo de 1961”, cuando el líder máximo declaró que los intereses de los periódicos “deben estar subordinados a los intereses de la Revolución”.
Desde antes aun, ya había comenzado un lento pero indetenible proceso de concentración y uniformidad de la prensa, que alcanzaría su culmen con la creación, en 1965, de los diarios Juventud Rebelde, órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas, y Granma, órgano del Partido Comunista y máxima voz oficialista.
Durante los dos primeros años, también el gobierno se hizo paulatinamente con el control de los canales de televisión, tanto locales como de alcance nacional. El Primer Ministro tuvo desde el primer momento una pasión televisiva que despreciaba cualquier competencia. De modo que la radio, tan extendida desde hacía tanto tiempo por todo el territorio nacional, también terminó devorada por la ambición de dominar tanto la información como su comunicación.
En La imposición del silencio aparece la increíble variedad de recursos y métodos con que el poder revolucionario se apoderó de los medios o los destruyó: la mentira, la manipulación de la verdad, el chantaje, la amenaza de fusilamiento o de prisión, la prisión misma, la intimidación armada, la división impuesta –entre obreros y dirección, entre comunistas y no comunistas–, el asesinato de reputación, el acoso de la canalla fidelista y hasta el asalto a mano armada.
El periodista Humberto Medrano describió la situación como conteniendo un grito desgarrado: “Es la primera vez que se subvierten todos los valores morales de la estirpe. Que se elevan la delación, la deslealtad y el desarraigo del amor familiar a la categoría de deberes cívicos”. Y hoy fingen los mismos mandantes de aquellos polvos que, alarmados por estos lodos, quieren “recuperar valores”.
Cuenta Fernández Cuenca que, a dos meses del triunfo, José Ignacio Rivero, dueño del Diario de la Marina, acudió a una cita con Fidel Castro, a quien encontró con un ejemplar del periódico y una pistola sobre la mesa. “La pistola no me hace falta ya”, dijo el jefe triunfante, “pero sí la prensa, para defender los intereses sagrados de la Patria”.
Otra falsedad: casi sesenta años después, el gobierno ha tenido toda la prensa y todos los medios de comunicación que ha querido, pero siempre le ha seguido haciendo falta la pistola, o sea, la fuerza bruta uniformada y las vergonzosas turbas paramilitares; pues, por desmedidas que sean la desinformación y la propaganda, serían inútiles sin la represión pura y dura.
Sin embargo, nada ha evitado que haya surgido y se multiplique cada vez más el periodismo independiente dentro del país, como respuesta a la mentira de los medios oficiales y a pesar del acoso de la policía política. Un ejemplo magnífico es el del mismo Waldo Fernández Cuenca, que termina así su vibrante reportaje: “Mi sueño, como el de muchos otros cubanos esparcidos por el mundo entero, es que en Cuba se restablezcan la democracia y la libertad y nunca más vuelvan a ser violados los derechos fundamentales de todos los cubanos”.