LA HABANA, Cuba. — El amplio revuelo despertado en la población por el anteproyecto del nuevo Código de las Familias genera críticas a favor o en contra, pero también deja margen a ciertos asuntos imposibles de normar con leyes, como los sentimientos y hábitos individuales de las personas.
La ciencia médica afirma que cada ser humano es único e irrepetible, aun si se clonara. Lograr la compenetración y el cariño entre las personas depende no solamente de acciones y conductas a regular, sino a través del ejemplo que brinden las almas que rodeen a ese individuo.
La sociedad es también un elemento fundamental como vehículo de enseñanza, pero siempre estarán presentes tanto las emociones como el amor, el respeto hacia sus semejantes, la actitud que siga ese hombre o mujer ante los suyos, aquellos a los que se vincule y la relación que establezca en su medio social.
El pensar genera una guía a seguir. A todo esto se añade el medio de vida, en el cual entran a jugar factores como la economía, la sociedad, el ejemplo de los convivientes en el hogar y las amistades más cercanas, entre otros aspectos más.
La tolerancia entra a jugar un papel importante en la convivencia. Ahora, ante las múltiples situaciones agobiantes en que vivimos los cubanos, este es un aspecto fundamental y difícil.
¿Qué se pretende entonces con este basamento legal?
En primer término, una de las tareas perennes de todo estado totalitario, como es el castrista, es controlar al máximo a su pueblo. Normar en cada ciudadano su comportamiento sirve para afianzar su poder. En este caso, desde la propia raíz, o sea, la familia.
Otro concepto inducido en esta legislación es usar a los miembros de una familia en contra de los suyos si estos no responden a los principios ideológicos del gobierno. Esta forma de intervenir en la vida personal de cualquier miembro de la familia con carácter oficial respalda la represión que pueda llevarse a cabo por las autoridades policiales.
El Código de las Familias serviría también como vía de control del Estado sobre la educación que den los padres a sus hijos. Las leyes expuestas en el proyecto permitirían ese control, llámese “patria potestad”, “responsabilidad parental” o cualquier otro término con el cual se nombre. Esto garantiza que en los menores prevalezcan los ideales “revolucionarios” antes que los filiales.
Recordemos como desde los inicios de la Revolución la ideología conllevó a la separación de las familias cubanas, bien sea porque una parte marchó hacia el exilio o por la incomunicación entre sus miembros dentro del país. Las discusiones entre aquellos que vivían bajo un mismo techo ocasionaron no pocas veces agresiones físicas entre sus miembros, que llegaron a lamentables consecuencias en ciertos momentos. Vecinos y amistades cercanas que eran como parte de una gran familia vieron rotos sus vínculos afectivos por motivos políticos.
La propaganda oficialista actual promulga hoy restablecer esa unión rota por causas políticas, no importa donde se hallen los miembros de esa comunidad familiar. Queremos borrar el pasado con el olvido.
Una sociedad democrática puede instituir leyes que ayuden a la unificación familiar con respeto a normas de pensar y actuar individual sin contradecir las conductas sociales, con acciones propias para una convivencia pacífica y de respeto entre todos, lo cual aquí no existe.
La fórmula perfecta de hacer un verdadero reglamento que ayude a la unificación de todas las personas son el amor, el afecto, la amistad, la hospitalidad, aun entre aquellos convivientes que no tengan un vínculo consanguíneo natural. Esa conducta no se logra con leyes, sino con instintos humanos.
Por ejemplo, ¿cómo se va a legislar el trato a los ancianos y conseguir que no sean relegados y arrinconados por sus parientes? ¿Cómo conseguir por decreto el afecto y el cariño?
Ante estas sencillas consideraciones sostengo mi pregunta: ¿quién le pone el cascabel al gato? Pienso que no será el Código de las Familias.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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