LA HABANA, Cuba. – Hablar de la tradición y vigencia de la cocina cubana en uno de los salones del capitalino hotel Iberostar Grand Packard es fácil y cualquier zascandil orillero de Italia, Brasil, la India o Katmandú, lo puede percibir y degustar sin ninguna objeción; hacerlo desde las primitivas cocinas y las vacías alacenas del cubano de a pie, es para tirarse de los pelos y sonar un cacerolazo de alcance nacional.
Pero como el cinismo alimenta y la mentira engorda los cuerpos y las mentes de la dirigencia del país y a sus acólitos de ocasión; el engaño se cuece y pone a ilusos o masoquistas a babear frente a una receta de cocina elaborada en la televisión, mientras su olfato de perro huevero no puede detectar el olor de una langosta termidor, ni su paladar percibir la tersura de un boliche de res.
Por esa y otras falsedades, la celebración en días recientes y a todo trapo del taller Gastrocul 2019 Cuba, más que una fiesta para el paladar, resultó un retortijón de estómago entre los pocos que aún pueden recordar aquellos olores y sabores desaparecidos con la llegada de la revolución; y una pesadilla para las generaciones de la compota de palo, el perro sin tripas, la soya, el jurel sin cabeza, la croqueta estructurada, el picadillo saborizado, el guayafongo, el fricandel y el cerelac.
Según publicó en el Juventud Rebelde la periodista Aracelis Bedevia, “sobran razones para que la cocina cubana sea declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”, pero se le olvidó explicar dónde encontrar los productos, cómo los ingredientes, y si por azar estos aparecieran, con qué comprarlos para elaborar los platos que aparecen en los libros de recetas culinarias del país.
Además, si de nada sirvió a los cubanos que ya la UNESCO otorgara esta condición patrimonial al punto cubano, la rumba y la tumba francesa; para qué hacerlo con la cocina nacional, si resulta más fácil para la inventiva, experiencia y paladar del cubano común, desayunarse un bongó grillé, almorzar unas claves a la bechamel, o cenar un laúd asado en una tonada Carvajal, que lograr la elaboración de algunos platos “tradicionales” degustados por los asistentes al taller Gastrocul.
Para la mayoría de los cubanos es común escuchar a una vaca mugir, en la televisión, o ver una langosta desovar y hasta el salto en el agua de un salmón, en el Acuario Nacional. Pero, verlos en la mesa cocinados, sentir su olor y llevárselos a la boca, sólo le puede suceder a los hijos de papá y funcionarios de nivel, como demostró hace un mes Mariela Castro Espín, durante una cena en La Habana con la cantante española Paz Soler y la diputada socialista por Madrid, Carla Antonelli.
Pero, tal vez, la Bedevia nos diga cómo ella puede adquirir langosta, pescado, camarón, filete de res, pechuga de pollo, aceite, pan, sal, pimienta blanca, vegetales mixtos y aguardiente, entre otros productos necesarios para elaborar las brochetas mar y tierra, consideradas un plato común dentro del menú tradicional de los cubanos. ¿Nos dirá que mediante su salario mensual y la libreta de racionamiento? ¿O, gracias a la remesa familiar, o por cumplir una misión al extranjero?
Y no puedo imaginar cómo se las arregla para elaborar algunos platos tradicionales de la cocina cubana recogidos en el libro de Acela Matamoros y Pedro Fábregas, donde aparecen recetas alucinantes y escarnecedoras, al demencial estilo de una cazuela colonial de pescados y mariscos, un bacalao a la cubana, el pavo relleno con moros y cristianos o una pulpeta de carne de res.
Este utópico deleite, más que una indigestión por la sorpresa estomacal que sentiría un cubano al degustar estos manjares para dioses del olimpo gubernamental y sus oráculos del Partido, le costaría una visita policial y ser multado por receptación, o conducido a la cárcel bajo el delito de pesca ilegal —langostas—, o Hurto y Sacrificio de Ganado Mayor: vacas, para los desentendidos.
De ahí que, ante la manipulación, el engaño y la complicidad de las autoridades, Gastrocul 2019, la Unesco y los medios informativos en torno a la tradicional cocina cubana, les sugiero incluir el plato especial “Paella Revolucionaria”, elaborado en Cuba en los últimos 60 años a base de arroz, huevos, frijoles, azúcar y sal —que si no nutritivo—, al menos es socialista, próspero y sostenible.
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