MIAMI, Florida.- Hace varios años el castrismo soñaba con la idea de construir su socialismo-fraude con la ayuda de su enemigo histórico, el “imperialismo yanqui”. Luego de la caída de la URSS y el “campo socialista” aquella estrategia se convirtió en política urgente de sobrevivencia. La idea original del dictador era desarrollar la industria turística controlada por el Estado, sustentándose en conseguir que EEUU posibilitara a sus ciudadanos viajar a Cuba y a hacer turismo, pero evitando la “contaminación” ideológica y política que llegaría con ellos.
La decisión de prohibir a los cubanos alojarse y disfrutar de las instalaciones turísticas de primer nivel y desarrollar el “campismo popular” rustico y de bajo recursos para el pueblo, presentándolo como una política para garantizar las vacaciones de los trabajadores, tenía como doble propósito liberar las capacidades de turismo de calidad para los extranjeros que aportaban divisa, y al mismo tiempo mantener lo más aislados posibles a los cubanos de los foráneos.
Tal era, desde entonces, la tabla de salvación identificada por el caudillo para su régimen ante el creciente abismo económico y tecnológico que él identificaba entre el Oriente “socialista” y el Occidente capitalista, el cual estaba afectando las necesidades del régimen en todos los órdenes.
Un alto funcionario de turismo, cuya identidad reservo por razones obvias, me dijo entonces, más menos, que el plan del caudillo era “llenar las playas cubanas de hoteles y los hoteles de turistas norteamericanos”.
Con la caída de la URSS y el “campo socialista” desapareció la confrontación entre el Este (“socialista”) y el Oeste (capitalista), Cuba tendría que abandonar su apoyo a la subversión en el Tercer mundo y adaptarse a las nuevas circunstancias. El turismo extranjero cobró mayor importancia. La demanda del “levantamiento del bloqueo” tomó fuerza y mejorar las relaciones con EEUU se convirtió en un objetivo importante de la política exterior.
La oportunidad llegó con la administración Obama, quien desarrolló una política de “acercamiento y penetración” que solo convenía al castrismo en su primera parte (acercamiento), pero no en su segunda (penetración). La visita del mandatario estadounidense puso al castrismo en crisis.
A partir de las reflexiones del dictador, El hermano Obama, toda la jauría castrista inhibida por la política raulista de “acercamiento” con el “enemigo principal” se lanzó al ruedo en toda la línea: en el Partido, la prensa y la intelectualidad oficial y terminaron aplastando no solo los intentos de acercamiento con EEUU sino hasta la limitada apertura raulista al cuentapropismo y al cooperativismo, al punto que se llegaron a suspender las licencias más exitosas y demandadas por los privados.
El movimiento de los emprendedores que el mismo Obama trató de incentivar en una reunión con ellos, la realización de intercambios y visitas para recoger experiencias en EEUU, el otorgamiento de fondos y posibilidades de intercambio comercial directo con ellos, recibieron un golpe mortal que culminó con la consigna de evitar el desarrollo de los “nuevos ricos”.
Raúl, que por sus prejuicios estalinistas nunca estuvo convencido de las ventajas de permitir ampliamente las economías privada y cooperativa al margen del Estado, cedió a las presiones y prácticamente paralizó sus limitadas reformas. Su velada renuncia a continuar al frente del poder ejecutivo y traspasarlo a un incoloro cuadro político de la nueva generación, puede interpretarse como signo de admisión de su derrota.
Obama mismo se dio cuenta de que el régimen castrista no estaba preparado para desarrollar el intercambio amplio que se proponía ni para progresar en las reformas que generaran una modificación democrática del régimen. Ya al final del mandato de Obama, la aspirante demócrata Hillary Clinton hablaba claramente de exigir al gobierno castrista cambios en sus políticas internas como condición para poder seguir con el acercamiento.
De manera que fue el mismo caudillo el que frustró su plan estratégico de salvar su socialismo-fraude a con el turismo del “enemigo”, cuando comprendió que no podía mantener la sociedad cubana al margen de los vínculos con EEUU.
La llegada de Trump al Gobierno no auguraba buen camino a las relaciones y en el primer patinazo que apareció, con el tema de los ataques sónicos, se produjo el retiro del personal consular y diplomático de la embajada en La Habana que dejó poco espacio al intercambio ampliado con Obama y especialmente a los viajes de los norteamericanos a Cuba que se habían incrementado.
Sin embargo, donde el impacto se sintió más fuerte fue en el seno de la familia cubana a ambos lados del Estrecho de Florida, que vieron afectadas ampliamente sus posibilidades de intercambio y encarecidos enormemente sus costos al tener que viajar a otros países para solicitar sus visas.
Hasta ahora el castrismo se niega a emprender verdaderas reformas económicas y democráticas. Mientras esa situación continúe y dada la experiencia de Obama, será poco probable un nuevo acercamiento.
El nuevo “presidente designado”, si quiere sacar el país adelante, debe aceptar que el único responsable del desastre económico de Cuba y de sus malas relaciones con EEUU es el régimen antidemocrático, represivo y explotador impuesto en Cuba en nombre del socialismo, que resultó un fraude en todos los órdenes; desprenderse del pesado fardo castrista y actuar en consecuencia.