GUANTÁNAMO.- El 5 de mayo de 1818, hace doscientos años, nació Carlos Marx en Tréveris, en el seno de una familia acomodada.
De origen judío, Marx fue un brillante filósofo e intelectual que ha ejercido una notable influencia en la filosofía, la historia, la política, la economía y la sociología. Se le considera uno de los pilares de las ciencias sociales modernas junto con Emile Durkheim y Max Weber.
Hizo estudios universitarios en Bonn y Berlín, donde se vinculó con el movimiento e ideas de los jóvenes hegelianos, una etapa que tuvo honda influencia en sus primeros escritos.
En 1836 se comprometió con Jenny von Westphalen, pero no pudo convertirse en su esposo hasta después de la muerte de los padres de la joven, quienes se oponían a la relación. Un detalle que señalan reiteradamente los biógrafos de Marx es la estrechez económica que sufrió el matrimonio debido a las inestables entradas económicas del filósofo. Sólo gracias a la ayuda permanente de Federico Engels, su amigo y colaborador, pudo escribir su obra y mantener a su familia.
José Martí reconoció la valía de Marx por ponerse del lado de los pobres pero le criticó su inclinación a la violencia. Sus opiniones sobre la idea socialista son demoledoras y el tiempo ha demostrado cuánta razón tenía nuestro Apóstol.
El castrismo se ha cuidado mucho de difundir esas ideas y llegó al extremo de vender las obras completas de Martí sin incluir en ellas los tomos donde aparecían esas opiniones.
También nos han presentado a Marx como un paradigma de hombre impoluto, pero su vida también tuvo varios momentos oscuros. Uno de ellos fueron sus amoríos con Helen Demuth, criada de su casa que provenía de la familia de su esposa y con quien tuvo un hijo ilegítimo que tuvo que ser reconocido por Engels para salvar el matrimonio de su amigo. Otros detalles nada halagüeños sobre la vida del líder del proletariado mundial son expuestos de forma convincente por Paul Johnson en su libro “Intelectuales”.
La piedra angular del marxismo y la realidad
El Manifiesto del Partido Comunista, más conocido como El Manifiesto Comunista, fue redactado por Marx y Engels y dado a conocer en 1848.
En el prólogo que ambos escribieron para la edición alemana de 1872, ya reconocían que ese documento había “quedado a trozos anticuado, por efecto del inmenso desarrollo experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años”. ¿Qué se podría decir ahora, luego del estrepitoso fracaso del mal llamado socialismo real?
Lo fundamental de dicho documento consiste en la afirmación de que la historia de la humanidad ha sido la de la lucha de clases y que con el afianzamiento de la revolución industrial y de la burguesía como clase empoderada, sólo la clase trabajadora merece el calificativo de revolucionaria. A ella, según Marx y Engels corresponde emanciparse del dominio burgués y, concomitantemente, emancipar a toda la sociedad, una tarea que no ha ejecutado en ninguno de los países donde ha sido impuesto el socialismo.
Ambos pensadores afirman que “la burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de producción, que tanto vale decir las relaciones de producción, por tanto, todo el régimen social”. Esa ha sido una verdad ratificada por la historia. Porque los agoreros que desde entonces proclamaban el fin del capitalismo se han quedado de bruces a la espera del advenimiento del triunfo del socialismo mundial. Todo parece indicar que la burguesía está más viva que nunca y ha dado muestras incuestionables de mantenerse como una fuerza social transformadora y revolucionaria, lo que se evidencia en su demostrada capacidad para renovar y potenciar las tecnologías, los medios de producción y sobre todo los servicios, un área que no fue muy tenida en cuenta como generadora de riquezas por los ilustres pensadores. En este aspecto ni la clase obrera de los países que impusieron el socialismo ni sus partidos comunistas pudieron sobrepasar jamás a los países capitalistas, lo cual constituye una evidente contradicción con lo que postularon Marx y Engels pues si el proletariado es la clase más revolucionaria debió superar en todo a la burguesía.
Lo que sí ha demostrado la historia es que una vez impuesto el mal llamado socialismo real, los más altos dirigentes del partido comunista se convirtieron en la nueva clase explotadora de toda la sociedad, y continuaron sometiendo a los obreros por los que dijo haber emprendido la lucha.
Otra lección de la historia ha sido que en ninguno de los países donde se impuso el socialismo a la manera de Lenin y Stalin jamás confluyeron las condiciones objetivas y subjetivas mencionadas por Marx y Engels como indispensables para que pudiera edificarse la nueva sociedad.
A doscientos años del nacimiento de Marx el ideal de crear una sociedad verdaderamente justa e igualitaria continúa siendo una quimera y todo indica que no es precisamente el marxismo la mejor vía para lograrla.
Las secuelas del marxismo
Uno de los hechos más significativos de la historia del marxismo ha sido la imposición de una ortodoxia que ha pretendido aupar para sí la interpretación absoluta y única de los postulados de Carlos Marx y Federico Engels.
Lenin fue el primer líder comunista en lograr el poder y aunque a la doctrina presuntamente revolucionaria se le llame “marxismo-leninismo”, quien haya tenido la paciencia y el tiempo para leer los más importantes textos de Lenin se percatará de las contradicciones que existen entre algunos de sus postulados y los de los creadores del marxismo, amén de evidentes manipulaciones, como la necesidad de un partido único que represente a los trabajadores, basamento de toda la discriminación social y política impuesta por esos regímenes.
Una vez creada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) el marxismo se convirtió en un manual de ideas intangibles y Lenin y Stalin sus únicos e infalibles intérpretes. Revolucionarios de indubitable vinculación con el proletariado, como Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, quedaron relegados al coto de los repudiados por apartarse de la ortodoxia soviética. La primera escribió con una precisión inobjetable que “la libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido-no importa cuán numerosos-no es libertad”.
De esa forma, las interpretaciones del marxismo implantadas por ambos líderes de pretensiones mesiánicas pero totalmente desentendidos de la democracia y de los anhelos del pueblo provocaron la quiebra de elementales postulados de Marx, entre ellos el que asegura que el socialismo sólo podrá edificarse si en la sociedad confluyen condiciones objetivas y subjetivas específicas.
Ese postulado fue desconocido también por Fidel Castro, quien llegó a confesar sin ningún pudor en el famoso discurso ante los jóvenes universitarios, en el 2006, que tanto él como sus compañeros habían sido unos ilusos al pensar que sabían de socialismo, frase que dicha 45 años después de haber proclamado el carácter socialista de la revolución dijo mucho de su voluntarismo.
Pero el caso cubano no ha sido el único desvarío dentro del mare mágnum del marxismo. Todos los países mal llamados socialistas se vieron sumidos en el atraso y la pobreza bajo el férreo control del partido y viviendo bajo una represión muy similar a la implantada por el fascismo. De las penurias económicas sólo China y Viet Nam han podido ir saliendo paulatinamente gracias a la implantación de un sistema capitalista de estado que todavía no ha podido impedir la hambruna y pobreza en varias zonas del gigante asiático.
Con la excusa-real o no- del acoso de las fuerzas hostiles, cada uno de esos países fue postergando el más noble de los ideales socialistas: lograr el empoderamiento de los ciudadanos y su real y efectiva participación en la toma de decisiones y en el control de los poderes del estado. Unida a esa postergación se fue creando una clase que proclamaba la nueva moral socialista como visión de futuro al tiempo que reproducía acciones y modos de vida propios de la sociedad burguesa.
En nombre del socialismo Lenin y Stalin sembraron el hambre, la represión y el terror en la URSS. Cálculos conservadores estiman que el número de muertos en ese país, desde 1917 hasta el fin del estalinismo, supera los veinte millones. Lo mismo ocurrió en Albania, China, Corea del Norte y la Kampuchea de Pol Pot.
Cuba: el estalinismo tropical
Fidel Castro arribó al poder con un aura casi mística de redentor luego de dos años y días de enfrentamiento guerrillero contra la dictadura de Batista.
Pero resultó que el presunto demócrata se negó a reconocer las libertades civiles y la democracia que juró implantar.
Hombre de enorme egolatría, Fidel Castro no sólo se desentendió de sus promesas sino que convirtió a Cuba en una plataforma soviética, una maniobra que tuvo sus momentos más álgidos durante la Crisis de Octubre y cuando las tropas cubanas intervinieron en los asuntos internos de Angola.
Luego de casi sesenta años de castrismo Cuba es uno de los países más pobres, endeudados y atrasados de América, situación muy diferente a la que existía en 1959.
Los logros indiscutibles obtenidos en salud, educación y, deportes se lograron gracias al multimillonario envío anual de recursos que nos llegaba desde la URSS. Tan fue así que luego de la desintegración de dicho país los éxitos obtenidos en esas áreas no han hecho más que disminuir. En cuanto a libertades civiles y políticas y respeto a todos los derechos humanos Cuba es uno de peores países del mundo.
Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la revolución cubana sin someter esa proclama a consulta popular, aprovechando una coyuntura donde hizo un magistral uso de la psicología de las masas, una jugada que le permitió enterrar definitivamente los programas democráticos de la revolución e instaurar una dictadura de nuevo tipo que le permitiría libar por más de 45 años “las mieles del poder”.
En esa ocasión dijo que esta era una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. Hoy los humildes son los que más sufren los desaciertos económicos y la inequidad del castrismo.
Muchos años después de aquél día fatídico no faltan quienes aseguran cáusticamente que Fidel Castro amo tanto a los pobres que los multiplicó hasta el extremo.
En el bicentenario del nacimiento de Carlos Marx, Cuba es otro ejemplo de las secuelas del marxismo.