LA HABANA, Cuba.- Ahora que la maltrecha programación televisiva nacional es recurrentemente interrumpida para reportar el arribo al país de los altos dignatarios de los países miembros de la Asociación de Estados del Caribe AEC, dispuestos a participar en la VII Reunión cumbre de este mecanismo de concertación e integración, no puedo menos que recordar cuanto olvido, desdén y menosprecio han profesado durante años los gobernantes cubanos a los hermanos países de la subregión.
No es secreto para nadie que además de compartir el espacio geográfico son muchas las identidades culturales e históricas. Al igual que sus vecinos caribeños Cuba es resultado de construcciones coloniales lastradas por el flagelo de la trata de personas y la esclavitud, matizada por la mezcla de etnias, culturas e identidades que conformaron naciones mestizas y diversas, dueñas además de una enorme riqueza cultural.
Mucho contribuyó la inmigración caribeña en diferentes momentos de nuestra historia a la conformación de la nación cubana. Desde la avalancha de haitianos generada por la Revolución del vecino país a fines del siglo XVIII y que ha dejado tantas marcas culturales y económicas, sobre todo en el oriente del país, hasta la gran cantidad de braceros agrícolas que en precarias condiciones llegaron a nuestra Isla para brindar su fuerza de trabajo a la evolución económica que vivía el país en la primera mitad del siglo pasado.
Los trabajadores caribeños popularmente conocidos como jamaiquinos, provenían sin embargo de varias de las islas del Caribe oriental para mezclar su cultura y sus esperanzas con el pueblo cubano. Son muchos los apellidos franceses e ingleses que se integraron a la sociedad cubana como parte de esta interrelación histórica.
Sin embargo tradicionalmente los sectores hegemónicos de la sociedad cubana no pasaron de ver al Caribe como proveedores de mano de obra barata mientras miraban hacia otras regiones del planeta. La revolución de 1959 no cambio la percepción de este panorama, la inmigración caribeña, como todas las demás, se interrumpió porque Cuba dejó de ser opción de vida aun para los más desfavorecidos del planeta.
Durante muchos años el Caribe no fue objeto de interés de los afanes geopolíticos del alto liderazgo castrista, tal parece que la cultura británica, francesa, holandesa, no resultaban caldo de cultivo para el radicalismo que promovía la exportación de extremismo fratricida que tanta muerte y sufrimiento generó en Centro y Suramérica.
Durante las primeras tres décadas de gobierno castrista fue la extinta Unión Soviética y el Campo Socialista europeo el principal objeto de los vínculos políticos, económicos y diplomáticos. Con inusitada persistencia el alto liderazgo de La Habana se autoproclamaba parte de América Latina y casi nunca como Caribeños.
A mediados de la década de los setenta, luego del fracaso y las tristes consecuencias de las guerrillas y el terrorismo exportado al sub continente, el ex presidente Fidel Castro enardecido por el estímulo que a sus trasnochados afanes de gran potencia con pies de barro brindaban los conflictos bélicos africanos, aseguró que los cubanos éramos latino-africanos.
En estos años solo la pequeña Granada y el gobierno del movimiento político Nueva Joya (1979-1983) se dejó arrastrar por el radicalismo castrista con las consecuencias de confrontación fratricida, magnicidio e invasión extranjera.
Mientras los proyectos “revolucionarios” de Nicaragua, Cuba y Venezuela se debaten y degradan en el retraso económico, los conflictos políticos internos, la violación de los derechos humanos, la represión política y el exilio, las naciones caribeñas por tanto siglos victimizadas y excluidas se transformaron de colonias en países económicamente prósperos y socialmente equilibrados, alcanzando en su inmensa mayoría altos lugares en el Índice de Desarrollo Humano, sin necesidad de imponer el extremismo político ni las confrontaciones internas.
Desde finales del siglo pasado los gobernantes cubanos han vuelto su mirada al Caribe procurando nuevos espacios de respaldo diplomático y conexión económica. El eje castro-chavista en los últimos años ha lanzado una nueva ofensiva de penetración hacia la región fundamentada en la aportación de servicios y colaboración médicas, becas de estudio para estudiantes universitarios y sobre todo respaldo energético a través del proyecto Petro Caribe, el cual brinda abastecimiento de apreciables cantidades de hidrocarburos en condiciones muy favorables a países del área vulnerables en este campo.
Más allá del respaldo diplomático ganado por La Habana y Caracas en la cuenca del Caribe, estos países no han caído en la tentación del caudillismo mesiánico populista e intolerante y continúan en su inmensa mayoría siendo sólidas democracias representativas con respeto a la alternancia política.
Las naciones caribeñas han establecido estos vínculos con Cuba y Venezuela sin declinar sus fluidas relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea y los organismos financieros internacionales.
En esta cumbre de la AEC han sido abordados temas de tanta importancia como el desarrollo del turismo, los vínculos económicos regionales, las comunicaciones y el transporte entre los países del área, así como el cambio climático y los peligros que reviste para los pequeños estados insulares.
Resulta realmente aceptable ver a Cuba, por fin, integrarse a su entorno natural y cultural, pero las autoridades de La Habana bien harían despojándose de la hipocresía y la demagogia que los caracteriza para, en lugar de tratar de asumir un liderazgo que no les corresponde, tomen los buenos ejemplos y las experiencias de estos países que han resultado vencedores en la difícil lucha contra las desventajas históricas y naturales, para construir naciones prósperas y estables.