LA HABANA, Cuba. – En los Cuentos del Decamerón, del escritor italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375), un grupo de amigos huye de la plaga de la peste, de la muerte y la desgracia, refugiándose lejos de la ciudad de Florencia. Allí se entretienen contándose historias entre ellos.
En el caso de la película cubana Boccaccerías habaneras, escrita y dirigida por Arturo Soto, los personajes, casi todos cercanos a la caricatura, tienen como escenario a la ciudad, a una Habana patética y degradada, donde la sobrevivencia está signada por el engaño y la corrupción. Absurdo conjunto que no cesa en sus tejes y manejes de probar que la mentira -y otros secuaces como la falta de valores espirituales- se impone a todo.
Esta analogía de la realidad en la Cuba actual, disfrazada de un aire bocacciano trata por todos los medios de ser un divertimento, donde la ingenuidad da paso a lo grotesco, pero no deja de mostrar asuntos que antes fueron vetados, aunque hubo excepciones memorables que pusieron los puntos sobre las íes, tales como Alicia en el pueblo de las maravillas, de Daniel Díaz Torres, y Adorables mentiras, de Gerardo Chijona. Esta última de un sarcasmo mucho más refinado. Sin olvidarnos de la ya mítica Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutierrez Alea.
En cada una de estas películas, los personajes eran arquetipos en crisis existenciales ligadas a las carencias materiales unos, y otros a la abundancia. Destinados todos a mostrarnos sus giros y recovecos en una sociedad imperfecta.
De lo que antes no se podía hablar, ahora se habla demasiado, se expone sin reservas temas como la corrupción en las altas esferas de los funcionarios; la marginalidad, la pobreza, la prostitución, el homosexualismo, la vida licenciosa de los extranjeros, su poder, y la adoración al dinero.
Temas recurrentes, que saturan y pierden su efectividad en cuanto al mensaje útil. Abundancia de escenas de sexo que sirven de gancho para la popularidad.
Da pena que la mayoría de la gente se conforme con este tipo de comedia, con una risa que no viene desde el lado bueno, que justifica un mundo sin asidero para los que no conocen de pillerías.
La reflexión a los problemas se aleja y se disfraza de bufón, donde los argumentos justifican lo mal hecho en una sociedad cada vez más egoísta.
¿Qué ha pasado con la inteligencia del cubano? El consumo, la enajenación los ha vuelto ciegos, y no se dan cuenta de que hay otras salidas y otros procederes.
El cine cubano, “salvo algunas excepciones”, ha quedado remendado de banalidad y sin sutilezas; para rescatarlo hará falta una inyección de inteligencia, buenos y creíbles guiones, pero sobre todo de unos directores que tengan una cultura que abarque unas miras alejadas del localismo.
Nota de la Redacción: Boccaccerías habaneras mereció un Coral en guión en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, además de contar con el voto del público