LA HABANA, Cuba.- Hace varias semanas, un familiar, exmilitar y castrista convencido, me pidió que leyera algo que había escrito, según me explicó, “para quedar en paz con su conciencia y sus convicciones revolucionarias”. Me solicitó que luego de leerlo, le diera mi opinión del modo más objetivo posible.
Leí aquello que se iniciaba preguntando “cuándo había empezado a joderse esto” y “en qué habíamos fallado”. Conociéndolo bien, nada me sorprendió: sé de qué pata cojea.
Aunque se quejaba de todo tipo de problemas y expresaba dudas y preocupaciones sobre “el futuro de la revolución”, lo hacía a la defensiva, justificándose y buscando justificaciones a los fallos, culpando al “bloqueo y a la agresividad de los yanquis” de la mayoría de los problemas que señalaba. Reiteraba varias veces su “condición de revolucionario”, su devoción por Fidel y su confianza en “la dirigencia histórica, y en el relevo”, Díaz-Canel, a quien más que el voto de confianza que no pudo depositar en las urnas parecía extenderle un cheque en blanco.
Como podrán imaginar, mi opinión le disgustó, tanto que temí haber sido cruel y haberlo lastimado. Pero unos días después, me dijo que había estado pensando en nuestra conversación, y había llegado a la conclusión de que a los problemas hay que entrarle con la manga al codo, sin paños tibios, y que, por tanto, había vuelto a rehacer el escrito, en un tono más franco, “sin pelos en la lengua”.
Desde entonces, he vuelto a releer su descargo casi una decena de veces. Lo rehace constantemente, sin que el tono y la moraleja dejen de ser básicamente los mismos del original. Siempre lo somete a mi consideración, aunque no espere cumplidos de mi parte más allá del “está muy bien redactado”, y no los elogios a su audacia que esperaba, por ejemplo, por renegar de “la burocracia corrupta” y de los actos de repudio de 1980, que hoy lo abochornan, aunque sigue creyendo que no fueron alentados por el gobierno.
Luego de enviarlo a las Cartas a la Dirección del Granma y a Cuba Debate y que no lo publicaran (él piensa que porque es demasiado extenso el escrito y “otros compañeros necesitan ese espacio para decir cosas más importantes”), me pidió le aconsejara a qué página o blog -siempre que no fuera uno “contrarrevolucionario”- podía enviarlo.
No sabía si lo aceptarían en Segunda Cita de Silvio, o en La Pupila Insomne de Iroel Sánchez. Y como es un septuagenario, se considera muy viejo para aparecer en La Joven Cuba, además de que sus autores le parecen “políticamente inmaduros y un poco revisionistas”. A Cuba Posible ni pensarlo, porque le han dicho que la acusan de “centrista”, y aunque él personalmente, por lo que ha leído, no considera que sea así, no quiere ni que por asomo alguien pueda pensar que él se ha corrido ni un milímetro de la izquierda más a la izquierda, tal como es entendida por el Buró Político del PCC.
A propósito de Cuba Posible, a ver si se decidía por ese sitio, le copié para que leyera, porque pensé que concordaría en muchos puntos, algo así como un ensayo que se publicó el pasado 6 de mayo, de la autoría de Julio Antonio Fernández Estrada, titulado Testimonio razonado de un revolucionario inutilizado.
Lo empezó a leer con interés, pero en el quinto párrafo, se quejó de que el autor expresaba que los de su generación, los nacidos en los años 70 y que ahora son cuarentones, aprendieron, “como una estrofa de recital”, acerca de “las agresiones contrarrevolucionarias”, pero les costó más trabajo “entender que la más recia contrarrevolución es hija de los propios vicios originales de toda revolución y de sus propias inconsecuencias políticas y éticas”.
Sobre “la estrofa de recital”, comentó mi pariente, entre suspicaz e indignado, : “Ese tipo es como si pensara que exageramos la magnitud de todo lo que nos hicieron los yanquis y la contrarrevolución. ¿Qué pretende, que olvidemos la historia, como quería Obama, que en mala hora permitieron que viniera a Cuba a hablar mierda para reblandecernos y colársenos por debajo?”
Estos incondicionales del castrismo no dejan de asombrarme. Como si no tuvieran bastante con la censura, se autocensuran y se convierten ellos mismos en implacables censores de los demás, escudriñando con celo el menor matiz que pueda indicar “una debilidad ideológica”, eso, si no consideran pertinente chivatearlo a “los canales correspondientes”
De eso, entre otras muchas cosas, se queja amargamente Fernández Estrada en su ensayo: de los extremistas que tienen siempre la última palabra.
Fernández Estrada se enorgullece de que una vez, hace nueve años, el historiador Fernando Martínez Heredia lo calificara, cual si fuera un piropo, de “asquerosamente revolucionario”. Pero personas como él, no son bien vistas por el oficialismo, que las considera conflictivas, revisionistas, peligrosas, proclives a ser captados por “la subversión interna”.
No obstante, cada vez con más frecuencia leo y escucho criterios, con más o menos sordina, de personas como Fernández Estrada, y por qué no, mi pariente, cuya incondicionalidad, por mucho que lo niegue, ya empieza a resquebrajarse.
Criados con otra idea de país, de “la revolución” y de sus líderes, del futuro luminoso que les esperaba y que nunca llegó, a pesar de que esperaron pacientemente todos los plazos, ya no pueden disimular su incertidumbre y desencanto ante la debacle. Pero unos por prudencia, otros por costumbre y otros por no dar su brazo a torcer, siguen creyendo, o simulando que creen, a pesar de los pesares, en la perfectibilidad del socialismo castrista.
Aun así, con candidez pasmosa y un romanticismo digno de mejor causa, hablan de “cambiar todo lo que deba ser cambiado”, ahora sí, de democratizar el socialismo, abandonar la incondicionalidad, la unanimidad forzada y el asustadizo discurso de plaza sitiada, de fortalecer la institucionalidad, de renovar prácticas políticas, de que la legalidad socialista dé paso a un estado de derecho que garantice los derechos civiles y políticos… Se frotan las manos por anticipado con la anunciada -no se sabe para cuándo- reforma constitucional, como si los mandamases no hubieran advertido que en la constitución resultante, que será tan ideologizada y excluyente como la actual, el socialismo seguirá irrevocable y el Partido Comunista como “la fuerza dirigente de la sociedad”.
Por tanta ingenuidad, me dan lástima estos quejosos, los asquerosamente revolucionarios que rumian su decepción pero siguen con la cantaleta de la lealtad. Como los cornudos renuentes a reconocerse como tales.