LA HABANA, Cuba. — Desde el pasado 18 de enero, la opinión pública ha estado escandalizada por la situación que rodea la muerte harto sospechosa de Alberto Nisman, fiscal encargado de conducir las investigaciones sobre el acto terrorista perpetrado en julio de 1994 contra la sede bonaerense de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), con un resultado de 85 Muertos y 300 heridos.
Desde los primeros momentos se denunció la participación en este salvaje atentado del Irán de los ayatolas. Este país, que en los últimos decenios ha estado a la avanzada de cuanto acto anti-judío se realiza en el mundo, habría participado por intermedio de sus diplomáticos acreditados en la capital del país austral.
Nisman, quien había dirigido las investigaciones durante años, denunció de manera pública la intervención de los Kirchner en el ocultamiento de la conexión iraní. En ese contexto, el memorándum de entendimiento concertado en enero de 2013 entre los gobiernos de Buenos Aires y Teherán, habría representado sólo un paso en ese sentido, realizado por la presidenta Cristina Fernández a cambio de ventajas económicas.
Las denuncias del fiscal recibieron respuesta del canciller Héctor Timerman, quien tildó al primero de mentiroso. La imputación del ministro de Relaciones Exteriores despertó un interés aún mayor en la opinión pública en vista de la comparecencia que Nisman debía realizar ante el Congreso de la Nación pocas horas más tarde.
Es en esas circunstancias, cuando todos esperaban esa presentación, que el denunciante apareció muerto en su apartamento. Las autoridades, de inicio, calificaron la muerte como un suicidio. En esa ocasión, la viuda de Kirchner no fue remisa a encabezar el coro de quienes atribuían la oportuna desaparición del molesto funcionario judicial a una autoagresión.
Por supuesto que la opinión pública no aceptaba esa historia oficial. El hecho tenía todas las características de un asesinato político. Las protestas ciudadanas alcanzaron tal envergadura, que la misma presidenta cambió drásticamente su versión para pasar a afirmar que el supuesto suicidio era sólo un enmascaramiento de los matadores, deseosos de hacer recaer las sospechas sobre su gobierno. De paso, hizo una purga en su servicio de inteligencia.
Es aquí donde entran en escena aprovechados, fanáticos, despistados, profesionales del izquierdismo a ultranza y tontos útiles. Acaba de darse a conocer un comunicado de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, con un título truculento: “En defensa de la soberanía argentina”.
O sea: que la piedra filosofal de los izquierdosos de Nuestra América ha servido en esta ocasión para transmutar un oscuro crimen mafioso (que Al Capone no habría despreciado) y la consiguiente cobertura de la prensa independiente en la Patria de San Martín y en todo el mundo, en un ataque contra la independencia de ese país hermano.
Los autores del virulento panfleto se las han arreglado para mezclar en este escándalo a los “fondos buitres” y —¡cómo no!— a la “ofensiva de Washington contra los gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe”. Según Atilio Borón, Stella Calloni y otras hierbas aromáticas, todo representa una “campaña de desestabilización de los medios hegemónicos internacionales en conjunción con las fuerzas de la derecha autóctona”.
En el mismo escrito en el cual se alega “la ausencia de la solidez necesaria para exigir la indagatoria de la Jefa del Estado”, los firmantes demuestran su descoco ilimitado al denunciar, sin ofrecer prueba alguna en ese sentido, “la sumisión del fiscal Nisman a las directivas de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, la CIA y el Mossad”.
Menos mal que en esta ocasión se observa que al pie del documento faltan nombres de numerosas personalidades destacadas que se identifican con la concepción del mundo de quienes sí se prestaron a estampar sus firmas. Los “socialistas del siglo XXI” siguen haciendo de las suyas, pero al parecer una parte significativa de ellos prefiere desmarcarse cuando el desenfreno de los pro-gobiernistas llega al exceso.