HARRISONBURG, Estados Unidos. — Las relaciones del arte con la política son tan enrevesadas como contradictorias resultan a veces las posiciones que adoptan algunos creadores.
Ezra Pound, poeta significativo de la literatura estadounidense, se declaró fiel admirador del fascismo a pesar del profundo aliento humanista de su poesía. En cuerda semejante vibró el gran escritor noruego Knut Hamsun, admirador de los nazis que ocuparon su país. Pablo Neruda fue comunista y su poesía alcanzó resonancias internacionales de envergadura, al extremo de obtener el Premio Nobel. Pero su posición ante los crímenes del estalinismo y de la dictadura cubana estuvo signada por el silencio. Nicolás Guillén era ya un poeta consagrado cuando triunfó la dictadura de Fidel Castro. Había conocido la democracia y tenía conocimientos suficientes para percatarse de que el proceso liderado por el biranense estaba bien lejos del aliento humanista de su poesía. Quizás fue el primero en percatarse de la inconsistencia gradual de su poema Tengo, pero también calló.
Así como existe la alineación política, correcta o no, puede afirmarse que la apoliticidad de los artistas e intelectuales no existe, por mucho que se asegure lo contrario. Todos toman partido, sea por acción u omisión. Ante esa realidad no creo que existan eximentes morales.
En nuestro país la música constituye la expresión cultural de mayor alcance y connotación. Esto es muy usado por los ideólogos de la dictadura valiéndose del control que tienen de los medios masivos de comunicación.
Los músicos divulgan sus obras en las redes sociales, crean espacios personales y hasta se convierten en “líderes de opinión” con decenas de miles de seguidores, aunque algunos de ellos muestren en las redes que la magnitud de su cultura e ideas apenas sobrepasa el tamaño de una almendra.
Los músicos que en Cuba apoyan por acción u omisión a la dictadura gozan de todos los beneficios y privilegios posibles. Los que disienten carecen de todo.
Entre los músicos cubanos contemporáneos hay varios a los que se les puede escuchar, aunque no estemos de acuerdo con sus opiniones. Silvio Rodríguez, por ejemplo, jamás me deja indiferente a pesar de su posición política, diametralmente opuesta a la belleza y al humanismo de sus canciones.
Pablo Milanés, Pedro Luis Ferrer y Carlos Varela son otros músicos con los que podremos estar de acuerdo o no, pero siempre demuestran que detrás de sus expresiones hay un profundo y sagaz ejercicio de meditación sobre la problemática cubana.
Lamentablemente, no puede afirmarse lo mismo de otros que cotidianamente intentan acaparar las candilejas de la puesta en escena de las redes sociales. Algunos de ellos escriben buenas canciones, pero cuando opinan sobre política nos recuerdan un dicho que les viene como anillo al dedo: “¡Zapatero, a tus zapatos!”.
Por eso, en una comunidad de exiliados tan polarizada como la cubana, se entiende todo el revuelo que ha provocado la presentación de los “Los Van Van” y “Havana D´ Primera” en Florida, así como las declaraciones de Descemer Bueno y de otro músico que se identifica como “El Taiger”.
Es innegable que la música de ambas agrupaciones es contagiosa a pesar de la dudosa calidad de sus textos. Su ritmo provoca el deleite de muchos. Pero una cosa es alegrarnos cuando escuchamos esa música y otra bien diferente es contribuir a darle un espaldarazo a sus creadores aquí, donde hay tanto dolor acumulado debido a la crueldad del castrismo que esos creadores defienden.
Los cubanos que asistieron a los conciertos ofrecidos por ambas orquestas, más allá del goce efímero de los brinquitos entre butacas, o de la foto de complacencia con algunos de esos músicos para aumentar el rincón de la egolatría que obnubila al corazón, en realidad contribuyeron a fortalecer las economías personales de esas polichinelas de la dictadura.
Se requiere madurez para interiorizar que, en este momento, casi todo puede alcanzar un matiz político. Si censurable resulta la posición de quienes desde Florida gestionaron e hicieron posible esas presentaciones, también lo es la de los cubanos que asistieron a los teatros para aplaudir a quienes viven de espaldas a la tragedia de nuestro pueblo.
Y en un momento donde no todos tienen como brújula la dignidad, el patriotismo y la suficiente entereza de llamar a las cosas por su nombre, aunque ello implique no poder regresar a la patria que nos vio nacer, no es sorprendente que un músico como Nachito Herrera continúe dando muestras de docilidad hacia la dictadura.
No estoy en contra de ninguna acción de buena voluntad realizada por personas como él o el profesor Carlos Lazo, por citar otro ejemplo. Lo que sí me resulta muy sospechoso es que siempre pongan como destinatario principal de esas acciones al régimen cubano y a sus partidarios y jamás reclamen igualdad y justicia para todos los cubanos, sino solo para los que apoyan a la dictadura.
En su nueva visita a Cuba, destacada este martes por Cubadebate, Nachito dijo algo que, por supuesto, los talibanes de la dictadura destacaron de inmediato: “No tengo que renegar que soy cubano para ganar dinero. El día que tenga que decir una frase en contra de este país para recibir un cheque, ese día Nachito Herrera dejará de existir”.
Estoy muy de acuerdo con sus palabras porque el cubano que reniegue de serlo merece desprecio. Pero Nachito confunde el concepto de “país” con el de “dictadura” y los identifica, por eso rechaza criticar las injusticias del régimen y su crueldad. Nachito sabe que decir algo en contra de “ese país” —que es, además, “su país”, o lo que es lo mismo, “su dictadura”— lo llevaría a ser borrado del mapa de las entradas y salidas a Cuba. Por eso calla ante lo evidente y eso es complicidad o cobardía, o ambas.
Cuando se ayuda únicamente a quienes respaldan a un poder autoritario y excluyente y jamás se hace lo mismo con los hermanos que sufren esa autoridad y exclusión, también se toma partido, y no precisamente por la justicia.
Después de la II Guerra Mundial Ezra Pound fue encarcelado por varios años por su apoyo al fascismo.
Knut Hamsun fue acusado de traición al pueblo noruego y encarcelado, aunque fue liberado poco después debido a su edad. Enardecidos, los noruegos quemaron sus libros en las plazas.
Las llamas que devoran la cultura laceran el alma, aún más lo hacen las de la injusticia reiterada.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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