BILBAO, España, mayo, 173.203.82.38 – Una vez más Ricardo Alarcón hace el ridículo cuando intenta justificar los manejos y artimañas del sistema que representa. Lo hace cuando ofrece explicaciones huecas y risibles a los cuestionamientos que le hacen sobre las acciones y posicionamientos del régimen castrista.
El presidente del Parlamento cubano declaró recientemente al sitio de internet Progreso Digital, que Cuba está gobernada por viejos porque sencillamente la CIA no pudo asesinarlos: “Como fracasaron, estamos aquí muchos. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Autodestruirnos? O sea, ¿hacer lo que no pudo hacer la CIA?”… “No hay por qué sacar del Comité Central a un octogenario sencillamente porque el imperio no pudo matarlo antes”. De esa manera, desatinada e incongruente, respondió las interrogantes planteadas ante la reciente ratificación de la gerontocracia partidista que mantiene el control del poder en Cuba.
La falta de argumentaciones sólidas y lógicas que ha demostrado tener el gobierno comunista cubano coloca en pose caricaturesca al que califican como uno de sus más capacitados exponentes. Que Ricardo Alarcón sea una persona preparada, uno de los más reconocidos y avezados entre la dirigencia castrista, ducho en política internacional y en temas relacionados con los EE.UU, no se discute. Sin embargo su peculiar cerebro se queda en blanco ante preguntas sencillas, cuyas respuestas resultan elementales, pero que no pueden decirse. Por eso Alarcón prefiere hacer el papelón. Según su discernimiento es mejor ser objeto de burla pública antes que presentar su protuberante osamenta frontal a los artríticos nudillos del octogenario líder de la revolución cubana.
Alarcón no es inmune al miedo que prolifera en la Isla. Tal vez el terror le impide responder que Cuba está gobernada por viejos porque estos llevan 52 años libando la miel del poder. Se han añejado en torno a una ideología única para defender sus privilegios sin que les interese el bienestar del pueblo al que dicen servir.
No es la primera vez que el Presidente del Parlamento soporta la vergüenza mediática. Recordemos lo que dijo ante las cámaras en el 2008, sobre el por qué a los ciudadanos cubanos se les viola el derecho de salir y entrar a la isla sin tener que pedir el oprobioso permiso al gobierno comunista. “Si el mundo entero – sus 6,000 millones de habitantes – pudieran viajar a dónde quisieran, la congestión en el espacio aéreo del planeta sería enorme”, dijo Alarcón ante la sorpresiva pregunta que le hizo Eliécer Ávila, un joven estudiante de la Universidad de Ciencias Informáticas en La Habana.
También es sano recordar las risitas de niño inocente y carita de angelito que puso Alarcón en el debate televisivo que sostuvo -un hecho único hasta la fecha- con el ya fallecido Jorge Mas Canosa, Presidente de la Fundación Cubano Americana. Pobre de Alarcón aquel día. Sufrió uno de los mayores descalabros en su carrera al servicio del totalitarismo. La falta de razones válidas lo dejó mudo. Mas Canosa lo puso en apuros simplemente con ejemplos tangibles y análisis irrefutables.
Pero no ha sido solo a Ricardo Alarcón a quien le ha tocado manejar estas situaciones. El mismo Fidel Castro ha mostrado sus deseos de recurrir a la ayuda de un pañuelo que le secara en su frente las evidencias del trance por el que pasaba ante la pregunta incomoda de un periodista atrevido o cuando las circunstancias le han forzado al debate político en directo. El mas recordado fue el inesperado intercambio que el dictador sostuvo con el entonces presidente de el Salvador, Francisco Flores. En la X Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y Gobiernos celebrada en Panamá en el año 2000, ante la presencia de una veintena de dignatarios y el Rey de España, Castro perdió la compostura. Se retorció en su silla, dio golpes sobre la mesa, de un manotazo tumbó el vaso de agua destinada a él y apuró la que correspondía a Mireya Moscoso, anfitriona del encuentro. En fin, todo un desastre diplomático.
Pero Castro no tenía que dar explicaciones a nadie. Simplemente le bastaba con mostrar su naturaleza iracunda y agresiva, cargada de intolerancia y resentimientos. No es el caso de sus subalternos. Estos tienen que hilar fino cuando tienen que hacer declaraciones o contestar preguntas comprometedoras. Es lo que explica la respuesta de Alarcón. Esta no fue meditada. Fue automática, salida sin pensar. El instinto de preservación la hizo saltar del chip encarnado en su peculiar cerebro.