ESTADOS UNIDOS.- El pasado 6 de octubre se cumplió el décimo cuarto aniversario del fallecimiento de Andrés Nazario Sargén, una de las figuras que con su ejemplo de cada día mejor supo representar los valores y los anhelos de paz y felicidad del pueblo de Cuba.
Andrés continúa siendo faro resplandeciente y guía espiritual en esta lucha que nos ha impuesto el destino y que no puede cesar hasta que no hayamos barrido el poder totalitario implantado en nuestro país por la fuerza de las armas y sostenido a base de terror y de trampas.
Son muchas las razones que me motivan a querer compartir con ustedes las emociones que guardo dentro de mi pecho. Gratos e imborrables recuerdos de Andrés, ese gigante de la honradez y de la dignidad. Recuerdos que en ocasiones duermen como las olas de un apacible mar, o se transforman en caudalosos ríos o en ramos de rosas tatuadas de amor y de esperanza.
Su vida, así como la vida del Dr. Diego Medina y otros muchos que lo acompañaron en su histórica misión y quienes hoy también con orgullo les rendimos tributo, fue un constante batallar por la reconquista de la libertad perdida en la Patria de José Martí, la Patria de todos los cubanos. Fue su vida, en medio de las desesperanzas de un exilio prolongado en exceso, un canto de fe y de optimismo que exaltaba el espíritu y nos daba fuerzas a todos los que le rodeábamos.
Arribó a las costas de la Florida, tras escapar de Cuba en una frágil embarcación la noche del 25 de enero de 1961. Lamentablemente, no tardaría más que unas pocas horas en recibir la primera experiencia de que nuestra lucha era una realidad doliente, huérfana e incomprendida y el apoyo que buscábamos en este país para hacer la guerra a la dictadura comunista no era más que una mística quimera, subordina en la práctica a mezquinos intereses económicos y políticos.
Para quienes conocemos los detalles, no es difícil imaginar la frustración que debió haber sentido Nazario Sargén cuando a poco de su arribo feliz a tierras de libertad fue enviado, sin causa ni razón que lo justificara, a un campo de detención allá en la remota ciudad de Mc Allen, Texas, donde injustamente fue obligado a permanecer durante casi 6 meses. Esa medida absurda significó un zarpazo miserable a quien no lo merecía, y un preludio tal vez de la traición de que fueron víctimas, apenas tres meses más tarde, los heroicos expedicionarios que desembarcaron en Playa Girón.
Pero Andrés Nazario era un hombre superior, no sólo en honradez y en bondad sino también en las convicciones de sus ideales, y en su capacidad para encontrar un rayo de luz entre las sombras borrascosas y las áridas cenizas de los infortunios. Esa capacidad casi mágica que demostraba su refinada inteligencia para enfrentar las adversidades, enfrentarlas sin vacilaciones con firmeza, con valor y optimismo; enfrentarlas con sabiduría y vencerlas. Por eso su prolongado encierro en Mc Allen lejos de amedrentarlo agigantó su espíritu, dio una dimensión mucho mayor a su capacidad de lucha, a su intransigencia fértil, a su compromiso con la libertad de la Patria encadenada.
De ese encierro degradante y mezquino probablemente surgió en Nazario Sargén la convicción, que por su importancia moral y estratégica ha continuado vigente aún después de su desaparición física, de que nuestra lucha ha de llevarse a cabo sin sentarnos a esperar por nadie ni pedir a nadie permiso. Y porque para nosotros los cubanos no comprometidos con gobierno o con fuerza externa alguna constituye, además de una necesidad estratégica, un irrenunciable compromiso con nuestros anhelos de una libertad sin ataduras, una libertad sin condiciones ni sometimientos a intereses foráneos.
Recuerdo cuando, a raíz de fundada Alpha 66, poco tiempo después de haber dejado atrás las filosas alambradas del campo de concentración donde por su amor a Cuba había sido internado, comenzamos Andrés y yo a trabajar juntos en el trasiego de armas y municiones, y el transporte de abastecimientos hacia cayo Williams y otros puntos estratégicos de las Bahamas utilizados como bases de operaciones. Y lo recuerdo con su diáfana humildad, siempre presente a la hora del sacrificio. Lo recuerdo sí, deslumbrante de alegría y con fervor contagioso durante la primera etapa de las acciones de ataques de comandos que en Alpha 66 llevamos a cabo contra objetivos militares en las costas de Cuba, a fin de estimular el espíritu de rebeldía de la población. Para alimentar la fe de que sí se podía, que entre el mito y la realidad del militarismo del régimen disponíamos de un espacio concreto que nos permitía golpear en las vulnerables estructuras de la tiranía.
Me acompañaba Andrés, una y otra vez, en misiones que, vistas hoy a distancia, probablemente pudieran antojársenos como aventuras sacadas de un cuento de hadas. Me acompañaba espontáneamente, sin que fuera esa su obligación, arriesgándolo todo, en embarcaciones cuyas condiciones eran sólo adecuadas para imponernos agonías, para que sólo un milagro nos salvara de quedarnos a la deriva o enfrentar -mucho más grave aún- las terribles consecuencias de un naufragio.
Ese era Andrés Nazario Sargén. Son esos, parte de sus recuerdos que nunca se apartan de mis pensamientos. Fragmentos de imperecedera vigencia con vida eterna, que en ocasiones como hoy, como mágicas ramas de un frondoso árbol, reverdecen.
Pienso que hay momentos que para transmitir un sentimiento de admiración y de respeto no hacen falta palabras. Sabemos que además de esa inmensa dosis de nobleza y de la honradez con que transitó por la vida, la humildad fue uno de los ingredientes básicos que conformaban la personalidad de este insigne patriota, de este hombre maravilloso que el destino nos dio para que tuviésemos una valiosa recompensa y una hermosa razón para sentirnos orgullosos de haber nacido en Cuba y de ser parte integral de Alpha 66.
José Martí, el apóstol de la independencia de nuestra nación, escribió en una oportunidad: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro”.
Andrés Nazario Sargén, ese guerrero de la dignidad que se rebeló con fuerza terrible contra los que robaron la libertad a nuestro pueblo, y quien merece que se la recuerde siempre con gratitud y con admiración fue, sin duda, para honroso aporte a la historia de nuestra nación, una de esas figuras luminosas que llevaban en sí el decoro de muchos hombres.