MIAMI, Florida, junio, 173.203.82.38 -Las medidas de flexibilización tomadas por la administración del presidente Barack Obama respecto al incremento de viajes y remesas de cubanos residentes en Estados Unidos hacia Cuba, podrían ser revocadas en un futuro cercano. De ser aprobada la enmienda del congresista Mario Díaz Balart que busca ese objetivo, regresaría una etapa superada donde los emigrados de la Isla, al menos en teoría, debían esperar tres años para visitar su país de origen. Igualmente volvería el límite a la cantidad de dinero que podrían mandar a sus familiares y amigos, de acuerdo a la presunción legislativa.
La diáspora cubana en Estados Unidos se ha ubicado en el tercer lugar entre las minorías hispanas con mayor representación de acuerdo al número de miembros de su comunidad, solo superado por mexicanos y puertorriqueños. Si por un lado es cierto que la estampida migratoria de los isleños se debe al sistema socio político que perdura por medio siglo, no puede decirse que todos los que deciden salir lo han hecho por entrar en conflicto directo con el régimen. Reclamaciones familiares, sorteos de visa, salidas ilegales y hasta viajes autorizados que llevan como destino final las fronteras terrestres y aeroportuarias norteamericanas, realmente no implican persecución política ni son el resultado de una oposición consciente dentro del país. Exigirle a este grupo mayoritario de emigrados arribados en los últimos años que asuman la observancia de una actitud que no tienen interiorizada, además de una contradicción, constituye una política desfasada y errada en todos sus aspectos.
Las razones esgrimidas para justificar el proyecto legislativo se basan en que las ganancias financieras derivadas de viajes y remesas redundan en beneficio del gobierno cubano, que usa esos recursos para sostenerse en el poder y de paso mantener engrasada la maquinaria represiva del sistema. Pero si se mira con detenimiento la medida restrictiva lejos de debilitar la dictadura, significa un refuerzo potencial a los inmovilistas y extremistas de la otra orilla. Un medio útil para reanudar un discurso sin argumento y auditorio dispuesto a darle crédito. Al final el pueblo cubano es el que carga con el peso de las sanciones y por ende con el castigo.
Con la caída del Muro de Berlín en 1989 quedó patentizado ante el mundo cual era el verdadero objetivo de aquella horrible estructura y a quienes servía su existencia. La realidad demostró que el diseño no estaba levantado para contener a la porción berlinesa occidental “encerrada” tras el pétreo cordón y que su propósito era por el contrario evitar que quienes estaban fuera del cerco escaparan hacia aquel reducto de libertad. Eran estos los verdaderos prisioneros sitiados por el anillo siniestro y no sus hermanos que vivían dentro. Aquellos podían acercarse a la valla para escribir ideas o visualizar el panorama de la parte represaliada. Incluso tenían derecho a cruzarla sin que fueran coartados por leyes prohibitivas legisladas por su gobierno.
En Cuba la tarea ha sido más sencilla. El totalitarismo contó con la ventaja que le da la condición insular del territorio. No conformes con el cerco natural de aguas profundas se auxiliaron de cuanta medida fue posible para evitar contactos con el exterior y las salidas hacia otros horizontes. Lo extraordinario de la paradoja cubana es que la maniobra disuasiva y controladora contó con la ayuda inesperada de quienes afirmando querer ganar la libertad y la democracia para los que carecen de ellas en su patria toman acciones que complementan el esfuerzo aislacionista de los enemigos de la democracia.
Prohibir es un acto que por lo general resulta contrario a la práctica de los derechos. Solo los dictadores, los totalitarios y los que desprecian la libertad sienten la necesidad prohibitiva como si en ello les fuera la vida. Para ese grupo esta es su arma favorita y la que mejor servicio les rinde en su afán de propagar el miedo a la contaminación del otro y con lo otro. Evitar el contacto garantiza que la gente acepte con menor o mayor confianza los postulados del poder Supremo. Precisamente el desconecte cultural fue una de las primeras prevenciones tomadas por la dirigencia cubana cuando se produjo el desplome del socialismo real. Libros, revistas y filmes del mundo cambiante desaparecieron del entorno cubano. Muchos de estos materiales fueron proscritos por subversivos.
Una mirada desapasionada sobre los últimos acontecimientos en Cuba puede llevar a una conclusión sobre la mejor estrategia a seguir para viabilizar soluciones tan efectivas como positivas. Y es que la política flexible de contactos y puentes tendidos es la manera de desmoronar el muro de contención que rodea la sociedad cubana y la mentalidad de la gente. Poner más ladrillos a la obra solo conseguirá reforzar la rigidez de los cimientos evitando que el goteo reformista se convierta en torrente demoledor.
Cuando el reclamo de libertad se convierte en necesidad a gritos, no existe poder represivo capaz de acallar su fuerza, por bien pertrechado que este se encuentre. Esto se demuestra una y otra vez en la historia. Se comprobó recientemente en Túnez y Egipto. Se repite en Libia y Siria. Hasta la potencia china se estremece ante los primeros bostezos de una sociedad que despierta del ensueño capitalista no conforme ante la falta de derechos más esenciales.
Suprimir recursos, limitar contactos y aplicar restricciones para acelerar un proceso que no ha conseguido la misma política aplicada por tanto tiempo, resulta un esfuerzo baldío y desgastante. No puede funcionar porque no es ético ni humano crear un ambiente de privaciones para forzar la necesidad del cambio. Si esa fuera la meta de la idea entonces hay que añadir que su propósito estaría carente de caridad cristiana, divorciado totalmente con la Verdad que hace libre a los hombres. Una verdad cuyo encuentro se facilita abriendo puertas y haciendo de los muros obstáculos salvables. Todo lo contrario de lo que significa restringir y vetar, asunto que atañe a las dictaduras y no a las democracias.