LA HABANA, Cuba.- Tras el “duro ataque” del presidente norteamericano durante su visita, el gobierno ha soltado sus jaurías de todo pelaje para dar caza al peligroso fantasma de Obama suelto por el feudo. Y no importa si en las jaurías corren los mastines del racismo brutal o los lebreles de la más burda mentira.
Pero también han sido convocados los intelectuales de rancia estirpe castrista para que repitan, como buenos “guardianes de la doctrina”, las consabidas falacias sobre historia, nación y otras subtramas del culebrón revolucionario.
La revista digital La Jiribilla se lanzó de inmediato a la polvareda y Ambrosio Fornet ha publicado en ella su “Yo apuesto por el sí”, que procura no ser una grosera diatriba, pero que no da un paso fuera de la teología oficial y, por supuesto, no cuestiona en serio la realidad cubana.
Eso no es extraño, pues Fornet escribió una vez: “Me atrevo a responder la insondable pregunta: ‘¿por qué no salieron los obreros, y en especial los militantes comunistas, a defender la Revolución en la URSS?’ Porque no recibieron instrucciones de arriba”. Ni siquiera se creyó autorizado a pensar que aquella gente sencillamente no quiso defenderla por sus razones.
Como ensayista, inventó la ficción de un Quinquenio Gris, especie de plan quinquenal cultural que fue un lamentable error, pero que “no tenía nada de táctica política” para imponer este estalinismo cubano en cuyo largo túnel tantos intelectuales como él siempre se han sentido que avanzan.
Como él, se hicieron “marxistas por televisión, oyendo a Fidel”, y condenaron, no a la policía política, sino a Heberto Padilla, que “se sentía asediado por los fantasmas del estalinismo” e hizo una “declaración concebida como mensaje cifrado para sus colegas de todas partes del mundo”.
Tampoco soportan a esos estudiosos extranjeros a quienes Fornet llama “filósofos del tiempo detenido” o “egiptólogos de la revolución cubana”, molestísimas personas que “insisten en preguntarme únicamente sobre hechos ocurridos hace treinta o cuarenta años, como si después del ‘caso Padilla’ o la salida de (Reinaldo) Arenas por Mariel no hubiera ocurrido nada en nuestro medio”.
En su artículo para La Jiribilla, el escritor habla sobre el peligro que representa el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con EE.UU. “para el proyecto de Nación que solemos definir como martiano y socialista”, peligro que “está dentro, no fuera, y pudiera representarse de nuevo como una entidad bicéfala”.
Las dos cabezas de tal monstruo serían el plattismo y el platismo. O sea, la “contrarrevolución” y el consumismo. Menos mal que no se extiende en la primera. Con la segunda, comete el desliz de confundir al “alto funcionario de un Ministerio que espera beneficiarse en secreto con una jugosa comisión” con “el solícito camarero que espera recibir una buena propina”. Demasiadas palabras, y ni una sola sobre las olas de cubanos huyendo del país por cualquier medio o sobre la enorme cleptocracia militar y las corruptas e incontables familias medrando bajo el poder de la Famiglia Castro.
Hasta en la televisión podemos ver lo trabajoso que es retrasar el fracaso de cualquier simple proyecto agrícola o constructivo para la ciudadanía. ¿Y Fornet dice que “proyecto de Nación”?
Más adelante se refiere a que “el culto a los héroes y los mártires de nuestra historia adquirió tal protagonismo en los últimos tiempos que hizo desaparecer o pasar a un segundo plano la preocupación por el civismo”. ¿Habla de Martí y Maceo? No, se refiere al culto a Ernesto Guevara y Fidel Castro desde la educación preescolar. ¿De veras cree que al gobierno le interesa el civismo, cosa de civiles, de ciudadanos, y la educación está concebida para forjar militares obedientes? Si el mismo Fornet reconocía que “una trinchera no es el mejor lugar para ejercitar la democracia”, comprenderá que en un cuartel lo de menos es el civismo.
Según el articulista, el peligro de la nueva situación se halla en “la ideología del consumo”, en “el predominio de los valores del mercado”. O sea, sería terrible para los cubanos la mera idea de que haya posibilidades de alimentarse y vestirse con mayor variedad, cantidad y calidad. Eso provocaría la inaceptable tragedia de que rehuirían el placer y la virtud de una asamblea de rendición de cuentas para ir a sufrir y a perder los principios en un Walmart o en un Publix.
“Nos hallamos ante un nuevo desafío”, apunta el ensayista, preguntándose: “¿Seremos capaces de afirmar nuestra identidad cultural con la misma firmeza con que afirmamos nuestra soberanía durante todos estos años?” De nuevo palabras y frases gastadas de Consejo de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). En medio del naufragio, echar mano a los bizantinismos salvadores: lo que nunca debemos perder es el nombre del barco. ¡Eso nunca!
Ambrosio Fornet está a favor de que se abran las puertas: “Apuesto por el sí. Pero lo hago confiando en que los demás factores en juego no vayan a fallarnos y que por tanto todos contribuyan a desarrollar nuestra autoestima, nuestra convicción de que vale la pena seguir siendo quienes somos”. ¿Autoestima? ¿Quiénes somos? ¿Y quién es ese quiénes? Para colmo, espera “que nuestros dirigentes asuman con honradez e integridad el desafío”. Honradez e Integridad. Como entrecalles.
Quiere que el Estado siga garantizando educación y salud gratuitas. Como si, después de haber reconocido —de veras— que “el salario no alcanza para llegar a fin de mes”, pueda existir esa gratuidad. Es más: como si no existiera la realidad y todo lo sólido del marxismo de televisión no se desvaneciera en el aire.
Ya en los últimos rincones de su escrito, Fornet menciona al bicho raro, la democracia. Pero la cruza con especies imposibles, repite el chiste más seriamente repetido hoy: “Preguntémonos si el socialismo ‘eficiente y sostenible’ al que aspiramos no debe ser también cada vez más democrático y participativo”. La dirección perfecta, sin pérdida: Avenida Socialismo, entre las calles Democracia y Participación. Su tímida declaración, claro está, da por seguro que el país que Fidel Castro le dejó a su hermano será entregado por este a quien él considere merecedor.
No son pocos los intelectuales que, como Ambrosio Fornet, imaginan paisajes en su viaje por el oscuro túnel estalinista y no solo alucinan con el futuro, sino también con el pasado. Para ellos, las UMAP fueron solo una “desafortunada iniciativa” que nada tenía que ver con la revolución, sino que “nos llegaba de antaño”, y tampoco se relacionaba con “la forja del hombre nuevo”. Nada de eso.
En 1984, Fornet criticó con firmeza lo que escritores y artistas cubanos exiliados declararon en el documental Conducta impropia, de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, afirmando que lo hacían “porque están viviendo del anticomunismo” y concluyó que “la idea de un Estado policial represivo que persigue a las personas es totalmente absurda y estúpida”.
Para los suspicaces no sería ni absurda ni estúpida la idea de que alguien dice esto “porque está viviendo de” ese Estado. En fin, para muchos, siempre es 1984 y la rebelión en la granja es inmortal.