LA HABANA, Cuba. – En los últimos meses he publicado en este mismo diario digital varios trabajos periodísticos sobre el líder opositor ruso Alexéi Navalny. El intento de envenenamiento que en agosto sufriera con “Novichok”, un arma biológica de los tiempos soviéticos, recibió merecida cobertura. También la denuncia en la que dio los nombres de los “agentes secretos” que lo siguieron durante más de cuarenta viajes por el inmenso país y que fueron los presuntos autores del frustrado asesinato, el cual planificaron durante años.
Después, don Alexéi fingió ser un burócrata encargado de elaborar, sobre las causas del fracaso, un informe destinado a “la jefatura” (¿Putin?). Mediante esa treta logró que uno de los segurosos reconociera la existencia del plan homicida, así como su participación personal en el encubrimiento del crimen.
No resulta difícil comprender la irritación producida por estas revelaciones en el actual régimen de Moscú; en especial en su jefe supremo, el dictador Putin. Pese a esa natural ojeriza, Navalny, al salir de su gravedad, anunció su retorno a Rusia. “Un exiliado político más les vendría de perillas”, expresó al explicar por qué no pensaba permanecer en el extranjero.
El líder ruso se diferencia notablemente de la otra persona a la cual el destino colocó al frente de la oposición contra el otro dictador eslavo. Me refiero a la bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya. Ella ganó la elección ante las pretensiones continuistas de Alexander Lukashenko, aunque las sumisas autoridades electorales de Minsk declararon vencedor a este último… ¡con más del 80 por ciento de los votos!
El problema radica en que, después de obtener el apoyo de la mayor parte de sus conciudadanos, la señora Tijanóvskaya optó por ir a refugiarse en la vecina Lituania. Nadie discute su derecho a hacerlo. El problema es que, como resulta obvio, una exiliada no es la persona más adecuada para encabezar una lucha encaminada a poner fin a una dictadura con esas características.
Hace unos días, el líder opositor de Rusia precisó la fecha de su retorno a la Patria: Este domingo 17. Razón tiene Alexánder Podrabínek, antiguo disidente de los tiempos soviéticos, al comentar en Facebook: “Se puede pensar de distintos modos sobre Alexéi Navalny como político, pero lo que no se le puede negar es valentía”.
Esto volvió a demostrarlo durante el vuelo Berlín-Moscú. Se describió como “extremadamente feliz” ante los periodistas que viajaron junto con él, y les aclaró: “No tengo miedo”. También se declaró más preocupado por la temperatura que lo esperaba en la capital rusa (la friolera de 25 grados bajo cero) que por las autoridades “putinescas”.
Los órganos represivos al servicio del dictador impidieron por medios diversos el acceso de los simpatizantes de Navalny al aeropuerto de Vnúkovo, donde se esperaba su arribo. Otros que sí habían logrado llegar a esa terminal fueron arrestados, o sus grupos disueltos. Pero, en definitiva, las autoridades, de manera arbitraria, fijaron, como destino final del vuelo, otro aeródromo capitalino: el de Sheremétievo.
A su llegada allí, el líder opositor fue arrestado por la policía. El pretexto para ello fue el supuesto incumplimiento de su obligación de presentarse periódicamente ante las autoridades encargadas de supervisar la libertad condicional. Se trata de un beneficio que se le concedió por un falso delito del cual se le acusó y por el que fue sancionado de manera arbitraria.
O sea: según los tribunales “putinescos”, ¡Navalny debía abandonar la berlinesa sala de cuidados intensivos en la que tuvo que permanecer durante semanas! ¡Allí lograron a duras penas sacarlo del coma profundo en que estaba sumido por el veneno inoculado por los agentes gubernamentales! ¡Pero se supone que, de todos modos, el paciente debía acudir periódicamente a estampar su firma en el libro de personas en libertad condicional!
Mientras tanto, ¡esos mismos tribunales no han iniciado proceso alguno contra el seguroso ya mencionado, quien, en una grabación hecha por el propio Navalny y escuchada por decenas de millones, reconoce que existió el plan de asesinato! ¡Que especula que el complot falló por la rápida actuación del piloto del avión en que viajaba y del personal médico que lo atendió! ¡Y que reconoce, en su condición de químico, haber procesado la ropa que vestía Navalny al ser envenenado, con el deliberado fin de eliminar todo rastro del Novichok!
Creo que no le falta razón al activista pro-democracia Vladímir Kara-Murzá cuando expresó que un régimen “inteligente” habría hecho caso omiso del retorno de Navalny. El comentarista —creo— también acertó al afirmar: “Uno puede ser un político ruso sólo desde dentro de Rusia. En el extranjero uno pierde importancia”.
Veremos adónde irá a parar este nuevo capítulo del enfrentamiento de Alexéi Navalny al dictador Putin y su régimen. En el ínterin, creo que, como cubanos, podemos sentirnos satisfechos. Y no sólo por este nuevo hito en la lucha por el establecimiento de la democracia en el país euroasiático. También porque en nuestra pequeña Isla contamos asimismo con compatriotas que no han vacilado en actuar como el líder opositor ruso.
Es el caso del combativo licenciado Guillermo Fariñas Hernández —el fraterno “Coco”—, quien, sorprendido por la pandemia en Miami, no vaciló en regresar una vez más a Cuba, pese a cuarentenas y amenazas de represión. O como el líder oriental José Daniel Ferrer, ahora mismo en huelga de hambre en protesta por los atracos sufridos por la UNPACU, a la cual despojan de los alimentos que compra para aliviar el hambre de los más desamparados, algo que el mismo régimen es incapaz de hacer.
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