LA HABANA, Cuba. – Abel Prieto, ex ministro de Cultura y actual director de la Casa de las Américas, se halla enfrascado en la que quizás sea la tarea ideológica más difícil que le hayan encargado sus jefes en su ya largo rol de supercomisario: la batalla contra la banalidad y la cultura chatarra.
¡Y miren que le han encomendado misiones difíciles a Abel Prieto en los últimos 30 años! Luego de sus aventuras a nombre de la Juventud Comunista captando hippies y freakies para trabajar en el campo, al por entonces joven escritor, adorador de Lezama y beatlemaníaco, lo eligieron presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), un cargo que muy pocos querían . Después, por ser un buen conocedor de los bretes y chanchullos del mundillo de la UNEAC, fue nombrado, en pleno Periodo Especial, ministro de Cultura. Y ahí lució la chaqueta.
Administrar la cultura oficial en aquellas corrosivas circunstancias requería de un superministro. Prieto dio la talla. Y convenía a todos. A los miembros de la UNEAC porque ninguno se atrevía a coger aquella papa caliente. Y a Fidel Castro porque un ministro melenudo, que fuera escritor y que se emocionara con las canciones de los Beatles en la inauguración del parque de John Lennon, le convenía para dar una imagen de la apertura que no estaba dispuesto a conceder, pero que le era ventajoso simular, aun a costa de tener que complacer a ciertos intelectuales que para nada le eran confiables.
Como ministro de Cultura, Abel Prieto tuvo que hacer de crítico literario y teórico de arte, comisario cultural, domador de caniches de circo, encantador de serpientes, ilusionista, titiritero y policía bueno. Desdoblándose en cada uno de esos roles, fue capaz de tareas muy complejas.
En 1997, tal vez como antecedente de su pelea contra la cultura chatarra, escribió un artículo en el periódico Granma para alertar de los peligros ideológicos de Forrest Gump, 24 horas antes de que exhibieran la película por la TV cubana.
La apoteosis de Abel Prieto fue cuando atenuó con su firma ministerial, para que el relajo fuera con orden, la estampida de escritores y artistas en los años 90. A los que viajaban al exterior les avisó que podían volver al redil, siempre que lo hicieran cargados de premios, pacotilla y divisas para compartir con el Estado, se portaran bien y no hablaban de más por allá afuera con la prensa del enemigo.
Más difícil le resultó dictar pautas acerca de lo que realmente valioso en la cultura cubana, que, según él, es una sola: la que apoya al régimen o al menos lo acata. Por eso, dándoselas de experto en el canon literario, tildaba de abominable a Zoé Valdés y afirmaba que de Cabrera Infante solo uno o dos libros valían la pena, mientras se deshacía en elogios por las décimas de Antonio Guerrero.
Aunque a nadie convenció, ni se esforzó demasiado en conseguirlo, cada vez que pudo negó que en Cuba hubiese censura y anunció que el nuevo escenario cultural cubano no excluía a los disidentes. Pero todos interpretábamos que el ministro se refería solamente a personas como Alfredo Guevara, Silvio Rodríguez y, si acaso, Leonardo Padura, porque todavía no hemos olvidado cuando dijo que el poeta Raúl Rivero tuvo la suerte de ir preso y luego al exilio en vez de terminar baleado y tirado en una cuneta.
Abel Prieto pasó quince años al frente del Ministerio de Cultura en pugna con sus dos mitades: pelado de frente y melenudo por detrás, moderado y ortodoxo, rígido y flexible, culto y popular. Luego, en el año 2012, lo sustituyeron, con méritos reconocidos y lo nombraron asesor del entonces general-presidente Raúl Castro. Y ahí fue que se dejó la barba y pasó a la fase de talibán, con rasgos de guapería típicos de ciertos aseres con melena que comparten sus inquietudes intelectuales con su afición por los Beatles, Janis Joplin, el whisky y la Guayabita del Pinar.
De talibán y guapo de Marianao fue que se puso al frente de los porristas de la brigada de respuesta rápida que, disfrazados de sociedad civil, viajaron a Panamá en el año 2015 para orquestar un acto de repudio y escandalizar en la Cumbre de las Américas donde coincidieron Obama y Raúl Castro.
Desde hace unos años, patalea infructuosamente, nadando contra la corriente, en su lucha contra “la banalidad y la cultura chatarra”. Su cruzada la inició alertando acerca de la nocividad del avieso Paquete Semanal, la recopilación de audiovisuales con la que muchos cubanos sustituyen la aburridísima y muy politizada programación de la TV cubana. Luego, quejándose del reguetón, las teleseries americanas, los reality shows, los culebrones de Univisión, los concursos de belleza y de canto.
Pero en las últimas semanas, a raíz de las protestas de los artistas frente al Ministerio de Cultura, Abel Prieto da grima cada vez que habla o escribe en el periódico Granma. Pareciera que no vive en este país, que no tiene que ver con sus compatriotas, que no sabe de sus vidas precarias y quiere condenarlos al aburrimiento y la indigencia a perpetuidad.
Supongo que deteste las redes sociales y que cuando alguno de sus amigos, en confianza, con unos tragos de por medio, le dice unas cuantas verdades, sube el volumen de su equipo de audio y solo tiene oídos para John Lennon, cantando Imagine o Power to the people.
Prieto, que parece estar tan obsesionado con la CIA y la USAID como Humberto López, el cotorrón del NTV, explicó el pasado 27 de enero en el programa La palabra precisa que todo el descontento y las protestas de los artistas se origina en “los laboratorios yanquis” y solo se puede remediar con el estudio de la historia de Cuba (ya saben ustedes contada de qué manera).
Recientemente, en una Mesa Redonda, Abel Prieto se lamentó de “la avalancha de cultura chatarra” que ha sepultado a la buena música y el cine de autor. Esa avalancha es un peligro del cual alertaron, según aseguró, José Martí (¡!) y Fidel Castro. Llamó a dar la batalla contra esa “cultura chatarra yanqui, miamense o de otros centros hegemónicos de poder”.
No dudo del buen gusto de Abel Prieto, casi que pudiera entenderlo por su aversión al reguetón. Pero es muy poco probable que tenga éxito el exministro en reeducar el gusto de los cubanos. Con hambre, haciendo colas y sacando cuentas para llegar a fin de mes, queda poco tiempo y ánimo para la cultura. Y al que tiene dos dedos de frente, razona y no se une a la masa chusma y sumisa, tarde o temprano lo reprimen.
Lo que menos le interesa al régimen es que los cubanos escuchen a Bad Bunny o a Raúl Torres, vean cine de autor y lean buenos libros. El gusto de los mandamases, a juzgar por sus comportamientos y la forma de su decir, no debe ser el mismo de Abel Prieto, al que le ha dado por erigirse en árbitro cultural.
Prohibir, dejarnos a ciegas, aislados del mundo exterior, a merced de sus mentiras, como estábamos antes de que nos permitieran acceder a Internet, para poder seguir aferrados al poder, es lo que pretenden.
De unos malos gustos a otros no es mucha la diferencia. Y conste que no lo digo por Abel Prieto.
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