MIAMI, Estados Unidos.- Los obituarios y elogios que ahora se dan a conocer a propósito del fallecimiento del ensayista y guionista de cine Ambrosio Fornet, deben ser las últimas memorias de su vida que se compartan públicamente antes de disiparse en el olvido, como ha sucedido con tantos otros intelectuales que pusieron su inteligencia al servicio de una dictadura longeva y decrépita.
El comentario que más lo lesiona póstumamente pertenece a Miguel Díaz-Canel, quien debe haberse asesorado con sus ideólogos sobre la fidelidad absoluta de Fornet hasta los últimos instantes de sus casi noventa años, para lamentar su desaparición con una frase abundante en adjetivos pomposos e irreales: “Ha muerto un gran intelectual, raíz bayamesa y proyección universal, un ensayista profundo, sensible, visceral, cubanísimo. Sobre años grises, él puso luces que le sobreviven. Mucho vamos a extrañar a Ambrosio Fornet. Mis condolencias a #Cuba”.
En el ámbito tenebroso de la atención que la policía política dispensaba desde temprano a los asuntos de la cultura, el sagaz ensayista terminó atendiendo la llamada diáspora cubana en los Estados Unidos, terminología que eludía la mención del exilio.
La escritora Uva de Aragón ha publicado recuerdos de amistad referentes al escritor. Escojo uno que, paradójicamente, expresa el compromiso revolucionario de Fornet a la hora de hacer sus tramitados expedientes sobre la literatura cubana en la llamada “comunidad” estadounidense:
“Fornet publicó en La Gaceta un dossier sobre poesía cubana escrita en el exterior, y en una nota al calce explicaba que no le era posible incluir mis versos por mi ‘nostalgia militante’. La frase hasta estos días me hace gracia. Me veo con un cartel con la palabra “nostalgia” piqueteando en algún lugar. Confieso igualmente que me halagaba que tuviera que justificar mi ausencia en esas páginas”.
Resulta entonces que aquel caballero, buena persona, decente, que fumaba en pipa a la usanza británica, era también una suerte de guardián de los parámetros ideológicos castristas, incompatibles con el estrato más consecuente y militante de la cultura cubana en el exilio.
Como muchos otros de sus congéneres, Fornet vivía en el pavor de equivocarse con respecto a sus ingentes tareas ideológicas, donde solía confundir dictadura con nación.
Al principio de su carrera revolucionaria, cuando creyó que el socialismo criollo era distinto al de Europa, trabajó en el área editorial junto a Alejo Carpentier, quien vislumbró temprano la imposibilidad de vivir en aquella encerrona y terminó sus días en París, al servicio del régimen.
A Fornet se le atribuye la creación de la colección Cocuyo en la Editorial Arte y Literatura, que comenzó con Un día en la vida de Iván Denísovich, de Alexander Solzhenitsin, sobre los horrores del estalinismo. Allí se publicaron algunos de los más importantes escritores de Europa occidental, los Estados Unidos, Asia y África.
Luego comenzaron las prohibiciones vinculadas a los intereses geopolíticos de Fidel Castro, y movió su campamento de operaciones, de modo oportunista, a otros sectores de la cultura.
Fue en el Instituto Cubano del Libro, años después, que el arquitecto Rafael Almeida, un incapaz que Armando Hart tenía al frente de las operaciones editoriales en el Ministerio de Cultura, humilló consuetudinariamente a Fornet, quien había escrito una enjundiosa historia del libro cubano que no se publicaba por decisión del mencionado burócrata.
Algo revelado por Fornet, que no coincidía exactamente con la historia oficial, provocó la censura de su investigación. El ensayista, sin embargo, se mantuvo durante años en silencio y obediente ante la arbitraria decisión, en espera de que el libro apareciera finalmente en 1994.
Ambrosio Fornet eludió todos los momentos difíciles que sufrieron muchos de sus afines, y no parece haberlos ayudado desde su posición privilegiada cuando caían en desgracia.
Circunscribió la represión habitual de la dictadura a un quinquenio que calificó de gris, como si el resto hubiera sido un arcoíris primoroso.
Terció a favor del régimen en la llamada “guerrita de los emails”, en 2007, cuando una parte de la intelectualidad trató de protestar por el rescate televisivo de un inquisidor implacable, Luis Pavón.
Iroel Sánchez, entre los más marrulleros comisarios del castrismo, ha escrito cómo Fornet en cierta oportunidad lo defendió, amenazante, cuando un autor “oportunista” lo criticó: “Fulano, ¿cómo es eso que dijiste?”.
Fornet fue miembro de importantes jurados literarios y cinematográficos en la isla, donde las decisiones finales suelen estar en manos de la Seguridad del Estado.
Acaba de morir en el lado equivocado de la disputada libertad cubana. En unos pocos días solo será recordado por su familia. Como Alfredo Guevara o Roberto Fernández Retamar, es otro mito castrista en bancarrota, al servicio de una causa perdida.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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