LA HABANA, Cuba.- Por estos días hemos arribado al 60 aniversario de la expulsión del régimen cubano de la Organización de Estados Americanos (OEA), un hecho que tuvo lugar durante la Octava Reunión de Consulta de los Cancilleres de las naciones pertenecientes a esa organización, en la localidad uruguaya de Punta del Este.
En ese cónclave 14 países votaron por la expulsión de Cuba, hubo un voto en contra (el de Cuba), y seis países se abstuvieron. Todas las naciones allí presentes, con la excepción de México, rompieron sus relaciones diplomáticas con La Habana, al tiempo que la isla era despedida también del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Pocos días después, el 3 de febrero de 1962, el presidente de Estados Unidos, John Kennedy, decretó el embargo comercial y financiero contra el gobierno cubano.
Lógicamente la respuesta del castrismo no se hizo esperar: el 4 de febrero se convocó a una gigantesca concentración en la Plaza de la Revolución, donde hizo uso de la palabra el máximo líder, y en la que repitió su lenguaje beligerante de siempre. Un discurso que pasaría a la historia como la Segunda Declaración de La Habana.
Dos años antes, en 1960, en la Séptima Reunión de Cancilleres de la OEA, celebrada en San José de Costa Rica, se le había hecho al régimen cubano una especie de conteo de protección -utilizando un término del boxeo- debido a que ya realizaba actividades incompatibles con el sistema interamericano. En esa ocasión la respuesta castrista transcurrió por medio de la Primera Declaración de La Habana.
Los argumentos esgrimidos por la OEA para sancionar al régimen cubano se basaron fundamentalmente en dos aspectos. En primer lugar el rechazo de las naciones del continente a la doctrina marxista-leninista que ya en 1962, más que una posibilidad, había devenido en una realidad para Cuba tras la declaración de Fidel Castro a raíz de los sucesos de Playa Girón en 1961.
Y en segundo término, las naciones del hemisferio no aceptaban, especialmente por constituir un peligro para la seguridad de las Américas, el acercamiento del castrismo a potencias extracontinentales como la Unión Soviética y la China de Mao Ze Dong.
No hubo que esperar mucho para que se hicieran realidad las predicciones de la OEA. Tan solo ocho meses después de la reunión de Punta de Este, la paz del mundo pendió de un hilo cuando los gobernantes cubanos prestaron su territorio para que la Unión Soviética desplegara en la isla misiles nucleares con la amenaza de lanzarlos contra Estados Unidos. Y lo más grave: la temeraria sugerencia de Fidel Castro a sus aliados del Kremlin para que dieran el primer golpe.
Lo más triste del caso es que la historia podría repetirse 60 años después de la salida de Cuba de la OEA. Ahora con el hipotético despliegue de armamento ruso en Cuba -recordar la reciente y misteriosa conversación telefónica entre Díaz-Canel y Putin- en el contexto de la crisis de Ucrania.
Vale recordar también que la animadversión del castrismo hacia la OEA no ha mermado durante todo este tiempo. No aceptaron reincorporarse a la organización cuando en el 2009 se levantaron las sanciones que pesaban sobre la isla -claro, eran conscientes de que no cumplirían la Carta Democrática Interamericana-, y más recientemente han bregado por que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que excluye a Estados Unidos y Canadá, sustituya a la OEA.
Por suerte, ese intento castrista, apoyado por la más rancia izquierda continental, no ha encontrado eco en la mayoría de las naciones de nuestro continente.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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