LA HABANA, Cuba.- El Día Internacional de la Mujer, celebrado el 8 de marzo, conmemora la lucha de la mujer por su pleno desarrollo como persona, su participación en la sociedad y la igualdad de derechos con el hombre. Se celebró por primera vez –esto es, a nivel internacional– en 1911. Por aquel entonces, algunos de los principales reclamos eran el derecho al voto, el derecho a ocupar cargos públicos, el derecho al trabajo, a la formación profesional y a la no discriminación laboral.
En la sociedad cubana actual, el 8 de marzo ha quedado para regalar flores y felicitar. Sin embargo, este día no debería percibirse –al menos, no únicamente– como una fecha de vacía celebración, ni siquiera de orgullo feminista, sino ante todo como una fecha de reivindicación social. La situación actual de la mujer en Cuba, más que flores, requiere de leyes que pongan fin al desamparo legal que nos agobia. El mejor homenaje a las cubanas sería erradicar definitivamente la violencia de género, tanto física como verbal, tan arraigada en nuestro país.
Sus manifestaciones son tan diversas como los “frotadores” en las guaguas, la sexualización de la imagen femenina en los medios audiovisuales, el acoso laboral (traducido también en el requerimiento de presentar cartas de la FMC para ser contratada) o el acoso sexual disfrazado de piropo (algunos más agresivos persiguen a sus víctimas vociferando las groserías más inconcebibles e incluso llegan a toquetearlas). Se necesitan campañas para educar a la población, y especialmente a las mujeres, sobre muchas manifestaciones de acoso sexual que aún no somos capaces de reconocer. Tampoco hay leyes efectivas contra él. Las víctimas no se atreven a denunciar por desconocimiento o vergüenza, pues por lo general no reciben la comprensión necesaria de las autoridades competentes.
También hay casos de agresión sexual que la sociedad no considera (por ejemplo, cuando la violación es perpetrada por el esposo). Asimismo, permanece el rezago de las opiniones sesgadas cuando la víctima presenta determinadas características erróneamente consideradas “incitantes”, como dedicarse a la prostitución o no vestir “apropiada” o “decentemente”. Sin embargo, es necesario comprender que quienes violan son los violadores, no la ropa, y que ninguna actitud femenina es legítima justificación para la agresión.
Pero la violencia de género no se circunscribe a las agresiones sexuales. “Las leyes no amparan a la madre divorciada”, opina una madre joven, “no obligan a los padres a ocuparse debidamente de los hijos y muchísimos se desentienden”. En este sentido, la cuantía de la pensión fijada por ley no alcanza para cubrir las necesidades de un niño. Y es que habría que comenzar por pagarle a cada trabajador un salario digno y suficiente.
El machismo y la doble jornada siguen siendo realidades que golpean a la mujer trabajadora. Recientemente conocí el caso de una profesional que tuvo que sacar a su hijo de la guardería privada porque el padre (divorciado de ella) dejó de pagársela para forzarla a abandonar el trabajo.
“Yo tengo que ‘batirme’ sola para poder mantener a mi hijo”, me dice otra joven, recientemente divorciada. “El padre no me da un quilo. Algún día se aparece con un juguete extravagante (para impresionarlo) sin saber si tiene qué comer. Cuando le parece, se lo lleva a pasear a un lugar caro que sabe que yo no puedo pagar. Queda él como el bueno, el que regala y permite, y yo soy la mala, la que lo obliga a hacer las tareas y lo castiga si se porta mal. Así va minando mi autoridad con el niño”.
Este caso por desgracia no es singular. Situaciones como esta llevan décadas repitiéndose a diario en Cuba. Recientemente se ha anunciado la próxima revisión de nuestro Código de Familia. Ojalá sea solo el comienzo de un cambio radical en la manera de percibir los cubanos la equidad, el respeto y la correcta interacción entre géneros.