MIAMI, Florida, 4 de enero de 2013, 173.203.82.38.- El caso de Ángel Carromero, joven político español sentenciado y apresado en Cuba por ser el responsable de un supuesto accidente de tránsito en el que perdieron la vida los disidentes cubanos Oswaldo Payá y Harold Cepero, ha dado lugar a un “tema” para hacer oposición en la península, el pretexto “magnífico” para, como es habitual, continuar echando leña a la crispación doméstica.
Una vez de vuelta a casa Carromero y listo a cumplir los cuatro años de prisión que le impuso el gobierno cubano (o a no cumplirlos, porque existen alternativas), su caso destapó la botella de aire comprimido que anda pasando de mano en mano en el ámbito político allí, sirviendo de mecha a esa convulsión perenne entre los afiliados y/o votantes del Partido Popular (PP, actualmente en el poder) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE, destronado luego de dos legislaturas seguidas).
Un editorial de El País publicado el miércoles 2 de enero obvia completamente el dolor de las familias de los difuntos que están en el medio de todo esto, dudando de su versión de los hechos, o más bien invitando a la opinión pública a dudar de esta versión que exculpa a Carromero, porque –ha insistido la viuda de Payá- el automóvil siniestrado era perseguido por la policía política cubana en una carretera secundaria sin apenas testigos.
Pero también El País utiliza el historial de tráfico del condenado no para desprestigiarlo, sino para desacreditar al partido de éste. (“Antes de viajar a Cuba, este dirigente popular a sueldo del Ayuntamiento de Madrid acumuló 45 multas de tráfico y perdió todos los puntos del permiso de conducir, razón por la cual Tráfico le había notificado la retirada del mismo..”).
Cínicamente, el diario acusa al partido opuesto de utilizar la tragedia para hacer política, cuando en esta publicación se está haciendo lo mismo a favor del PSOE.
Corren tiempo duros para el ambiente interno español y parece que los editorialistas se apuran en traer las cosas por los pelos para, al menos, ganar alguna batallita.
Porque está clarísimo que esto es un punto más en la agenda, como lo han sido miles de casos a lo largo de la democracia española, de un lado y de otro.
Lo que menos importa es el individuo; incluso poco importa la Historia que hay detrás de los dos países.
Para los que vivimos largos años en España resulta decepcionante darnos cuenta de que, desde el principio, fuimos solo números, tanto para el PP como para el PSOE.
Lo digo con conocimiento de causa.
Con el PP viví casi un lustro indocumentado, para que luego el PSOE me recogiera “en brazos” a cambio de mi dinero. Hicieron bien los números estos últimos: había, a mitad de la década del 2010, muchísimos indocumentados trabajando en negro, cuya aportación obligatoria a las arcas del Estado, luego de la regularización, ingresaría ipso facto miles de millones de euros. Lo que se dice “pagar un peaje”.
Había condiciones, por supuesto, para ser legal en aquel momento.
Luego, cuando la crisis arreció, el mismo gobierno ya no nos necesitaba y nos instó a regresar a nuestros países de origen, con tan mala suerte que los cubanos, aunque quisiéramos, no teníamos marcha atrás posible.
Según una entrevista publicada en el sitio Libertad Digital con el hermano de Oswaldo Paya, Carlos Payá, el gobierno actual quiso resolver rápidamente el caso. Para ello, intentó, ofreciendo una indemnización, que la familia directa, doliente, hiciera su acusación particular al político español. Era una vía rápida: la familia acusa, el PP paga y el supuesto culpable sale de la isla. Pero se encontraron con una familia digna, con unos patriotas con las ideas bien claras. No aceptaron el dinero y sí solicitaron una investigación independiente del Estado cubano, exculpando a Carromero de todo esto.
Da pena que para hacer política haya que llegar a tanto, al precio que sea.
¿Acaso no se dan cuenta los políticos españoles de que pueden errar el tiro trasladando la crispación doméstica más allá de sus fronteras?
¿No han comprendido todavía que no todos los latinoamericanos somos corruptos?