MADRID, España, septiembre, 173.203.82.38 -Fue por los ‘90s. Una amiga me llamó por teléfono, y me largó la noticia:
– Oye, el hombre guardó al carro. Confirmado.
– No entiendo, ¿quién dices que murió?
Al otro lado de la línea escuché un resoplido de disgusto o impaciencia antes de agregar, encajando un par de octavas entre palabra y palabra:
– Que. Fidel. Se. Ñampió.
En aquella ocasión, ya no recuerdo el detonante del rumor, pero esta vez fue la tormenta tropical Isaac (Isaac y los 86 años de Fidel que tampoco dejan mucho a la imaginación), sin siquiera una sola intervención televisiva para analizar la situación dejada por el meteoro a su paso por el oriente cubano, cuando todos sabemos que en situación semejante, en otros tiempos, lo primero que haría Fidel Castro era plantarse ante las cámaras y sentar cátedra en materia de meteorología.
¡Ay, Fifo, con lo que tú has sido!
Eras algo temible con el puntero, o simplemente haciendo servir tu fino índice de uña reluciente por cuidada manicura, indicando, sobre el mapa, el rumbo indefectible del ciclón. Como quien ordena a una división de tanques.
La gente en Cuba, se pregunta entonces qué pasa, dónde te has metido. Y la única respuesta que se dan, una vez más, es que tanta moderación en ti es indicio de muerte segura.
Pero la mayoría de los que aún creen, o quieren creer estos rumores, en nuestro fuero interno, nos tememos que una vez más tú nos engañas, y que el día menos pensado, te maquillarán y sacarán por televisión comentando las virtudes de la moringa, como dejando entrever que es gracias a ella, y no a la comida macrobiótica, que te mantienes con vida. Aunque por otra parte, también tú temes que un día te llegará, como el último bolero, el último rumor. Y morirás de una vez y para siempre.
Resulta curioso que el hombre que dice tener el récord de sobrevivencia al mayor número de planes para atentar contra su vida, no ha podido evitar morir, mal contadas, una decena de veces en los últimos veinte años. Tanta engañosa contumacia me hace pensar en la conocida fábula “¡Que viene el lobo!”:
Un pastor con su rebaño, no lejos del pueblo, pensó que sería divertido asustar a los vecinos, y decidió gritar: “¡Que viene el lobo! ¡El lobo!”. Los vecinos corrieron a socorrerle, pero él se mofó de ellos. El pastor repitió la broma varias veces, hasta que, un día, el lobo apareció realmente, y el pastor gritó: “¡Que viene el lobo! ¡El lobo!”, lo más fuerte que pudo. Pero la gente del pueblo estaba ya tan harta de sus engaños, que nadie le hizo caso, ni corrió en su ayuda, así que el lobo se comió todas las ovejas.
En Cuba, aún hasta los más pesimistas, saben que un día ocurrirá que será cierto, por fin, no ya la imposible aparición del lobo, que no existen en los maniguales cubanos, como sí la muerte de Fidel, eso que los cubanólogos llaman la “solución biológica” al atasco cubano.
Poco tiempo antes de morir, Franco, el dictador gallego paisano de Ángel Castro, advirtió que lo dejaría todo “atado y bien atado”, en aviso de que nada cambiaría tras su muerte.
A lo largo de la reciente historia del siglo XX, nadie en el mundo ha gobernado y razonado de manera tan parecida al generalísimo Francisco Franco, como el comandante Fidel Castro, así que tampoco dude nadie que al mandamás cubano también intente trazar, sobre el mapa de la historia, el rumbo futuro de su personal huracanada. Después de todo, en él y en los como él, es lo lógico.
Pero el generalísimo se equivocó, y lo mismo ocurrirá con su homólogo en versión antillana. Una vez muerto y bien muerto con las Adidas puestas, el fidelismo no sólo no podrá resistir la erosión de los acontecimientos que vendrán después de su muerte, sino que ni siquiera podrá aguantar, por mucho tiempo, el peso de su propia pesada estructura. No olvidemos que la arquitectura del fidelismo se basa en un rígido centralismo que ignora la flexibilidad de los edificios antisísmicos.
Prodigios más raros se han visto (“cosas veredes, Sancho, que non creyeres”; o lo que es igual: “mi yijo, tu verá cosa buena, ¡cará!”), como por ejemplo, la aparición del carguero “Ana Cecilia”, procedente de Miami, en la desarbolada bahía de La Habana, con medicinas, alimentos, ropa, electrodomésticos, muebles, material de construcción, piezas de vehículos y generadores eléctricos.
Pero vuelvo a Isaac, no al judío sino a la tormenta tropical: Antes, cuando la televisión española ilustraba los estragos de un huracán en el Caribe, el que esto escribe no necesitaba más información que las imágenes para distinguir entre una evacuación en Cuba y las ocurridas en República Dominicana o Haití.
En Cuba, las evacuaciones de personas y sus enseres, conservaban una cierta dignidad, pero en la medida en que la miseria se ha ido imponiendo, las evacuaciones por uniformados en Cuba han terminado pareciéndome desalojos rurales.
A los extranjeros primermundistas enamorados de la revolución de Fidel Castro, les admira que no haya niños descalzos en Cuba. Un país con niños calzados da siempre una buena imagen. Pero que no se engañen, que “haberlos, haylos”, como reza el arcaísmo gallego, si bien, no como en Haití o República Dominicana.
Ahora mismo puede que haya más niños descalzos en Vietnam que en toda Cuba. La diferencia es que allí, los que llevan zapatos, suelen ser de producción nacional, y en Cuba, ¿quién lleva zapatos made in Cuba?. ¿Alguien sabe qué ha sido de la fábrica de zapatos Nguyen Van Troi, la mayor de su tipo en el país y que prometía acometer una megaproducción zapatera capaz de calzar cada año a todos los mortales de la isla?… “Quico plastic”, ¿les dice algo esa marca?.
Así como en su tiempo los cubanos esperábamos, ansiosos, la llegada a la rada habanera del barco con el arroz procedente de China, ése que en urgente sintaxis llamábamos “el barco del arroz”, “el del pollo congelado”, “el del petróleo”, etcétera, etcétera; con el tiempo y una caña, el “Ana Cecilia”, puede que se convierta en el barco “de los zapatos” para los niños del país donde casi no los hay descalzos, aunque los revolucionarios admiradores extranjeros y desde el extranjero, ignoren la trágica historia familiar que se esconde tras muchos de esos niños con zapatos. En comparación con algunas de estas historias, “Elegía de los zapaticos blancos”, les parecerá una canción de cuna.
Hoy, en Cuba, la gente continúa mirando al mar, aunque ya no necesariamente, como hasta hace poco, planeando salir echando un pie de la isla, calzado o descalzo, es igual. La actual crisis económica ha mermado las opciones de Miami como destino cercano para su éxodo. Así que muchos han postergado, algunos de manera definitiva, sus planes de fuga a Miami, con más motivos ahora que Miami se acerca a La Habana en el “Ana Cecilia”, mientras los viejos rumores maduran su certidumbre.