GUADALAJARA, México, agosto, 173.203.82.38 -Fidel Castro siempre supo hacer bien las cosas –entiéndase por “cosas” todas sus fechorías y actos mafiosos– durante los casi 50 años en que estuvo al mando de su “revolución”, o sea, de la finca privada en la que convirtió a Cuba.
Para esto le sirvió muy bien su entrenamiento como gangster universitario en la década de los años 1940s, que tuvo como colofón su idea de atacar un cuartel del ejército aprovechándose de que sus ocupantes estaban dormidos, y en su mayoría ausentes por ser día de carnaval, y para colmo, utilizando los mismos uniformes del enemigo. Acto que en la actualidad sería catalogado como terrorismo.
Pero su verdadera vocación de jefe mafioso pudo llevarla a la práctica ya siendo dueño y señor de Cuba y el primer acto importante y osado lo llevó a cabo en fecha tan temprana como octubre de 1959, al desaparecer del escenario a quien era el segundo hombre en importancia y apoyo popular, Camilo Cienfuegos, y sí, ¡literalmente lo desapareció sin dejar rastro!, con el cuento de que su avión había caído al mar.
Se dice que los implicados en esa misión secreta fueron muriendo posteriormente para no dejar cabos sueltos. Una operación exitosa, limpia, y aunque mucha gente sospecha que lo de la desaparición en el mar es un cuento de camino, ha logrado mantener a los crédulos lanzando flores al mar durante 53 años.
Inmediatamente después se deshizo de otro de los hombres claves de la revolución, de probado valor y actitud firme, uno de los pocos que no le reía todas sus gracias y que tenía criterio propio.
Condenó a Huber Matos a 20 años de prisión, aunque su intención inicial era asesinarlo, pero se dice que Celia Sánchez lo convenció de que era peligroso que se le pasara la mano matando a un hombre muy querido en la provincia de Camaguey y en general en el Ejército Rebelde.
Luego, cuando otro de los hombres más importantes de su Revolución comenzó a resultar incómodo, tanto por sus declaraciones públicas en contra de la URSS como por sus ideas comunistas “puras” e intransigentes, que empezaron a no encajar con el cauce que comenzó a tomar aquella mentira llamada “Revolución”; Fidel Castro presionó al argentino para que se marchara de Cuba a llevar a la práctica la utopía de hacer otras revoluciones populares por el mundo. De su primer descalabro en el Congo lo rescató antes de que lo mataran, pero en su segunda aventura en Bolivia decidió abandonarlo. Aunque pudo sacarlo, pues tenía los medios para ello, entendió que era más factible dejarlo morir y crear un mito que seguir cargando con alguien tan conflictivo.
Durante todo el tiempo que duró al mando de la dictadura él mismo ideó, planificó y veló porque se ejecutaran correctamente infinidad de felonías, que van desde asesinatos en el extranjero hasta operaciones de robo de dinero. Su cultura sobre como delinquir, asesinar, hacer trampas, fabricar casos judiciales, y demás actos delictivos encubiertos se enriqueció de la experiencia que heredó de la KGB y la
STASI.
A uno de sus mejores generales y héroe de la República de Cuba, Arnaldo Ochoa Sánchez, lo sacrificó y fusiló acusándolo de narcotráfico para salvarse él mismo de una acusación de tráfico internacional, cuando ya los Estados Unidos tenían pruebas de que Cuba estaba implicada en el tráfico de drogas y no le tembló la mano para fusilar también a uno de los fieles hermanos La Guardia y meterle 30
años de prisión al otro, para aparentar mano dura en contra de ese delito y salvar así el pellejo y no terminar como su amigo Manuel Antonio Noriega.
En aquellos tiempos de gloria como jefe mafioso tuvo la suerte de contar con buenos lugartenientes, que también sabían hacer bien las cosas y que ejecutaron sus órdenes de forma eficiente. Dos de los más importantes fueron: José Abrantes Fernández (Ministro del Interior) y Manuel Piñeiro Lozada, conocido como Barbaroja (Director de la Dirección General de Inteligencia, DGI). Ambos sabían demasiado. A José Abrantes, después de ser su sicario durante tantos años lo acusó de abuso de cargo, negligencia en el servicio, uso indebido de recursos financieros y ocultación de información en la Causa 2 de 1989 y ya estando en la prisión de Guanajay, sufrió un conveniente y fulminante infarto. Manuel Piñeiro tuvo un sospechoso accidente del que sobrevivió con heridas leves, fue llevado a un hospital de ejecutivos del Gobierno donde murió, más sospechosamente aún, también de infarto cardíaco.
Aunque hay infinidad de sospechas de todas las fechorías de Fidel Castro, es un hecho que sabía hacer las cosas, y después eliminar a los testigos. Pero, a partir de que su hermano Raúl Castro heredó el cargo de Presidente de Cuba, la realidad es que lo que ha hecho es una cochinada:
– Al poco tiempo de tomar el mando dejó morir a Orlando Zapata Tamayo por falta de asistencia médica y ensañamiento de sus carceleros.
– Ha mandado a propinarles golpizas a un grupo de mujeres pacíficas que caminan por las calles vestidas de blanco ante las cámaras y los
ojos del mundo.
– Casi se les muere Guillermo Fariñas en otra huelga de hambre.
– Le cayeron a golpes en un parque y ante la luz pública a Juan Wilfredo Soto García, y después se les murió en un hospital como consecuencia de las lesiones propinadas por la policía.
– Le ocasionaron serios problemas de salud en prisión a Wilmar Villar Mendoza, las que condujeron a su muerte tras 56 días de huelga de hambre.
– Golpearon una y otra vez cobardemente a la líder de las Damas de Blanco, Laura Pollán, hasta que ingresó en el Hospital Calixto García por insuficiencia respiratoria y sospechosamente se “complicó” y terminó convenientemente muerta.
Y ahora, para “ponerle la tapa al pomo”, llevan a cabo el asesinato del principal disidente pacífico cubano, Oswaldo Payá Sardiñas, con un “accidente de tránsito” tan mal hecho que quedaron vivos y como testigos dos de los ocupantes del auto, que casualmente son extranjeros, que en algún momento, ya estando fuera de Cuba, contarán los detalles de esta cochinada de “operación encubierta” del DSE.
En los tiempos de Fidel no hubieran sucedido cosas como esta. Fidel Castro, en primer lugar, no hubiera fallado el primer intento de “accidente”. Seguramente hubiera organizado mucho mejor la operación, al menos hubiera mandado un segundo carro detrás del que ejecutó el “accidente” para revisar los resultados y en caso de que hubiera quedado algún sobreviviente y testigo del asesinato, les hubieran reventado la cabeza contra la carrocería del auto. Hubieran hecho un buen trabajo, no este desastre. Ahora no quedarán dudas de quienes son los mafiosos y las sospechas de las pasadas felonías serán más que sospechas.
Fidel Castro, desde su casa de Punto Cero, debe estarse lamentando de haber dejado el negocio de “La Familia” en manos tan inexpertas. Definitivamente, como dice el dicho popular: “No es lo mismo Juana que su hermana”.
Andy P. Villa es autor del libro: “Memorias de 100 y Aldabó, la Prisión más Temible de Cuba“