LA HABANA, Cuba.- Cada año que pasa, el 8 de marzo significa menos en un país pulverizado bajo la bota de una dictadura. Por más que la propaganda castrista intente enmascarar la verdad; por más que la comunidad internacional se obstine en mirar sólo lo que le interesa, las mujeres cubanas han sufrido desde enero de 1959.
Jamás el 8 de marzo en Cuba ha sido digno de celebración; pero lo es aún menos desde el drástico aumento del número de presas políticas a raíz del estallido popular del 11 de julio de 2021, y de la ola de presiones que ha obligado a la renuncia pública, al silencio o al exilio, a periodistas y activistas cubanas unidas en la causa por la libertad.
Ninguna mujer dispuesta a expresar su rechazo a la dictadura, y su compromiso con la democracia, ha podido vivir plenamente en Cuba. Sobre ellas ha recaído la violencia sibilina del hostigamiento, del esbirro tocando a su puerta con la citación en la mano, preguntando por sus hijos o sus padres, deslizando la más incómoda de las emociones por los resquicios de su monólogo.
La represión ha diezmado a la oposición cubana tradicional. Ha arrojado a los calabozos a madres de familia para que enloquezcan sin alimentos ni medicinas, padeciendo toda clase de enfermedades curables que, en una mazmorra húmeda y hedionda, pueden llegar a convertirse en amenazas para la vida.
En un escenario cruel, consentido por países democráticos que se dicen amigos del pueblo cubano, pero cuya única solución es ofrecer refugio a los desterrados, las periodistas independientes cubanas han trabajado sin descanso, con la promesa de cárcel gravitando sobre sus cabezas, y sufriendo continuas violaciones a sus derechos civiles.
Algunas han logrado ponerse a salvo gracias a medidas cautelares; pero no cesan, desde sus nuevas geografías, de denunciar la terrible situación política y de derechos que atraviesa la isla. Dentro quedan aquellas que perseveran; las que, con el mismo decoro de Dulce María Loynaz, responden a la posibilidad del destierro con un firme “¡que se vayan ellos!”.
Gladys Linares, Miriam Leiva, Rafaela Cruz, Yoani Sánchez, Anay Remón (Ana León), Camila Acosta, Laura Rodríguez, Yania Suárez, Lucía Alfonso, Yadira Serrano y Claudia Montero continúan trabajando en Cuba. Allende los mares Claudia Padrón, Darcy Borrero, María Matienzo, Yusimí Rodríguez, Iliana Hernández, Annarella Grimal, Mónica Baró, Luz Escobar y otras que conformarían una extensa lista, siguen muy de cerca lo que ocurre en esa tierra amada que parece estar a punto de desaparecer.
De a poco se han ido retirando Tania Díaz Castro, Miriam Celaya y Martha Beatriz Roque; las que abrieron el camino y dedicaron años a la honrosa y peligrosa tarea de sacar a la luz la verdad que el régimen se ha esforzado en ocultar.
A todas han intentado quebrarlas. Algunas han conocido el presidio. Todas guardan historias personales sobre las consecuencias de hacer periodismo en dictadura; y todas saben que nunca fue la noche más oscura que justo antes del amanecer. Al menos en Cuba, el 8 de marzo se justifica por la existencia de estas valientes mujeres que creen en la libertad plena, con todos y para el bien de todos.