LA HABANA, Cuba. – “Yo no me fui de Cuba. Yo hui de la dictadura maldita esa”, empieza Shayra González Pernía, quien lleva durmiendo casi dos semanas en el aeropuerto de Turquía, de donde la aerolínea Turkish Airlines la sacará el viernes con orden de deportación a Rusia y de ahí a Cuba.
“Yo fui una de las pocas mujeres trans que estuvo en la marcha de Prado”. Se refiere a la marcha del 11 de mayo de 2019, donde resultaron reprimidos varios activistas de la comunidad LGTBIQ y de derechos humanos en general.
“Después hice una convocatoria desde el programa de Alex Otaola para ir al Ministerio de Justicia pidiendo el fin del acoso y el derecho al matrimonio [igualitario], pero la comunidad trans ha sido tan acosada que nadie asistió”, lamenta Shayra.
“El 11 de julio fue una de las cosas más lindas que he vivido en mi vida. Me dijeron ‘el pueblo está en la calle’ y dejé hasta la cocina encendida. Salí y marché. No sé cómo no me metieron presa porque yo estaba alante, alante”.
Aunque desde antes del 11J la Policía la acosaba, después de la manifestación se enteró que el Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) del Ministerio del Interior estaba indagando sobre ella.
“Tania, una del DTI de Zanja, me había citado y me había explicado que tenía que trabajar con ellos o que me iba a coger lo que anda”, cuenta a CubaNet, con la certeza de que si regresa a Cuba le espera la cárcel.
Shayra salió de la Isla rumbo a Rusia sabiendo las consecuencias. Por lo que cuenta no ha estado ajena a las historias de los cubanos en ese país, pero tampoco tenía muchas más opciones. Antes de que se le venciera la visa compró un pasaje a Egipto, donde podía estar un mes según las leyes migratorias.
“Entonces salgo de El Cairo con un pasaje de ida y vuelta para Serbia”, detalla. Sin embargo, en la escala en Turquía las autoridades no le permitieron seguir adelante. Antes de pagar los 890 dólares que costó su pasaje, ella había tomado la precaución, en vano, de preguntarle a los funcionarios de la aerolínea si tendría problemas.
El 10 de enero, estando en la cola del check-in, un funcionario se le acercó y luego de burlarse porque su nombre del pasaporte no coincidía con su identidad de género, le notificó que no podía viajar porque Serbia no “quería” cubanos. Con el dinero que le devolvieron y con ayuda de una amiga, logró comprar un boleto de regreso a Rusia, donde se volvieron a burlar de ella.
En el interrogatorio al que fue sometida en el aeropuerto de Moscú le dijeron que las visas de turismo estaban restringidas para los cubanos y que su entrada estaba sujeta a la decisión de Inmigración. Nunca más le devolvieron su pasaporte. La montaron en un vuelo de regreso a Turquía, en donde permanece esperando ser deportada a Rusia y finalmente a Cuba.
“¿Qué más te voy a contar?”, pregunta en medio del frío del aeropuerto de Estambul. “Llevo días sin bañarme. El primer día no me dieron comida. Me siento con tanta peste. No tengo desodorante ni jabón, uso el gel de manos que tiene alcohol”.
“No me llegaron a dar [golpes], pero sí me esposaron”, señala. Desde que se desnudó a modo de protesta siente que la han dado por loca. “Todos los días pregunto qué van a hacer conmigo”.
“¿Tú sabes lo que es llorar por una colcha y una almohada? Yo solo decía ‘Ay, si yo tuviera una colchita’. Resulta que unos turistas dejaron una en un asiento y la cogí; con tantas cirugías me es muy difícil dormir en el piso”.
Se siente sensible porque, de tanto pedirlo, no sabe si Dios o el destino le pusieron en su camino una almohada de bebé, con la que ha logrado dormir mejor entre las consolas de la calefacción.
Shayra no solo salió el 11 de julio por patriotismo, como ha dicho, o porque “fue una cosa muy linda ver [marchar] a tanta gente joven”, sino porque ella misma necesita justicia.
“En Cuba fui de todo. Traté de llevar una vida normal. Hacía castings para actriz. Trabajé en una farmacia y me tuve que ir por una sinovitis que no se me quitaba”, lamenta. Finalmente, dice que aceptó el destino de otras mujeres que, como ella, no están amparadas por una ley de identidad de género.
“Fui prostituta en las calles. ¿De qué iba a vivir?”, pregunta. Su historia es la de tantas mujeres trans que no encuentran colocación ni en trabajos estatales o privados, donde la transfobia pesa más que las habilidades intelectuales.
“Soy natural de Manzanillo. A los 17 años emigré para La Habana porque ser trans en Oriente es de madre”, revela. Sin embargo, en la capital pensando que encontraría más aceptación se encontró con una ciudad donde caminar por la calle 23 del Vedado era un lujo para las mujeres trans: ahí no solo eran acosadas sino que se las llevaban presas a plena luz del día.
Shayra dice tener muchas historias por contar. Por eso, cuando se amplió el acceso a internet en la Isla intentó dejar las calles.
“Historias de clientes que me violaron, que me quitaron el dinero; policías que me recogían en 23 y que, para que me soltaran, tenía que tener sexo con ellos. Uno de mis grandes sueños es llegar a un país libre, de la Unión Europea, donde poder ser una mujer normal: tener sexo por placer y no porque alguien me pague”.
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