LAS TUNAS, Cuba. — Un charco de sangre (de un paciente grave en una sala del hospital Guillermo Domínguez) que permaneció sin limpiar durante horas fue noticia en las redes sociales este miércoles. El suceso mostró al hospital municipal y a Puerto Padre como la viva imagen de la inmundicia que es hoy, y desde hace mucho tiempo, el país en que vivimos.
En honor a la verdad, ese charco de sangre que nadie escurre —porque, dicen, no hay una bayeta ni un trapo ni un poco de aserrín cernido que la absorba— no me sorprende. Hoy es sangre, pero pudo ser orine, flemas de tumores malignos, y quizás mañana sea mierda. Hoy la noticia sale de Puerto Padre, pero mañana la voz de S.O.S vendrá de Guantánamo y pasado mañana la crónica de los efluvios nos llegará desde La Habana, porque toda Cuba es un estercolero y el estiércol, aunque parezca que está apagado, está ardiendo por abajo, para que se apague hay que voltearlo.
Y no me sorprende el reclamo de la acompañante de un enfermo de que, en el hospital municipal de Puerto Padre, ella y los demás internos debieron pasar la noche junto a la sangre vomitada por un moribundo, porque yo viví en ese hospital sucesos parecidos, no con sangre, pero sí con toda suerte de desechos. La pésima higiene en los hospitales cubanos salvo pocas excepciones es bien conocida.
Mi padre y mi madre fallecieron hace seis años: él en febrero y ella en julio de 2016. Años antes, en abril de 2010, mami debió ser ingresada de urgencia e intervenida quirúrgicamente por una peritonitis; poco después, papá ingresó por un edema pulmonar agudo. En ambos casos debieron concluir el tratamiento en casa. Yo era un acompañante incómodo para los cancerberos de la institución. A petición mía y con la anuencia de los médicos, mi madre, con la herida todavía abierta, infectada, egresó de la sala de cirugía. El cirujano venía a casa a atenderla puntualmente. En el caso de mi padre fue algo parecido, con autorización del doctor vino a casa todavía inflamado y con antibióticos fuertes, sólo de uso hospitalario y para cuya inyección en vena debí traer a un enfermero amigo.
Resulta que durante esas dos hospitalizaciones de mis padres en el hospital Guillermo Domínguez debí enfrentar incidentes parecidos al que hoy es noticia en las redes sociales. Y todavía hoy me llama la atención que, en aquellas ocasiones, fueron precisamente enfermeras y médicos los que me pidieron que les entregara la cámara con la que yo sacaba fotografías de esos incidentes, cámara que fue ocupada en un caso por la seguridad del hospital, que la envió a la Seguridad del Estado. Posteriormente, la cámara me sería devuelta con las imágenes borradas.
Eso me hace pensar que quizás a esta hora algún oficial del Ministerio del Interior (MININT) esté “entrevistando” o se disponga a “conversar” con la persona que publicó en redes sociales imágenes ensangrentadas de un cubículo del hospital municipal de Puerto Padre, que más que la sala de un hospital semeja un matadero de cerdos. Pero los oficiales operativos de la policía política no son magos, sino que actúan debido a informaciones casi siempre proporcionada por chivatos. Hago la alerta porque, salvo honrosas excepciones, Puerto Padre es un pueblo —como de cualquier parte de Cuba— donde abundan los ladrones-chivatos.
De tal suerte, en el hospital Guillermo Domínguez, anoche, no apareció una bayeta ni un poco de estopa ni un trapo viejo ni tampoco apareció una persona responsable con un poco de aserrín cribado para secar la sangre derramada por un enfermo en “estado terminal”, como dice el video. Quizás hubo una frazada para el piso, quizás hubo una bayeta, hasta quizás donada por personas caritativas y no proporcionada por la administración de Salud Pública, pero quizás esos insumos donados por alguien, como suele suceder, salieron del almacén estatal no para una sala de enfermos, sino en camino del mercado negro. Cuando cosas así suceden, en mitad de una verdad como este charco de sangre no lavable, que ya alguien habrá calificado como un hecho “político” o “contrarrevolucionario”, entonces no es raro que el ladrón sea el auxiliar del policía. Así funciona lo que en Cuba llaman “un socialismo próspero y sostenible”.
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