LA HABANA, Cuba. — Entre los artistas plásticos que pertenecieron a la primera graduación del Instituto Superior de Arte (ISA) e impulsaron el denominado “Renacimiento del Arte Cubano”, Rubén Torres Llorca sobresale por una interesante historia personal, en la cual no hubo interés por el arte hasta que el joven necesitó un pretexto para evadir el Servicio Militar Obligatorio.
Así lo reconoció en una entrevista hace un par de años. También admitió haber tenido una infancia horrible y haber sido un estudiante pésimo y sin vocación.
Torres Llorca llegó al arte tras el fantasma de su padre, a quien nunca conoció porque había muerto en la Sierra Maestra con solo 22 años, peleando por la Revolución de Fidel Castro. Le contaban que su padre se había graduado de la Academia de San Alejandro, y para un joven que no tenía muy claro su proyecto futuro, aquello fue suficiente incentivo.
En la academia aprendió artesanía, un oficio valioso que ha estado presente en toda su producción estética. El arte vendría después. De hecho, él se autodefine como un “ensayista”, o un creador experimental que reflexiona sobre el arte del pasado y la dinámica impuesta por el mercado del arte a partir de la década de 1990, cuando se rompió aquella “burbuja atemporal” en la que se formó y graduó la generación de artistas que protagonizaron la muestra Volumen I.
Como casi todos sus contemporáneos, abandonó Cuba huyendo de la censura. Cuando se hizo evidente que la Unión Soviética se iba a pique sin remedio, la política cultural apretó la mordaza, poniendo fin a ese período de distensión en que se movió el arte de los años ochenta.
En el Museo Nacional de Bellas Artes, donde no se le hace justicia a la variedad y excelencia del arte contemporáneo cubano, sus obras I got you under my skin (1986) y Esta es tu obra (1989) destacan por su factura y planteamiento conceptual. La primera fue realizada para la II Bienal de La Habana y resulta de gran atractivo para el público en medio del caos curatorial que recorre la sala. La segunda reflexiona sobre el tema de la identidad cultural como una construcción dinámica que parte de la memoria.
Rubén Torres Llorca, que se convirtió en artista casi sin proponérselo, hoy constituye un referente de aquella revolución dentro de la Revolución que fue la reforma estética de la década de 1980.