LA HABANA, Cuba. – Sabrina Diana fue una de las niñas cuya desaparición, hace un par de semanas, movilizó las redes sociales. Para alivio de su familia, apareció. Estaba en casa de una amiga pasando una fiebre. No dijo nada porque entró en pánico. En su casa no tenía, ni tiene, condiciones ni siquiera para vivir sana.
El barrio de San Felipe es conocido por dos cosas: la pobreza y las inundaciones. Sabrina Diana vive allí, con su hermana mayor, su sobrina y su papá, Boris Agustín Osorio Ramos, opositor del régimen cubano desde 2006, lo que torna aún más dura la situación de la familia.
“Esto era una carpintería de mi abuelo. Mi mamá vivió aquí y cuando se derrumbó el edificio en el 2001, vine para acá”, cuenta Osorio Ramos. “En Quinta del Rey, entre Ensenada y Lindero, vivíamos mi hermana y yo en un edificio de dos pisos. Cuando eso las niñas no habían nacido aún. Vivienda nos dijo que teníamos que ir para un albergue que era un local chiquito en donde todo el mundo tenía que convivir. Yo dije que tenía la casa de mi mamá y vine para acá”.

Lo que queda de la casa, de madera, está sobre unos pilotes podridos que se alzan sobre la basura acumulada y protegen a la familia de las inundaciones que ocurren cada vez que llueve.
“El agua arrastra hasta animales muertos y cuando se meten allá abajo… ¿quién los puede sacar?”, se pregunta Osorio Ramos. Los pilotes no son suficientemente altos para que un hombre adulto se desplace entre ellos. Así, las jabas plásticas de basura amontonadas y la peste le dan vida a “las ratas que aquí son así”, e improvisa una medida de más de 14 centímetros con las manos.
La construcción es de 1924; “se ha ido deteriorando con el tiempo. Empezaron a caerse tejas, tablas”, explica. “En el 2009 hice la denuncia en los medios independientes y la casa estaba un poquito mejor”.

Ahora apenas tiene paredes. El techo son unos cartones que va acomodando según la lluvia; para entrar a la casa hay que caminar sobre unos listones de madera dispuestos a modo de camino. Las únicas zonas seguras del piso están donde Osorio Ramos ha tirado unos trozos de papel de techo, encima de la madera podrida, para brindar algo de seguridad a su familia.
“En esta cama dormimos los cuatro. Mis dos hijas, la niña [su nieta] y yo. Ese ventilador es el único que tenemos; tampoco tenemos escaparate. El refrigerador, la computadora y la batidora los reporté [rotos] a la empresa eléctrica el 26 de junio de 2020 por un alto voltaje y no vino nadie”.
En la “casa” tampoco hay una cocina decente; la balita de gas está peligrosamente pegada al fuego, la lavadora pende en un vacío, aunque ni siquiera parece que funcione.

“En el 2012 cuando pasó el ciclón Sandy me prometieron una maravilla. El delegado vino y me dijo que cuando desarmaran la plaza, las tejas se las iban a repartir a la gente, pero nunca me llegó una”, así recuerda la primera de muchas promesas de las autoridades para solucionar su problema de vivienda.
“Me dijeron que nos tenían un local, pero tenía que levantar paredes, buscar materiales justo al lado de un oficial del DTI [Departamento Técnico de Investigaciones del MININT] y de un funcionario del Gobierno. Así que cuando tocara el primer ladrillo, iba a tener a la Policía encima”, lamenta.
Sabrina Diana, la hija pequeña fue la primera en negarse a vivir bajo esa hostilidad. La adolescente de 16 años sabe de qué habla. Un primero de mayo se quiso suicidar porque una capitana de menores no se cansaba de acosarla. Ella y su hermana han sufrido la represión contra su padre desde muy pequeñas.

“La capitana de Cuba y Chacón se llama Silvia. Cada vez que esto se inunda, los muchachos no pueden ir a la escuela y ellos se enfocan en mí, en mis hijas. Entonces venían con sus citaciones y las amenazas eran inmensas. Ese primero de mayo la tal Silvia le dijo a la niña que no podía ir a ninguna parte como si ella fuera una presa domiciliaria. Ellos pensarán que uno utiliza a los hijos, pero nunca, a mis hijas nunca las he mezclado en la política”.
Sin embargo, las menores sí son víctimas de la violencia que genera la Policía contra su padre y de la indolencia del Gobierno, que se escuda tras la ideología para mantenerlos en la miseria.
Uno de los funcionarios de Vivienda llegó a preguntarle: “¿A qué tú aspiras?”. Pero Osorio Ramos cree que, seguramente, no faltan las casas revendidas en miles de dólares que él no puede pagar porque el régimen no le da trabajo ni tiene un presupuesto para construir ni reparar ningún local.

Otro día, cuenta, funcionarios de la Empresa Aguas de La Habana le aseguraron que le pondrían una instalación de agua potable, para que dejara de llenar a cubetas su tanque de 55 galones.
“Abrí un hueco de 30 metros de largo y de tres metros de profundidad y nada. Nunca me la pusieron”, lamenta.
Algo parecido sucedió con su servicio eléctrico: tras el alto voltaje que le rompió los equipos electrodomésticos dejó de tener reloj contador y ahora paga una tarifa fija, aunque su consumo no pase de ser el de un bombillo en medio del espacio que usan como cuarto. “Me dicen que tiene que venir un especialista para ver lo de los equipos. Esta es la fecha y nada. Mi reporte es el número 1 109”, lo recuerda de tanto repetirlo a la operadora.
“Los trabajadores sociales han venido y nunca pasa nada. Prometen que van a ayudar a mis hijas, aunque nunca dicen en qué”, se queja.
La ayuda será “en lo que se pueda”, “dentro de las posibilidades”: esas son las excusas que le dan, “y pasan los años y ya esto está crítico”, dice mirando a su alrededor.

Aunque sea a duras penas, Osorio Ramos está concentrado en sacar adelante a sus hijas y a su nieta de apenas un año y medio. Cuando hay amenaza de ciclón, ellas se van con los vecinos, mientras él se queda solo cuidando la “casa” para que no les “roben”.
“A mí me da pena esto. Yo no tengo ni baño aquí. No quiera saber cómo hacemos las necesidades. Es penoso porque hay mujeres en las redes que conozco, pero ya no aguanto más. Soy solo”.
En esta familia, como en muchas, la dictadura esgrime la pobreza como un arma política.
En los interrogatorios a los que ha sido sometido Osorio Ramos, una de las cosas que le advierten siempre es que “esté tranquilito”, que no salga a la calle, ni que haga denuncias, porque no resolverá nada.
Pero la historia de esta familia es de decepciones y miseria, o sea, no hay motivos para vivir agazapado sin protestar ante lo mal hecho. El opositor cuenta cómo su abuelo murió decepcionado tras el decomiso de sus medios de trabajo cuando lo que es hoy su casa era la carpintería de la familia. Sus hijas se han decepcionado de las escuelas tras vivir el acoso de profesores y policías.
“Para colmo ―cuenta el opositor― pasé el fin de año en Villa Marista porque ellos decían que había cometido un acto terrorista. Me trajeron a las 11:00 de la noche bajo tremendo aguacero y le dijeron a mis hijas que me entregaban vivo, mientras me filmaban con una cámara”.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.