VILLA CLARA, Cuba. – En el primer trimestre del año más crítico de la última década, Cuba evidencia una nueva crisis en los abastecimientos y el aumento exponencial del descontento popular, más o menos reservado para mayorías fastidiadas, ignorantes del vetusto origen del mal.
Esta vez toca en urgencia al sensible sector de la alimentación pública, el cual, junto al de los medicamentos, constituye historia antigua.
En cualquier región del país que nos adentremos —hambrientos y/o sedientos—, encontraremos similar circunstancia con la que corroboraremos la gran insatisfacción reinante; no queda casi ningún comercio estatal o particular funcionando como debiera, desde que fueron desapareciendo de almacenes, mercados paralelos y tiendas los productos básicos para la elaboración de los alimentos.
El pasado mes de setiembre faltó primero la harina, luego se esfumó la leche en polvo, así la sal, el azúcar, los huevos, las grasas comestibles, el arroz, los granos, los detergentes, las frazadas de piso y hasta los fósforos fueron volando uno por uno.
Sería un eufemismo aspirar, con las explicaciones convincentes que da el gobierno, a que apareciesen también las decenas de reglones de medicamentos que son vitales para enfermos crónicos y que llevan tiempos siniestrados (por la izquierda), sabida causal siempre foránea.
El ennegrecimiento del mercado ya negro frisa los límites del espanto, pues una libra de aceite de oscura procedencia alcanza los 100 pesos cubanos, y una tira de 10 tabletas de analgésicos, 40.
Pero estamos hablando de comida ahora. Del sostén impostergable para evitar agravarnos aún más la salud, fenecer o enfermar a corto plazo, prescindiendo en lo posible de tener que correr tras costosos placebos.
Los restaurantes y paladares —de ambas pertenencias— han reducido ofertas a platos que no contengan carne de aves como fuera el otrora ubicuo pollo, porque ya existen denuncias en las redes sociales de que en algunas tiendas por divisas las raras pechugas deshuesadas traen convoyadas ¡espinas! dentro.
Proteínas de mariscos y algunos mamíferos terrestres, pueden arrastrarte a morir como ellos dentro de un jamo si se anuncian en alguna carta. O de un infarto cuanto leas los precios.
Pescadores de minutas y demás piltrafas acuáticas no han recibido renovación del permiso “por la autoridad” para extraerlas del mar usando ningún medio: ni artesanías de pesca ni embarcaciones.
La carne de cerdo se ha disparado también, y una libra de manteca llegará en breve —de continuar la penuria— a igualar, como en los años noventa, los 200 pesos.
El arroz se pondrá a 50 pesos la libra y desaparecerán los sembrados de viandas, hortalizas y legumbres por falta de riego, consecuencia inminente de la ausencia de petróleo.
Por otro lado, no se percibe reducción en el “viajeteo” de tan atolondrados gobernantes, pues la prensa no ceja en su irrisoria misión de anunciar periplos interminables del caminante en jefe por cuanta región del país reclame el concurso de sus inmodestos esfuerzos.
Díaz-Canel “asiste”, de lo más solícito, a un promedio de cinco reuniones diarias en varias provincias a la vez. Sitios donde aparecen telegráficamente y no ingieren —él ni su séquito frugal— casi nada.
Ayer, por ejemplo, presidió un foro del MINCULT, se trasladó a los campos de Artemisa y Mayabeque y sostuvo encuentros allí en una CPA, otro en un patio de materiales para la reconstrucción y una reunión con rechonchos sindicaleros.
Hoy presidió nueva reunión ministerial pronunciándose sobre inminentes distribuciones de todo lo faltante para felicidad de los descontentos temporales, igual anunciara en la zona de Regla desastrada el pasado mes que “con celeridad todas las casas caídas quedarían mucho mejor que antes”.
Lo cierto es que casi nada queda y poco puede ofertarse en estos establecimientos donde enseñorea otra realidad, bien distante de discursos y promesas ¿ahora a quién van a engañar? ¿Por qué no explican sin embarajes al país la situación financiera e incumplimientos de pactos internacionales para las importaciones?
El anuncio hecho público previo al referéndum de que “los afectados por el reciente tornado serían eximidos del pago de sus impuestos” con obvios fines, mostró la ruindad castro-partidista en todo su esplendor, por el hecho de que en ninguna tormenta o fenómeno anterior se tomó similar medida. Por el contrario, quienes terminaron pagando cuotas por los meses sin trabajar con sus ahorros, tuvieron que cerrar cuando los fondos menguaron.
La ONAT, convertida en OTAN para muchos cuentapropistas descalabrados e impotentes, sigue sin eximir de tal mensualidad al resto del país, y si quienes no tengan modo de percibir ingresos por casualidad devuelven patentes en señal de protesta, les costará una fortuna recuperarlas cuando no reciban negativa por respuesta y sea posible hacerlo, haya o no riesgos para sus entecos bolsillos.