LA HABANA, Cuba.- El 4 de abril de 1968 un disparo de odio acabó con la vida de Martin Luther King, ministro bautista que cambió para siempre la historia de las luchas por los derechos de la comunidad afronorteamericana.
A partir de 1955 Luther King se convirtió en el líder más visible del movimiento de derechos civiles, desde donde se pronunció de forma pacífica, pero enérgica, contra la guerra de Vietnam, los abusos y las desigualdades que aquejaban a la población negra. Por su labor para erradicar la segregación racial en Estados Unidos, le fue conferido el Premio Nobel de la Paz, en 1964.
La tarde en que fue ultimado, Luther King se hallaba en la ciudad de Memphis, Tennessee, para apoyar a los 1 300 obreros recolectores de basura que llevaban dos meses en huelga, exigiendo un reajuste de salarios. Varias protestas habían ocurrido y el conflicto prometía prolongarse, pese a la escalada de las tensiones.
En respaldo al paro de los trabajadores, el ministro puso en pausa la organización de una marcha multitudinaria en Washington DC, programada para el 22 de abril de 1968, para asistir a la que tendría lugar en Memphis, el día 6. Mientras el líder organizaba el itinerario, era observado por su asesino a poca distancia.
En un establecimiento frente al modesto hotel Lorraine, donde se hospedaba King, un joven blanco, que se registró como John Willard, escogió cuidadosamente una habitación que le permitía observar el inmueble donde pernoctaba su víctima.
Después de un largo día de trabajo, pasadas las seis de la tarde, Martin Luther King y sus ayudantes se disponían a cenar. Desde un baño que dominaba el balcón del ministro, un rifle Remington con mira telescópica apuntaba al corazón del respetado líder religioso.
Solo se escuchó un disparo, que sonó como un cartucho de dinamita. La bala de grueso calibre se le incrustó en la médula espinal, causando una copiosa pérdida de sangre. El cuerpo fue trasladado rápidamente en una ambulancia hasta el hospital Saint Joseph, a solo dos kilómetros de distancia. Llegó moribundo a la sala de urgencias y nada se pudo hacer. Una hora después del atentado, Martin Luther King fue declarado muerto.
Su asesinato provocó una ola de protestas y enfrentamientos raciales en los Estados Unidos, dejando un saldo de 43 muertos, 25 mil detenidos, incontables heridos y daños a la propiedad valorados en cientos de millones de dólares.
La policía de Memphis no pudo hallar al asesino, un exconvicto cuyo verdadero nombre era James Earl Ray. Encontraron su rifle, los binoculares y otras pertenencias, entre ellas el cartucho del proyectil que mató al líder de la paz. Gracias a las huellas dactilares lograron dar con su identidad, pero su captura fue un mérito de la policía de Scotland Yard, que lo arrestó en el aeropuerto de Londres, más de dos meses después del asesinato.
Varias torpezas cometidas por Ray durante su huida, así como los testimonios de personas que lo conocieron, sugieren que el sujeto no planeó el atentado. Gente con poder se encargó de ello, además de garantizarle recursos —dinero, pasaportes falsos— para la huida.
James Earl Ray confesó su crimen a cambio de evadir la pena capital, y fue condenado a 99 años de cárcel. Murió sin revelar información esclarecedora, pero en 1999 la familia King ganó un juicio civil en el cual se demostró que hubo una conspiración para asesinar al ministro. El rostro visible de la componenda fue un propietario de Memphis llamado Loyd Jowers, quien aseguró en el juicio haber recibido cien mil dólares por arreglar el asesinato de Luther King.
El caso también reveló que agencias del gobierno estuvieron involucradas, pero hasta hoy se desconocen otros detalles.