LA HABANA, Cuba. – La activista cubana Lucinda González Gómez denunció ante las cámaras de CubaNet que la muerte de su hija se produjo por las “fallas” del sistema de atención primaria de salud. Mónica Durán González, de 44 años, falleció el pasado 23 de agosto por complicaciones derivadas de la COVID-19.
“Desde el principio hubo fallas, porque ella fue como siete días antes de que la ingresaran, primero al consultorio, después al policlínico, y le dijeron que [lo que tenía] era producto al asma que padecía”, explica González Gómez.
Sin embargo, según relata la activista, una semana después su hija comenzó a tener fiebre alta y fue ingresada en un centro de aislamiento. Luego, fue trasladada de urgencia al Hospital Clínico Quirúrgico “Salvador Allende”, popularmente conocido como La Covadonga.
“Eso fue un sábado, y el domingo a las 3:00 de la mañana la trasladan para La Covadonga producto de la arritmia [cardiaca] que tenía y la falta de aire”, detalla la entrevistada.
Asimismo, González Gómez recuerda que una vez en el centro de aislamiento su hija fue tratada con Interferón Alfa 2b Humano Recombinante, medicamento usado en la Isla para tratar a pacientes de COVID-19, y con el que, según datos revelados por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP), se evita que los pacientes lleguen al estado de gravedad.
Sin embargo, la activista cree que el medicamento tuvo el efecto contrario en el caso de su hija, pues asegura que después de ponérselo empeoró. Mónica Durán González también había recibido las tres dosis de Abdala, una de las vacunas desarrolladas en Cuba contra el coronavirus, y que se aplica a la población aunque no haya sido validada por ningún organismo científico internacional.
“A mí me han dicho que después que te ponen la vacuna no se debe poner el Interferón porque hacen la misma función. Y, de hecho, lo que hizo fue bloquearle todo el sistema inmunológico, por eso empeoró”, cree González Gómez.
Sin embargo, un especialista consultado por CubaNet en condiciones de anonimato para evitar represalias en su contra explicó que la aplicación de estos dos medicamentos no pudo ser la causa del empeoramiento clínico de la paciente.
“Eso no tiene nada que ver, los dos medicamentos lo que hacen es aumentar y reforzar las defensas del paciente. Las vacunas ayudan para tener una respuesta de anticuerpos, pero si el organismo no responde la enfermedad avanza agresivamente y esta nueva cepa [Delta] no solo da neumonía; también aparecen trombos que son casi siempre los que provocan la muerte”.
“Con esta enfermedad lo que no se puede perder es tiempo, por eso es tan importante la atención primaria de salud. El menor síntoma hay que atacarlo, y si tienes enfermedades de base más todavía”, concluyó.
“Por otra parte, con respecto a las vacunas, si no ha transcurrido el tiempo establecido después de la última dosis, es muy difícil que tu cuerpo alcance el nivel más alto de inmunización; y si además tu organismo no responde no creo que el haberte vacunado sirva de nada, es como si tu cuerpo tuviera una pistola que no le dispara a la enfermedad”, también asegura el galeno.
Por su parte, González Gómez asegura que desde que su hija llegó a La Covadonga fue llevada a sala de cuidados intensivos y que solo conocía sobre su estado por un parte médico cada 24 horas. Después lo redujeron a 12 horas.
“Por la arritmia que tenía y los espasmos por falta de aire es que deciden intubarla. Llegó allí por la negligencia médica, porque no la atendieron bien ni la diagnosticaron como paciente con COVID”, sostiene.
Asimismo, advirtió que su hija padecía de varias enfermedades de base tales como diabetes mellitus, hipertensión arterial y asma bronquial, además de presentar una deficiencia coronaria.
“El día antes de intubarla, ella me llamó y me dijo ‘Mamá, ayúdame que me estoy muriendo’. Me aparecí en el hospital y formé tremenda algarabía porque yo quería ver a mi hija, pero nunca me dejaron”, lamenta la activista.
Según relata, los médicos de la sala de terapia intensiva siempre le recomendaron que estuviera preparada para “lo peor” y nunca le dieron esperanzas de que su hija pudiera sobrevivir.
“Desde que me dijeron que estaba intubada yo sabía que no iba a ver más a mi hija. Después de eso, le hicieron un PCR que le dio negativo, o sea, ella tenía una bronconeumonía post-COVID. El médico de terapia me dijo que tenía los pulmones destrozados, que cuando llegó al hospital ya llevaba una semana o dos con la COVID. Eso fue lo que la mató: la falta de atención médica”.
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