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LA HABANA, Cuba.- Estas imágenes reflejan el ambiente en las calles de La Habana durante la medianoche de ayer y la mañana de hoy sábado, una vez que Raúl Castro anunció por la televisión nacional la muerte de Fidel Castro.
Incertidumbre, silencio, inercia, apatía… La capital cubana amaneció hoy más quieta que nunca.
En la madrugada se congestionaron las líneas telefónicas. Unos a otros nos llamamos para dar la noticia. Todo lo contrario sucedió en la mañana, donde el silencio absoluto se mezcló con una ciudad despoblada, semejante a un típico domingo habanero.
Como a los cubanos les gusta dar la última noticia, salí a la calle bien temprano para que alguien me informara de lo que ya sabía. Recorrí el tramo desde el Capitolio habanero hasta Santiago de las Vegas. Para mi asombro nadie habló del tema, ni siquiera las personas conocidas que encontré en el camino.
La Plaza de la Revolución, en pleno preparativo para rendir homenaje póstumo al fallecido, se encontraba llena de turistas como en el mejor de los días soleados de agosto. Nada de refuerzo policial o de las postas que resguardan las edificaciones del Consejo de Estado.
Una señora residente en Tapaste, provincia Mayabeque, me expresó su asombro por el silencio en el que amaneció el poblado.
¨En la mañana eso (Tapaste) parecía despoblado (…) Nadie dice nada¨, explica.
El momento que se describía con llantos de los fidelistas lamentando la muerte de su líder, aún no ha llegado. Solo las banderas a media asta y los medios de difusión describiendo el duelo. Nadie comenta en las calles, o se lamenta por la pérdida del exgobernante que enseñó a todos a callar lo que sienten.
Los cubanos prefieren tragarse cualquier comentario. La alegría podría traer problemas, la tristeza comprometimiento con una era que acaba de finalizar. Es como si estuviera prohibido hablar.
¨Es que ya no me acordaba de Fidel¨, dice Niurka una habanera de 50 años. ¨También es que la gente tiene miedo a hablar¨, agrega.
Al mediodía La Habana pareció tomar el rumbo que la caracteriza como una ciudad ruidosa y con una población flotante asfixiante. Pero a medida que la tarde avanzó, se fue pareciendo a la mañana, quedándose en el ambiente el sonido de alguna que otra guagua y los gritos de grupos de muchachos jugando al fútbol.
¨Nadie sabe lo que va a pasar, así que mejor tener la boca cerrada¨, me dice un vecino.
Ni los que a diario despotricaban de Fidel Castro se atrevieron a comentarme el tema. “Murió y con eso basta¨, parecen decir.
El silencio también dominó el sitio de tertulias preferido por los cubanos: Las colas. Ni siquiera en la cola de la panadería escuché hablar de la muerte de Fidel Castro.
Las oficinas municipales del Partido Comunista hacen la diferencia dentro de la ciudad callada. Los dirigentes locales se organizan como avispas para enterrar a su líder. El marcado ir y venir de los militantes reúne alrededor de las oficinas a unas cien personas que tampoco hablan, sino más bien cuchichean.
Cuando se inicie el homenaje en la Plaza de la Revolución se verán los llantos delante de las cámaras de la misma televisión oficial que hoy transmite una programación especial sobre la vida de Fidel Castro. Nueve días de luto son suficiente para contar historias de dolor que sensibilicen al mundo. Aunque ya hay quien dice que nueve días es demasiado y puede traer un desgaste que rompa el actual silencio.