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Joven venezolana recorre seis hospitales en Caracas para poder dar a luz

Joven venezolana que recorrió seis hospitales en Caracas para que la atendieran en el parto. Foto Infobae.

MIAMI, Estados Unidos.- Lucero es una joven venezolana que tuvo que recorrer varios hospitales de Caracas para poder dar a luz a su hijo, un bebé de siete meses que se llama Guillermo. Su historia es desgarradora, como muchas de las que abundan en cada rincón venezolano. Lucero llora mientras cuenta su historia.

De acuerdo a un reportaje publicado por Infobae, la muchacha venezolana asegura que se equivocaron con su fecha de parte. Inicialmente le habían dicho que estaba todo bien, pero “cuando eres primeriza no sabes si tienes treinta y siete o treinta y ocho (semanas), pero los médicos aquí son inciertos”.

Lucero comienza a hacer aguas, pero en el hospital le dijeron que tomara antibióticos. “Pensé: esto va a pasar, porque no sabía que estaba a término ya”, pero tomó la decisión de tomar los medicamentos porque algo le decía que no lo hiciera.

Finalmente acudió al doctor al otro día, y le dijeron que había roto la fuente y que tenían que inducirle el parto o hacerle cesárea. “Y ahí empezaron los juegos del hambre”.

“Recorrí seis hospitales de Caracas. Fui a Maternidad Santa Ana, donde me dijeron que no tenían anestesiólogo. ‘Si vienes pariendo, con la cabeza del niño afuera, recién ahí te podemos hacer el parto’, me dijeron. De ahí me fui a la Clínica Popular de Catia, donde me dijeron: ‘¿Tienes antibióticos en tu casa? Búscalos, porque puede contraer una infección’. Y el miedo me atacó y rompí fuente finalmente. Tenía demasiado líquido.

“Entonces me fui al Pérez Carreño. Me dijeron que no me podían atender porque no tenían cama. Y me botaron. ‘Vete para el Universitario’. Llego al Universitario y me dicen que no me pueden atender porque no tienen agua. No había agua en el hospital, ¿entiendes? No tenían agua para lavarse las manos, para lavar los insumos, para nada…”.

Lucero cuenta que en una clínica privada normal cobraban aproximadamente 500 dólares para parir. “Yo no tenía ese dinero. Fui otra vez al Pérez Carreño y me dijeron vente a las siete de la mañana. Todo esto con una orden médica que me ordenaba parir. Entonces me volví a mi casa, traté de descansar, era imposible, y cuando se hizo la hora me devolví al Pérez Carreño y llegó el médico, me hicieron el tacto y me dijeron siéntate allá. Me devolvieron la ficha y me dijeron: ‘Mira, acá no tenemos cama para atenderte, devuélvete al Hospital Universitario’. Y les hice caso. Me devolví al Hospital Universitario y les dije atiéndanme, porque yo quiero tener a mi hijo. Eran las once de la mañana del 14 de julio de 2018 y lo único que escuché fue: ‘A esta niña hay que inducirle el parto porque tiene cinco dilataciones y perdió demasiado líquido’. Y me dijeron: ‘Si nace el niño, mueres tú’.

“Si supieras todo lo que yo vi en el Pérez Carreño mientras estuve sentada esperando a que alguien me atendiera. Yo vi entrar a una mujer con un parto de siete que parió y su bebé nació muerto. Muchas mujeres salían de parir y las ponían en una silla a dar teta porque no había cama o incubadora.

Lucero cuenta que el hospital Universitario de Caracas la atendieron bien, “pero lo digo entre comillas porque prácticamente tuve que exigir que me atendieran. Les dije que tenía cinco dilataciones, que no aguantaba, que no me importaba que muriera yo, pero quería que naciera mi bebé. Fue bastante rudo. Me hicieron firmar una hoja que para mí fue muy importante, porque me decían: no tenemos UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) para neonatales. Es decir, si tu hijo nace sietemesino o con problemas respiratorios ellos no pueden hacer nada, si tu hijo muere es tu culpa, no es nuestra culpa. Y yo dije bueno, José Gregorio ayúdame, yo quiero que mi hijo nazca”.

En el hospital de la capital venezolana a Lucero le dijeron “es tu hijo o tú, y yo dije somos los dos”.

“Me hicieron bajar de la camilla, que no tenía el banquito que suele tener para subir. ‘Bájate de la camilla. Puja’, me decían. ‘Vuélvete a subir’. Y era como subir dos escalones de un solo golpe, con una barriga tremenda. Y yo lo aguanté. Y le dije a la doctora: ‘Doctora, ayúdeme’. Yo no sé si estaba en riesgo, pero tenía veintiséis horas con una orden de parto, veintiséis horas paseando por seis hospitales. Y lo único que me decían era camina, camina para que te baje el bebé, como si fuera un elefante, no sé, como si fuera un capítulo del National Geographic o algo así”.

A lucero le dijeron que debido a que había perdido mucho líquido su bebé se había encajado, entonces la doctora la mandó a acostar en una camilla y se le subió encima y la hizo pujar. “Usualmente a una mujer cuando le hacen labor de parto le colocan los jelcos y todo para inducir el parto. Pero a mí me colocaron un torniquete. El torniquete tranca las venas para que te puedan agarrar vía y poder extraer sangre. A mí me dejaron el torniquete, no se dieron cuenta y se olvidaron de sacarlo, entonces lo tenía puesto mientras estaba pujando para que saliera Guille. Me pudieron haber causado un trombo. Pude haber muerto de un infarto. Nadie se dio cuenta”.

Guillermo finalmente nació, vivo, pero a Lucero le tuvieron que poner una transfusión de sangre porque estaba muy débil. La pasaron a una cama compartida. “En un metro ochenta de cama estaba yo y una muchacha que también acababa de parir. Ella parió a las 3:45 y yo a las 3:46. Me acuerdo clarito, porque ella entró con el cordón umbilical colgando; así como te lo estoy diciendo. Ella parió en el pasillo del Hospital Universitario. Tenía veintiún años y era su cuarto hijo. Ella ya sabía cómo parir, cómo tener hijos, yo no. Yo jamás había tenido hijos. Y teníamos que compartir la cama”.

A poco más de 12 horas de haber dado a luz, a Lucero la botaron del hospital. “Llegó la doctora. Nos tiró la ficha médica en la cara y nos dijo váyanse todas. Aquí no hay cama para más nadie. No habían pasado ni doce horas desde que habíamos parido. Estaba sola. Tenía mi celular y tenía a mi hijo. Pero el celular sin batería, porque no tenía corriente eléctrica para cargarlo, en el hospital no lo permitían. En el baño no había agua, así que me aguanté. Nos dieron de comer tres dedos de crema arroz y una arepa chiquita. El tamaño de mi mano de arroz, con cinco centímetros de alto. Y me quedé hasta tarde, porque tenían que hacerle unos análisis a mi hijo con unos reactivos que no tenían en el hospital. En la espera me dieron tres cucharadas de pasta. Te hablo literalmente: tres cucharadas de pasta. ¿Cien gramos? ¿O cincuenta?… Eso es lo que come un paciente en el Hospital Universitario de Caracas”.

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