LA HABANA, Cuba. – En la Plaza de la Catedral de Matanzas, hierático sobre un alto zócalo como si vigilara el constante ir y venir de los transeúntes, fue inmortalizado en piedra el poeta José Jacinto Milanés, una de las voces imprescindibles del romanticismo literario cubano en el siglo XIX, junto a José María Heredia y Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).
A diferencia de sus contemporáneos, José Jacinto Milanés no recibió una educación esmerada debido a la muerte temprana de su padre y la situación de dependencia en que quedó la familia, desde entonces asistida económicamente por un tío. Pese a tales limitaciones, dio muestras de interés y habilidad extraordinarios para el aprendizaje de otros idiomas, una pasión de la cual dan fe varios poemas escritos en francés e italiano. Llegó a dominar el latín y el inglés, aunque este último no le mereció especial atención.
Desde muy joven José Jacinto Milanés compensó la falta de recursos materiales con una voluntad inquebrantable. Su vocación para el estudio y el constante hábito de lectura perfilaron la sensibilidad apreciable en toda su obra poética, caracterizada por el lenguaje delicado y sencillo, el aire intimista y una forma muy peculiar de plasmar en sus versos la naturaleza.
Enamorado impenitente de la ciudad de Matanzas y de su prima Isabel Ximeno, mucho más joven que él, trató de asentarse en La Habana motivado por las favorables condiciones económicas de la capital. Sin embargo, no soportó la lejanía de su cuna y de su amada, a la que idolatró siempre en la distancia, observándola desde su ventana.
Fue quizás el desamor lo que nubló el juicio de un José Jacinto que a los 28 años comenzó a dar tempranas muestras de desvarío. El autor de versos de fuerte arraigo popular, donde hubo cabida para los más profundos sentimientos del ser humano, y también para la defensa de los ideales independentistas, pasó casi la mitad de su vida hundiéndose lentamente en la más triste locura.
La fuga de la tórtola, La madrugada, El alba y la tarde, y El beso figuran entre los poemas perdurables de este matancero absoluto que se ganó un sitio por igual en la preferencia de los comunes y en los altos círculos literarios.
José Jacinto Milanés, fiel hasta en sus desvaríos, murió el 14 de noviembre de 1863 en su adorada Matanzas. Tenía 49 años.
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