EL PAÍS – La normalización de relaciones con Cuba ha puesto al Partido Republicano ante un nuevo dilema: denunciar esta política, como hacen sus líderes, o apoyar un acercamiento que respaldan mayoritariamente tanto los estadounidenses -votantes republicanos incluidos- como un número creciente de legisladores conservadores. En la semana en que el secretario de Estado, John Kerry, hará una histórica visita a La Habana para izar la bandera estadounidense en su recién reabierta embajada, la formación conservadora sigue sin resolver su paradoja interna.
De lo que más le debe irritar al Partido Republicano es que fuera su principal rival ante la Casa Blanca, Hillary Clinton, la que puso el dedo en la llaga en uno de los temas de política exterior que podrían marcar la campaña electoral. “Muchos republicanos en el Capitolio están empezando a reconocer la urgencia de avanzar. Es hora de que sus líderes o bien se suban al tren o se hagan a un lado”, dijo la candidata demócrata al reclamar que se levante “de una vez por todas” el embargo contra Cuba. Algo que solo puede hacer el Congreso, que está en manos republicanas.
La paradoja del Partido Republicano es que, mientras sus líderes y sus principales candidatos presidenciales -Marco Rubio, Jeb Bush o Ted Cruz- rechazan cualquier acercamiento a la isla, son los legisladores republicanos los que se han puesto al frente de las cada vez más numerosas iniciativas para acabar con el embargo o despojarlo de sus restricciones más fuertes.
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