LA HABANA, Cuba. – Este domingo, el abogado y activista cubano Fernando Almeyda llegó a Serbia, país al que huyó luego de varios meses de hostigamiento por parte de la Seguridad del Estado.
El manifestante del 11 de julio (11J) de 2021 y excoordinador del grupo Archipiélago había pedido antes visa a España, pero le fue negada. Sobre su partida al exilio, los tropiezos, el constante acoso de los órganos represivos y su activismo opositor, conversó con CubaNet.
―¿Cuándo decidiste exiliarte?
―La decisión de irme de Cuba era algo que tenía pensado hace mucho tiempo, de hecho, años. Desde que me gradué de la carrera de Derecho supe que no quería formar parte de un sistema corrupto. Durante el Servicio Social en el Ministerio del Comercio Exterior, comprobé que este sistema no daba nada y que solo había dos opciones: hacerse el políticamente correcto, o sucumbir. Yo no estuve dispuesto, no tenía estómago, incluso me salí de los cursos que daban viajes; si iba a salir del país que fuera sin darle las gracias a la dictadura. Así que, terminando el Servicio Social, me aparté del sistema jurídico cubano. No iba a consentir darles mi trabajo ni legitimidad. Fue mi pequeña protesta.
Pero eso me trajo muchos problemas. Las diferencias con mi familia y la violencia que siempre viví en casa de mi madre me hicieron apartarme definitivamente del entorno familiar. Así que en 2018 estaba trabajando como asesor jurídico en lo que caía o en lo que aparecía. A los efectos, estaba desempleado, sin casa, y tenía que ir de un hogar de acogida a otro, y de un alquiler a otro. Mi solución era tratar de salir de Cuba, pero hacía falta mucho dinero para trámites, tal vez no tanto pero yo vivía al diario, era difícil. Estuve al tanto de todo lo que estaba pasando, pero no me sentía con las mínimas condiciones para hacer nada y una vez que entrara en el radar de la Seguridad del Estado me las iba a ver negras.
Además, hasta 2018 toda la lucha contra la dictadura estaba muy polarizada; era una cosa de partidos o posiciones políticas a veces tendentes al extremismo y contrapuestas. El exilio estaba divorciado de la realidad cubana y los cubanos ni sabían lo que se decía o ni les importaba.
Desde que estaba en la universidad, hice activismo de bajo nivel entre varios amigos, uno de esos fue (Leonardo) Fernández Otaño, otro fue Miguel Alejandro Hayes. Hubo otros más pero esos se apartaron del camino de hacerle frente a la dictadura; no los juzgo, fue muy díficil y estábamos muy marcados.
―¿Qué cambió? ¿Cómo y por qué te sumas al activismo opositor al régimen cubano?
―Cuando empezó el MSI (Movimiento San Isidro) eso cambió todo; la oposición a la dictadura dejó de ser un tema de partidos o posturas, era algo que, aunque trabajaba desde el arte, se vinculaba al cubano de a pie, no era un tema “intelectual” ni estirado, todo el mundo hablaba de San Isidro, a favor o en contra, con suspicacias o certezas, pero hablaba.
Cuando llegó 2020 y Luis Manuel (Otero Alcántara) fue detenido por primera vez, eso fue un parteaguas. Hasta ese momento había guardado silencio y mantenido mi distancia de temas contra la dictadura. También la llegada a Cuba de la pandemia y la campaña contra el Decreto-Ley 370; la aplicación arbitraria de esa norma para sancionar al activismo y al periodismo independiente me encolerizaron. Así que escribí un texto publicado en una revista de filosofía y cultura que se llamó “Fuego sobre el Decreto-Ley 370” y trataba de este y otros asuntos relacionados con el manejo de la pandemia normativamente, la Constitución de 2019 y la figura del disidente. Tópicos técnico-jurídicos, pero frontales.
La huelga de San Isidro, en noviembre de 2020, también fue un parteaguas en mi vida. La indignación por el asalto a San Isidro me lanzó a la protesta del 27N (27 de noviembre de 2020) y más allá; mi salida del país se dilató en mi mente y, aun en mi precaria situación de subsistencia, seguí adelante y empecé a colaborar activamente con la oposición, ayudando en lo que podía, mayormente como abogado.
Aun así me mantuve anónimo para evitar problemas mayores, aunque en mayo de 2021 una citación de la Seguridad me puso sobre aviso, iban por mí.
―Fuiste uno de los manifestantes del 11J en La Habana; ese día incluso recibiste una pedrada en la frente, la cicatriz aún se te refleja en el rostro.
―Sí, el 11J salí a la calle y lo di todo, sentí que era el momento, que los cubanos necesitaban que se diera todo. Herido logré escapar de la represión y ocultarme, pero desde redes publiqué mi experiencia del 11J, así que asumí públicamente mi disidencia. Supe entonces que estaría aún más en la mira de la Seguridad del Estado. Como sabía perfectamente todo de lo que era capaz la dictadura, todo lo que estaba haciendo y, además, que habían estado buscándome, me mantuve en clandestinidad. Me fugué de la renta donde estaba en silencio en horas de la noche para que no se dieran noticias de mi salida y me fui moviendo de un refugio a otro, constantemente. Mis pertenencias cabían en una mochila; dormía y comía lo que podía.
Desde el 11J me aparté de todos mis amigos, conocidos, y de toda mi familia porque sabía que, a través de ellos, la Seguridad trataría de llegar a mí, que los trataría de usar en mi contra; de hecho, supe que en los días próximos al 15N tenían todo un operativo en función de mi búsqueda y captura.
―En Archipiélago ya desarrollas un activismo más frontal. ¿Cómo llegas al grupo?
―Cuando surgió Archipiélago y el 15N (Marcha Cívica por el Cambio convocada para el 15 de noviembre de 2021) me pidieron participar y encontré que la iniciativa, arriesgada, a todas luces ingenua, era importante; y había que seguirse moviendo.
Sentí Archipiélago como mi última bala. Esta era mi última oportunidad de hacer algo antes de que me inmovilizaron totalmente. Mantuve mi clandestinidad, nadie sabía dónde estaba.
Pero la conexión (a internet) me fue paulatinamente restringida, hasta que el 10 de octubre me cortaron los datos completamente. En esos días, a causa de un chivato, dieron con uno de mis paraderos y fui citado y conducido a “un conversatorio”. Yo sabía muy bien que era un interrogatorio, pero a propósito mantuve un perfil “ingenuo” públicamente. Quería que la Seguridad se confiara, que creyera que yo no iba ofrecer resistencia y que eventualmente abandonaría Archipiélago. Pero fue muy terrible.
A la segunda entrevista perdí todos mis refugios, me vi sin internet, sin casa, en la calle literalmente, sin dinero, y con la Seguridad sobre mí. Pensé en abandonarlo todo en ese momento, fue horrible, pero una familia de opositores me ofreció su casa como escondite. Era un lugar con vigilancia, pero logré llegar ahí sin que la Seguridad supiera y, en un abrir y cerrar de ojos, salí de su radar. No podían citarme más ni vigilarme, ni tomar medidas.
Ahí estuve sin poner un pie en la calle por más de dos meses, coordinando en las sombras el trabajo de Archipiélago. La represión, el acoso y la presión fueron creciendo hasta el 15N. Ese día pusieron vigilancia reforzada y no pude salir, de lo contrario, expondría a esa familia que me había estado ocultando y traería consecuencias para ellos.
―¿Cómo fueron los últimos meses para ti en Cuba?
―La represión, el acoso, la persecución y las amenazas de la dictadura contra nosotros y contra el pueblo, antes del 15N, fueron atroces. Habíamos hablado entre nosotros de la posibilidad de, una vez acontecido el 15N, huir del país aquellos que no hubiéramos sido detenidos.
Yo tenía mucho miedo, un miedo atroz, e incluso intenté buscar una forma de huir y solicitar asilo, pero siempre después del 15N, nunca antes. Sin embargo, al ver los resultados del 15N, al ver las condenas, verlo todo, dilaté las gestiones para mi salida.
Desde el 11J y hasta el 20 de diciembre de 2021 estuve 125 días en la clandestinidad. Y hasta el momento de mi salida nadie sabía dónde estaba viviendo.
En diciembre inicié un proceso de visado humanitario para España. Pero a un mes y 10 días de haberlo solicitado me fue denegado, así que cambié mi rumbo. Muchos amigos me ayudaron a recoger el dinero necesario para salir por Serbia, no tenía suficiente para hacerlo por Nicaragua. Serbia estaba libre de visado y había renovado mi pasaporte, así que no había sido regulado todavía. Esta era mi única oportunidad. Si esperaba un poco más, tendría que quedarme en Cuba.
Quienes me acogieron se habían convertido en mi familia, casi en mi sangre, pero estaba ocupando un espacio que no era mío, sin posibilidades de tener otro, sin ingresos fijos, con restricciones a mi conexión y con una situación económica en el país causada por la dictadura que supondría que no tenía tendría cómo sobrevivir.
Así que, en medio de todas las carencias, de toda la represión y la impotencia que suponía mi situación personal, decidí irme al exilio.
―¿Cuál es tu situación ahora mismo en Serbia? ¿Pediste asilo?
―Serbia puede no ser mi destino final. De momento no tengo pensado pedir asilo, sí solicitar la residencia temporal. Ahora debo adaptarme a muchas cosas.
En mente todavía está el pánico a las carencias, a las colas; siento que de un momento a otro la Seguridad va a descubrir mi paradero, son traumas con los que tengo que lidiar poco a poco.
Otra cuestión es que necesito adaptarme y cambiar el chip. Mi posición contra la dictadura cubana se mantiene tan firme como antes, pero no es lo mismo hacer activismo desde dentro de Cuba que desde afuera. Ahora tengo que buscar la forma de ayudar a Cuba y sobre todo ayudar a los que están en peligro todavía. No me interesa ni ser la voz del exilio ni la voz de los presos; soy un cubano más que pone sus conocimientos y su voz al servicio de la justicia. Lo hacía en Cuba y lo seguiré haciendo ahora desde el exilio, ahora voy y aprovechar las nuevas posibilidades que me ofrece vivir en el mundo libre y no estar con el ladrillo amarrado al cuello llamado supervivencia.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.