MIAMI, Estados Unidos. — El 6 de junio de 1599, en Sevilla, nació Diego Velázquez, considerado el más importante de los pintores españoles del período Barroco. En su ciudad natal recibió clases de dos importantes maestros. El primero fue Francisco de Herrera y, posteriormente, ingresó al taller de Francisco Pacheco, una figura fundamental en la vida y posterior desempeño del talentoso pintor.
Durante sus años en Sevilla, Velázquez cultivó ampliamente el tema de los bodegones, así como escenas de taberna o de cocina, y cuadros religiosos. En todo ello hacía gala de un naturalismo tenebrista de excelente factura, al estilo de los grandes maestros Caravaggio y Ribera, que le mereció un gran reconocimiento.
En esta etapa nació su famosa obra El aguador de Sevilla, que marcó un antes y un después en su carrera profesional.
Velázquez viajó a Madrid en 1622 con la idea de conseguir trabajo en la corte. No le fue bien entonces y regresó a Sevilla, donde hizo un retrato del poeta Luis de Góngora que llamó la atención de la élite adinerada en la capital. Un año después fue requerido en Madrid por el conde duque de Olivares para pintar un retrato del rey Felipe IV. El resultado fue tan del agrado del monarca que Velázquez obtuvo instantáneamente el cargo de maestro de cámara de la corte. Una vez instalado, se dedicó a estudiar a los maestros de la colección del palacio, como Tiziano, a quien consideraba su pintor favorito.
Al abrigo de palacio, el sevillano produjo gran parte de su obra. Durante aquellos años se enfocó en la temática del retrato, especialmente de la familia real, cortesanos y personalidades destacadas.
Velázquez gozó, además, del reconocimiento de importantes pintores europeos de la época, entre ellos Pedro Pablo Rubens, quien visitó Madrid y, además de elogiar la obra del español, le recomendó viajar a Italia para estudiar a los grandes maestros. Bajo la influencia de Rubens, Velázquez pintó el famoso lienzo El triunfo de Baco, confiriéndole un naturalismo tan diáfano que el resultado quedó más próximo al bodegón que a una escena mitológica convencional.
De regreso en Madrid, en 1631, abrió un nuevo período marcado por la madurez artística y un cambio de estilo que terminaron de consagrarlo. Colaboró con muchos proyectos reales, y pintó dos de sus grandes lienzos: La rendición de Breda y la Coronación de la Virgen.
Durante su segundo viaje a Italia, Velázquez produjo el único desnudo femenino de su carrera: Venus en el espejo. Era tal su prestigio que el papa Inocencio X accedió a dejarse retratar. El español desarrollaba su técnica a la par que se movía, con idéntica maestría, entre las temáticas más diversas: bodegones, retratos, paisajes históricos, escenas de género, religiosas y mitológicas.
De vuelta en Madrid, fue nombrado aposentador del palacio y Caballero de la Orden de Santiago. Continuó trabajando para el rey hasta el final de sus días y fue precisamente en esta última etapa que creó la más famosa de sus obras: Las meninas.
En agosto de 1660 el genio sevillano cerró sus ojos para siempre, colmado de todos los honores que un artista de su envergadura podría merecer.