LA HABANA, Cuba. — El 3 de noviembre de 2011 el dictador Raúl Castro autorizó, como parte de las “reformas para la actualización del modelo económico”, la compra y venta de casas entre particulares, regulada por una serie de normas que entraron en vigor el día 10 del mismo mes y que reconocían, además, el derecho de donación, permuta o adjudicación de viviendas para personas naturales cubanas con domicilio fijo en el país y extranjeros residentes de forma permanente.
El objetivo de la medida fue eliminar prohibiciones y agilizar trámites en el traspaso de la propiedad de la vivienda, uno de los problemas más graves que enfrentaban los cubanos desde hacía décadas, debido a la insuficiencia y mal estado del fondo habitacional.
Según la nueva legislación, solo se podría ser propietario de una vivienda como residencia permanente, y otra en zona de descanso o veraneo. En el trámite se incluyó también un impuesto para ambas partes, determinado por una serie de características que valorizan la vivienda en función de su ubicación, distribución espacial interior y calidad constructiva.
Más allá de lo que representó en cuanto al reconocimiento de un derecho que Fidel Castro robó a los cubanos en enero de 1959, la compraventa de viviendas ha funcionado como una vía para obtener ingresos en moneda fuerte, dada la indetenible depreciación del peso cubano. En los últimos tres años, con la dolarización de la economía tras la apertura de tiendas en moneda libremente convertible (MLC) y el empeoramiento de la crisis económica, miles de cubanos han optado por vender sus casas en dólares con el objetivo de emigrar o asegurar ahorros en divisas.
Esos “acuerdos” se producen en la zona de tolerancia que el régimen mantiene para evitar que la presión social haga estallar la frágil estabilidad política de una nación empobrecida. La ley aprobada por Raúl Castro figura entre lo poco bueno que se ha hecho por el interés personal de los ciudadanos cubanos; pero no pasó de ahí.
En aquel momento, al calor de lo que pareció una movida liberal por parte de un régimen atávico y controlador, varios expertos se atrevieron a pronosticar que en el camino para la renovación de Cuba no habría vuelta atrás. Once años después, la realidad ha demostrado el craso error de quienes creyeron que el castrismo podría ser algo más que una fuente inagotable de miseria.
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